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Historia de la concordia

RECOPILACIÓN HISTÓRICA DE CONCORDIA
Luis María Medina PALABRAS INICIALES
(primera edición 1977)
Esta no es una historia de Concordia. Apenas si pretende ser una cronología de hechos, en
la mayoría de los casos ya publicados. Es por ello que hasta el título de este trabajo aspira a
ilustrar claramente al lector sobre el contenido del mismo.
Consideramos que este trabajo es, simplemente, una recopilación histórica de nuestra
ciudad.
Desde fines del año 1969 y hasta principios de 1971, apareció en Concordia una revista
semanal –"La Calle"- que incluyó en cada número una sección destinada a hacer conocer
hechos y personas del pasado de nuestra ciudad. Volvieron del ayer, entonces, páginas
agotadas de la historia lugareña, lo que contó con la aceptación unánime de los lectores.
Esa labor se vio respaldada ampliamente, lográndose la colaboración espontánea de
numerosos vecinos que aportaron revistas, libros, documentos y recuerdos, material que
tuvo cabida en cada número de la citada publicación.
Aparecieron también historiadores locales que volcaron sus estudios y conocimientos a la
difusión general de un tema tan interesante.
"La Calle" se transformó, entonces, en el medio más adecuado para hacer conocer retazos
de la historia concordiense.
GRAFELCO hoy puede ofrecer una recopilación cronológica de todo ese material, llenando
algunos vacíos lógicos con el fruto de sus consultas en otras fuentes no directamente
relacionadas con esta ciudad.
Sin embargo, quedan aún muchos claros.
Es por ello que reiteramos que ésta no es la historia de Concordia. No obstante, puede
convertirse en el motivo fundamental para escribirla definitivamente, corrigiendo errores
que seguramente existen en esta edición.
Conocemos la labor silenciosa de algunos estudiosos de nuestro medio, que vienen
gestando, desde mucho tiempo atrás, una obra de esta naturaleza. Y aunque no ignoramos
que, además del tiempo que demanda dicha tarea, también deberán vencer el problema de
su publicación –que malogra muchas veces las mejores inquietudes- aspiramos a que la
presente sirva de acicate para quienes están empeñados en una obra similar.
A ellos les auguramos el mayor de los éxitos.
GRAFELCO

PRÓLOGO
Cuarta edición (2004)
Esta cuarta edición de la "Recopilación histórica de Concordia" hace su aparición casi
treinta años después que lo hiciera la primera vez. La versión original no ha sido
modificada, fundamentalmente para quienes recién la conocen tengan el mismo punto de
partida- ante posibles avances en su estudio- que aquellos que, en 1977, se sorprendieron al
apreciar los progresos experimentados en el solar natal.
Esta reedición no sólo cubrirá la curiosidad siempre latente del concordiense, los anhelos de
conocimiento de las nuevas generaciones o las necesidades de las autoridades a cargo de la
educación. Creemos que este trabajo ha llegado a ser imprescindible en la biblioteca
familiar y, también, se ha transformado en material de intercambio amistoso con personas
residentes en otros lugares del país y del mundo.
Además, tenemos pruebas de haber sido un presente para personalidades que visitaran
nuestra ciudad, otorgado por instituciones y autoridades.
Por todo ello, y porque las anteriores ediciones se han visto agotadas, nos aventuramos hoy
a poner nuevamente en circulación esta Recopilación, que apareció humildemente, fue
acogida con beneplácito y, seguramente, ha alcanzado una permanencia pocas veces
lograda en la actividad editorial de la región.
Esto habla a las claras del interés por lo nuestro, lo que reafirma la cita de José Ingenieros,
estampada en el prólogo de la 2° edición (1989): "El amor al terruño es un imperativo
natural".
EME Ediciones
1527 - LOS INDIGENAS Y EL PRIMER ESPAÑOL
Según algunos autores, eran varias las razas o naciones indias que habitaban Entre Ríos en
la época de la Conquista. También afirman que su origen se ha perdido para la Humanidad,
aunque no dudan en observar que una de las principales fue la de los guaraníes. Estos se
diseminaron por toda la regi6n y formaron diversas naciones, aunque integraban el mismo
tronco original.
Los guaraníes entrerrianos, según el cronista Antonio P. Castro, eran de mediana estatura,
fuertes, adiestrados desde niños a duros sacrificios corporales, serenos y aplomados ante el
peligro, lo que los hacía temibles a sus enemigos.
"En los tiempos de guerra —afirma el mencionado autor— designaban su cacique, el
"tubichá", a quien respetaban incondicionalmente; pero terminada la campaña, volvía a ser
uno más en la paz de la tribu".
Hacían fuego mediante dos maderos —uno blando y otro duro— que frotaban entre sí. Sus
viviendas se construían con cueros crudos sujetos a estacas. Los hombres iban desnudos;
las mujeres se cubrían desde la cintura a las rodillas. Se dedicaban a la caza y a la pesca. El
timbó les brindaba la madera para sus canoas.
Esta raza se diferenciaba de todas las demás del mundo —afirma Castro— ya que no tenían
ni cantos, ni juegos ni diversiones.
Los guaraníes entrerrianos fueron desplazados poco a poco por los chaná-charrúas, los que,
a su vez, fueron aniquilados por los charrúas, orgullosos, altivos, de color moreno tirando a
rojo, de cabellos lacios y abundantes, altos, de blancos y fuertes dientes, de cuerpos bien
conformados y de apostura ágil y desenvuelta.
Estos fueron los indígenas que observó Juan Álvarez Ramón, un subalterno de Sebastián
Caboto. Por orden de éste, que había llegado al Río de la Plata en el año 1527, remontó el
río Uruguay hasta los escollos del Salto Chico. Si Juan Álvarez Ramón existió, fue el
primer blanco que observó el sitio que trescientos años después sería elegido para levantar
la ciudad de Concordia. Y decimos "si existió", puesto que algunos autores lo niegan y
otros le dan un nombre distinto.
Lo cierto es que, en aquella fecha aproximadamente, el español llegaba a nuestra zona.
1722 - EL PARADERO "YTU"
Durante mucho tiempo, estos parajes continuaron siendo posesión de los indios. No
tenemos ninguna referencia en nuestro poder hasta el año 1715, durante el cual —según el
historiador Benigno T. Martínez— el territorio comprendido desde el arroyo Mocoretá
hasta el paraje en que se fundó la ciudad de Concordia, fue recorrido por el Maestro de
Campo don Francisco García Piedrabuena, al frente de una expedición militar que había
partido desde Yapeyú y llegó hasta los rincones de Gualeguaychú.
En 1718 bajaron otros conquistadores de Yapeyú, los que fundaron el pueblo de Mandisoví,
"a tres leguas del río Uruguay y a dos millas del arroyo Mandisoví Grande, al occidente 30º
58' 36"
No sería desacertada, entonces, la deducción de Antonio P. Castro que, al estudiar los mapas publicados por el Padre Furlong Cardiff, ubica en ellos un paradero denominado "Ytú", afirmando que el mismo existía, por lo menos, desde 1722, y posiblemente antes. "En los primeros mapas de los jesuitas —subraya Castro en sus Crónicas Regionales Entrerrianas—, y nos referimos a ellos por ser los únicos documentos válidos de comprobación y donde han bebido todos los historiadores y estudiosos, sólo figura el paraje aludido con la denominación de "Salto" nada más, lo que nos hace más fuertes en nuestra tesis de que el paradero de Itú ya era conocido antes del año 1722, fecha en que fue levan-tado el mapa referenciado al principio". "El origen de la población de El Salto —continúa el autor— fue sólo un lugar destinado a salvar el escollo del Salto Grande y Chico, y su establecimiento definitivo después, lo impuso la necesidad de organizar un puesto con carácter permanente, y es en esos momentos cuando los jesuitas erigen un oratorio, que ponen bajo la advocación de San Antonio de Padua, y una pequeña guarnición de indios misioneros para proteger el tráfico que se hacía por allí". Esa debe haber sido la iniciación de la actual Concordia. Castro deduce que la vida debió ser precaria y dura. Así lo creemos. Y aquí debemos dar cabida al trabajo del profesor Erich L. W. Edgar Poenitz quien, en Dos fundaciones de Concordia, señala: "Desde 1626, con la fundación de Yapeyú, los padres jesuitas civilizaron el Alto Uruguay y sus afluentes hoy brasileños, aprovechando en buena parte la mayor navegabilidad del alto curso. Cuando necesitaban bajar a Buenos Aires hombres y mercaderías, cada dos o tres años, lo hacían en balsas de troncos que se desarmaban trabajosamente para sortear el Salto Grande". Y aquí introduce un nuevo aporte a nuestra historia lugareña: "En enero de 1757 —dice— el gobernador don Pedro de Cevallos debió encaminarse con su cortejo a San Juan —corazón hoy del Río Grande del Sur— donde acampaba el ejército español que terminaba de aplastar la rebelión de los guaraníes por causa del Tratado de Permuta entre España y Portugal, de 1750. Una columna al mando de José Joaquín de Viana, gobernador de Montevideo, lo esperaba a orillas del Salto Chico, en la banda oriental del río. Las embarcaciones que debían aprovisionar tal ejército no pudieron cruzar el Salto Grande y el gobernador, ante ello, decidió levantar un fuerte, con cañones y cien soldados, que sirviese de nudo de comunicaciones fluvial-carretero y base de aprovisionamiento. La navegación terminaba allí y las vituallas se pasaban a tropas de carretas. La capilla cuartelera quedó bajo la advocación de San Antonio de Padua. De allí procede la devoción por tal patrono y la denominación del arroyo uruguayo que desemboca en las inmediaciones del Salto Chico. Una creciente destruyó las instalaciones y el Cabildo yapeyuano decidió restaurarlas como puerto el 20 de noviembre de 1769 en la orilla occidental, más alta que aquella. Fue éste San Antonio de Salto Chico, la primera Concordia". La expulsión de los jesuitas, concretada aproximadamente para esta misma fecha, tuvo al poblado de El Salto como punto de reunión, según Antonio P. Castro. Afirma que Francisco de Paula Bucarelli, designado para llevar adelante la orden de expulsión, se estableció en esta población, adonde llegó la primera remesa de jesuitas a mediados de julio de 1768. El 5 de agosto fueron trasladados a Buenos Aires. Desde entonces, y siempre al decir de Castro, "quedó El Salto, durante largos años, olvidado". Para completar este capítulo, debemos señalar un dato interesante. Según Jacinto Oddone, en su libro La burguesía terrateniente argentina (1956), en el momento de ser expulsados los jesuitas del territorio de Entre Ríos existían, de hecho o de derecho, tres grandes propietarios, el conjunto de cuyas posesiones abarcaba más de las dos terceras partes de la superficie total del territorio, esto es, dos mil doscientas leguas cuadradas. Eran estos, la Compañía de Jesús y los señores Francisco de Larramendi y Antonio de Vera y Mujica". Lo que hoy ocupa Concordia era propiedad de los primeros. 1780 - LA CAPILLA
En la obra mencionada en el capítulo anterior, Oddone destaca que "estas vastas
extensiones de los Larramendi y los Vera Mujica, fueron posteriormente discutidas y
desconocidas por el gobierno provincial y tras largos y numerosos pleitos fueron reducidas
a una mínima expresión, acabando por ser ésta adquirida por el mismo gobierno y
distribuida entre ocupantes que se habían instalado en ellas y las habían explotado durante
muchos años, y nuevos propietarios que las fueron adquiriendo con el correr de los años.
Los demás propietarios que, con anterioridad a la expulsión de los jesuitas habían obtenido
donaciones o adquirido tierras, habían ido abandonando sus posesiones, ahuyentados por
las invasiones de los indios, las pestes, las fieras y la sequía, que habían hecho insoportable
la vida en el territorio. De modo que —afirma Oddone— bien podemos decir, con Pérez
Colman, que "hacia 1780, Entre Ríos era un vasto desierto, de difícil acceso, poblado de
fieras, peligroso y sin más atractivo que su riqueza de orden pecuario".
Luego de la expulsión de los jesuitas, sus posesiones fueron distribuidas, en algunos casos,
o simplemente ocupadas por quienes entrevieron la estratégica ubicación de las mismas.
Oddone detalla los nuevos propietarios que se ubicaron en Entre Ríos, Como sólo nos
interesa, para el caso, los que pudieron haberse establecido en esta zona, mencionaremos a
Bernardo José González, con "un campo en el rincón del Yeruá"; a Francisco Fontán, con
"un campo en la Cuchilla Grande, en las caídas del Uruguay"; a José Francisco Centurión,
con un "campo frente al río Uruguay, entre los arroyos Yuquerí Grande y Yuquerí Chico";
a Antonio Barquin, comandante policial, con "un campo llamado Rincón de Yeruá"; y a
Dionisio Duarte, que obtuvo o compró tierras en Concordia.
En lo que respecta exclusivamente al poblado de El Salto, el comisionado Real Andrés
Oyarvide cuenta en su Memoria Geográfica que en 1789 sólo encontró "unas doce familias,
últimos restos de la primitiva población". Castro dice, al respecto, que "muerto el antiguo
tráfico comercial, abandonado de sus autoridades, quedó a merced del indio y del blanco
traidor, asolándolo continuamente". Poenitz cita el Diario de viaje del geógrafo Francisco
de Aguirre quien, para aquella fecha, escribe que "El Puerto de San Antonio es en el día un
pueblito regular, tiene administrador desde 1781." y que "los indios viven de sus propias
posesiones".
El mismo autor destaca que en 1780 había una capilla que, además, contaba con una
campana, según un inventario levantado. La descripción es más detallada para 1798: las
paredes son de piedra y el techo de paja; cuenta con sacristía y tras-sacristía; un altar de
piedra, con San Antonio de bulto en su nicho, con su Niño con su velo de tafetán, y tres
crucifijos. También especifica la existencia de un cementerio cercado, lo que, junto a otros detalles, le permiten asegurar a Poenitz que, "aunque aún no había sacerdote permanente, se recibía su periódica visita y el culto se celebraba con regularidad y dignidad". El mismo inventario citado por Poenitz destaca que sobresalía "el gran depósito o almacén grande para las haciendas", seis casas de alojamientos, veintitrés casas de los naturales, una cárcel, una quinta cercada de palizada y rama, con veintiséis naranjos dulces frutales —este dato es muy interesante— y dos chacras con maíz, zapallos, sandías y diversos animales de cría. Por último subraya especialmente que también existía "una casa que sirve de escuela a los muchachos". El profesor Poenitz, en su trabajo ya mencionado, aporta otro dato muy valioso. Por lo mismo, lo transcribimos textualmente: "En varias oportunidades se ha mencionado como primer establecimiento saladeril el que habría plantado Urquiza en sociedad con Vica, a mediados del siglo XIX. Sin embargo, no es así. Dos veces mencionamos la producción de tocino en Salto Chico, que relata Aguirre como ocurrido hacia 1796. Un documento del 19 de enero de 1801 nos aclara y amplía el informe, al relatar Francisco Rodrigo, teniente de gobernador de Yapeyú, al Virrey Avilés, cuales son los campos usurpados o en posesión precaria de españoles, en su jurisdicción. Entre tales estaba "el que ocupan don Julián y don Manuel Barruso, en el sitio que media entre los arroyos Yuquerí Chico y el Ayuí, que provisionalmente se les concedió por el Exmo. Sr. don Nicolás de Arredondo a don Julián de Molino Torres, para establecer las faenas de atozinados y salazones para la real armada, y éste transfirió en gracia, para el propio efecto, a los mencionados Barruso". No es de poca monta el dato —señala Poenitz—: podemos destacarlo por primera vez, que a Concordia le corresponde la primicia histórica en materia de beneficio de carnes en todo Entre Ríos. Carnes saladas y ahumadas (atozinados) se producen aquí por primera vez, y cuando la futura importante industria saladeril del país se encuentra prácticamente en pañales". 1820 - EL EXODO
Los comienzos del siglo anterior no fueron muy diferentes, en cuanto a acontecimientos
destacables ocurridos en el lugar que nos ocupa. Recién entre los años 1811-12, cuando
Artigas inicia el éxodo oriental, los ojos de los argentinos habrán de volverse hacia este
rincón. Artigas se estableció en el Salto Chico y, más tarde —según Castro— se trasladó
hasta el Ayuí.
Pero este acontecimiento era el presagio de la guerra, que se desencadenó con todos sus
efectos ulteriores: "La destrucción de los pueblos del Alto Uruguay —dice Poenitz—,
desde Yapeyú hacia arriba. Se desarticula el comercio y las tareas de paz, y el pequeño e
industrioso poblado será su víctima. Prácticamente muere en agosto de 1820, con el éxodo
de sus propios habitantes".
Castro lo confirma: "Era el resultado de las terribles luchas entre Ramírez, Artigas y los
portugueses, que pretendían avasallar la provincia entrerriana, y el heroico caudillo que la
defendía".
Y bien podemos decir provincia entrerriana. Citamos las palabras de Osiris Chierico quien,
en un trabajo relacionado con ella, afirma: "Y casi no haría falta mencionar los orígenes de
su nombre, puesto que están implícitos en él, pero es interesante mencionar la circunstancia
de que fue usado por primera vez en forma oficial, en la comunicación que el comandante
Tomás de Rocamora, tan unido a los comienzos del progreso entrerriano, dirigió al virrey
Vértiz el 11 de agosto de 1782. Por dicho documento, referente a la colonización del
territorio, quedaron separados los partidos de Gualeguay, Gualeguaychú y Arroyo de la
China, de la jurisdicción del cabildo de Santa Fe, naciendo así, virtualmente, la futura
provincia que se convertiría en tal por decreto del Director Posadas, el 10 de septiembre de
1814".
Pero ya tenemos a esta zona de Entre Ríos, la que luego vería surgir a Concordia,
convulsionada por la guerra. Y abandonada, también, por sus antiguos pobladores. Ha de
transcurrir más de una década hasta que el pueblo renazca de sus cenizas, aunque el nuevo
impulso será tan poderoso que habrá de ubicarla entre las primeras ciudades del litoral con
el transcurso de los años.
1832 - LA FUNDACION
Llegamos así, a la fecha de origen de la actual Concordia. Y aquí, como en otros momentos
de nuestro relato., tropezamos con distintas opiniones, cuyos conceptos daremos a conocer.
En el escenario de nuestra historia aparece fray Mariano José del Castillo, cura párroco de
Mandisoví. Este sacerdote fue uno de los pioneros de la fundación de Concordia. Entrevió
la importancia de un poblado más abajo del accidente geográfico del río, unión de un
tráfico comercial con el norte, que borraba la guerra pero sólo momentáneamente. Desde
que apreció la importancia estratégica del abandonado poblado, hizo cuanto estuvo a su
alcance para lograr el apoyo del Gobierno en el sentido de levantar lo que tal vez no
imaginó que sería la ciudad de Concordia. Por su parte, Aníbal S. Vásquez, en su libro Dos
siglos de vida entrerriana
, sostiene que el coronel Evaristo Carriego "fue el primero que
sugirió la iniciativa de fundar un pueblo sobre la barra del Yuquerí, lo que más tarde se hizo
con el nombre de Concordia. Era un hombre indudablemente inteligente, ilustrado y capaz,
cualidades sobresalientes que heredaron su hijo, el célebre periodista doctor Evaristo
Carriego, y su bisnieto, el poeta del mismo nombre y apellido."
El padre del Castillo asistió como representante del departamento a la Asamblea General
que se reunió en Paraná en noviembre de 1831, en la que tuvo una lucida actuación y abogó
por la fundaci6n del pueblo de El Salto. Sus palabras encontraron el eco apropiado. Y el 29
de noviembre de 1831 se expide un decreto de fundación de la Villa de la Concordia.
Sostienen algunos historiadores que ese decreto necesitaba la aprobaci6n del Congreso,
quien lo reitera, y por lo tanto, lo aprueba, el 6 de febrero de 1832.
Así surgen dos fechas de fundación y nace, por lógica, una polémica. De todas maneras, es
positiva esta divergencia, porque demuestra un real interés por conocer a fondo y
detalladamente nuestro pasado histórico.
Con la figura de fray Mariano José del Castillo debe ubicarse, también, al coronel Evaristo
Carriego, el que aspiraba trasladar a la antigua población de El Salto a los habitantes de
Mandisoví, y cuyos esfuerzos en ese sentido detalla el profesor César B. Pérez Colman en su libro El nord-este de Entre Ríos. Entre Ríos acababa de dar fin, con la Asamblea de 1831, a un período de convulsiones y luchas que hacían sumamente inestable la situación política. Concordia se convertía en un anhelo, no sólo de los entrerrianos, sino de todos los argentinos. Y sin embargo, la concreción del proyecto aún demandaría algún tiempo. Castro opina que la "inopia por que atravesaban las finanzas de la provincia retardó por muchos meses el cumplimiento material de la fundación, y recién el gobernador Pascual Echagüe, en octubre de 1833, designa al coronel don Antonio Navarro para que tome a su cargo la organización y construcción de la flamante villa, que se iniciaba en la vida política entrerriana con títulos de remarcable notoriedad". Por su parte, don Cesar Blas Pérez Colman opina que el retraso en cumplir lisa y llanamente con el decreto fundacional, se debe a una causa no prevista en dicho decreto. "Como lo tenemos expresado anteriormente —dice el historiador—, el lugar en que de acuerdo con la ley debía ocupar Concordia, era de propiedad particular, circunstancia que no fue prevista por la Legislatura al sancionar las leyes del 23 de noviembre de 1831 y del 6 de febrero de 1832, pues nada determinó en tal oportunidad sobre la compra o expropiación de la tierra". Efectivamente, la tierra sobre la que habría de levantarse Concordia era propiedad de don Manuel Antonio Urdinarrain. Agrega Pérez Colman: "Tengo la persuasión de que el fundado reclamo del señor Urdinarrain, debió ser el impedimento que encontró el gobierno para la fundación de la Villa con las formalidades que la ley establecía, y a dicho obstáculo insalvable en esos momentos, debe atribuirse el procedimiento escogitado para llevar a cabo la obra sin mayores violencias. El medio de ejecución eludía toda contienda y resolución, pues consistió en cambiar sin mayores formalidades el nombre a El Salto y fomentar luego su desarrollo, sin perjuicio de atender oportunamente el derecho del particular interesado". Y, en efecto, el litigio se inició y, finalmente, la justicia se expidió favorablemente a Urdinarrain. El 27 de octubre de 1833 aparece en la Villa de la Concordia quien habría de ser —según algunos historiadores— el constructor material del poblado. El coronel Antonio Navarro trae la misión de delinear la plaza, sus calles, lugar de la comandancia, iglesia, receptoría, etc., tarea que culmina el 10 de junio de 1834. En relación con la fecha fundacional de Concordia, merece destacarse una de las versiones. Señala ella que la fecha del 29 de noviembre de 1831 corresponde al decreto de la Honorable Cámara de la Provincia, uno de cuyos párrafos aclara: "y teniendo presente la Honorable Asamblea ser ésta atribución del Honorable Congreso, espera (la Cámara) que, decretando con las formalidades de estilo, la fundación de la indicada villa, con aquel nombre, ordene al Poder Ejecutivo su cumplimiento." Es por ello que el Congreso dicta el 6 de febrero de 1832 la ley que se considera fundacional, que consta de 6 artículos. El texto es el siguiente: "El Congreso de la Provincia de Entre Ríos vista la representación que dirigió al Exmo. Poder Ejecutivo el Sr. Cura Vicario de la Villa de Mandisoví, para llevar a debido efecto la fundación de la Villa Concordia, en el lugar del Salto o en otro inmediato que convenga, y tomando igualmente en consideración la nota del 31 pasado, el Exmo. Poder Ejecutivo con la cual fue elevada al conocimiento del Honorable Congreso, ha tenido a bien repetir el decreto que al efecto expidió el 29 de Noviembre del año pasado con arreglo a la indicada solicitud, contenido en los siguientes artículos: Artículo 1º Se faculta al Gobierno para que permita y tome las providencias precisas para la fundación de una Villa de "Concordia". Art. 2º Para la fundación de dicha Villa se formará una acta con todas las formalidades de estilo, para que conste el día que se dio principio a su fundación, la misma que deberá archivarse. "Art. 3º La delineación de la plaza, calles y el lugar para el templo y la Casa de Justicia se hará por sujeto inteligente, que arreglará la plaza de cien varas de frente, independientes las calles, que éstas deben tener catorce varas de ancho por cien de largo. "Art. 4º La iglesia se edificará en medio de una de las calles de la plaza con frente al oriente y en el otro costado que mire a su frente, se señalará el sitio que servirá para la Comandancia y Casa de Justicia, dando a cada una la extensión que necesita para edificios y demás usos. "Art. 5º El Gobierno nombrará el sujeto que considere apto para que se encargue del arreglo y cumplimiento de sus disposiciones para el logro de aquella fundación que se considera importante al engrandecimiento de la Provincia y ventajas que procede proporcionar a su comercio como también al Estado. "Art. 6º Comuníquese al Poder Ejecutivo para su cumplimiento, etc. Sala de Sesiones, Paraná, 6 de Febrero de 1832 Diego de Miranda, Presidente Ramón Pereyra, Secretario Más abajo se lee: "Cúmplase la precedente H. Resolución, publíquese por bando, fíjense copias en los parajes públicos y comuníquese a quienes corresponda. Firmado: ECHAGÜE Toribio Ortiz Secretario 1840 - DESTRUCCIÓN Y SAQUEO
Concordia se fundó como símbolo de paz entre los hombres de esta provincia. Y en verdad
que su fundación marca el fin de una época de verdadera convulsión. Con respecto al
Congreso de ese año, el Dr. Cesar Blas Pérez Colman afirma: "Con esta solución (el
nombramiento del coronel Pascual Echagüe como gobernador titular) los gobernadores de
Santa Fe y Buenos Aires se aseguraron contra posibles contingencias, pues
independientemente de la fidelidad de Echagüe, habían logrado conquistar la adhesión de
don Cipriano y don Justo José de Urquiza, que en esos instantes eran los hombres de mayor
relieve y valimento en la costa del Uruguay. Los demás jefes, como López Jordán (P),
Espino, Sola, Barrenechea, quedaron fuera de actividad, permitiendo con la prescindencia
política, que empezaran a actuar los hombres jóvenes, que hasta entonces habían tenido una
figuración secundaria".
Sin embargo, no todo fue tan simple como parece. Si bien las disputas internas menguaron
en intensidad, las intrigas continuaron, y tomaron mayor fuerza cuando Rosas, en 1835,
inició su dictadura, teniendo en sus manos la suma del poder público.
No hay documentación de esta fecha sobre la vida en Concordia. Los datos con que se
cuentan sólo enuncian los nombres de los pobladores más pudientes de la entonces villa,
que colaboraron con el coronel Navarro en reunir el dinero que faltaba para completar la
fundación, y que —según Antonio P. Castro— serian los siguientes: "Manuel Antonio
Urdinarrain, militar, propietario de la legua de tierra en que se levantó la ciudad; Domingo
Duarte Manzores, rico propietario y primer saladerista; Francisco Clusellas, más tarde
receptor; Francisco Uzal, su sucesor; fray Mariano José del Castillo, primer cura de
Concordia; Jaime Pratt; José Álvarez; Domingo Braga; Bossa; Mauricio Dunsford;
Alejandro y Miguel Baldracco; Francisco Pons; Antonio Avila; José Francisco Centurión;
Pedro Cristaldo; Manuel y Ponciano Cardozo; Francisco Legerén; Genaro Olmedo; José
León Quinteros, ricos propietarios y comerciantes y ganaderos."
El mismo autor aclara que además "de seguir las alternativas de la guerra civil que por esos
años ensangrentara nuestro suelo", la villa tuvo que soportar, en dos oportunidades, la
destrucción y el saqueo: en 1843 y en 1847 la aldea fue arrasada, y tras el robo y el pillaje,
sus habitantes se vieron obligados a abandonarla.
1847 - LA EDUCACIÓN
Esa laguna documental termina en1847 y hace referencia a la instrucción pública, rubro en
el que Entre Ríos se ha destacado netamente.
Antonio P. Castro dice que "Concordia ocupa uno de los puestos de avanzada dentro del
país en lo que respecta a la educación pública, destacándose el hecho de que siempre sus
funcionarios pusieron particular interés en acrecentar la cultura de la población,
protegiendo en toda forma las escuelas, fomentando su instalación, alentando a sus
directores. Tenemos en esta forma, durante el largo periodo que precedió a la caída de
Rosas, muchísimas escuelas, tanto públicas como privadas, funcionando normalmente, con vida propia, adelantándose a su época y a su población, que muchos eran simples soldados, de escaso vecindario. La primera escuela que se instaló en Concordia, en San Antonio de la Concordia, como se la llamaba primitivamente, se debe al general Urquiza, que como bien se ha dicho, "tiene el más grande título a que puede aspirar un organizador de pueblos: llenó de escuelas la provincia". Hacía pocos días había sido arrasado el miserable villorrio por una temible invasión de indios mandados por blancos desnaturalizados, la que fue tomada a saco, habiéndose destruido la pequeña iglesia, de la que se llevaron desde la pila bautismal hasta los libros. Poco a poco vino la reacción y en 1847, siendo su comandante departamental el general don Manuel Antonio Urdinarrain, propietario de la legua de tierra en que se fundara
Concordia, atento a su sólida cultura y al pedido que le hicieran los vecinos de la villa,
consigue que Urquiza instale la primera escuela pública, una de las primeras de la provincia
de Entre Ríos y quizá también del país".
Castro aclara que se levantó un buen edificio en la intersección de las actuales calles
Urquiza y Mitre, frente a la plaza principal, dándose comienzo a las clases a mediados de
1847. En el acto inaugural, se descubrió una placa, donde se había grabado la mencionada
fecha. Fue preceptor de aquella escuela el señor Ramón Prunes y ayudante don Narciso
Quinteros. Las clases para mujeres se iniciaron dos años después, a cargo de doña
Mercedes Taltbull. El edificio sirvió, desde entonces, para celebrar las grandes fiestas de la
población. Allí se dio el gran baile con que se solemnizó el 9 de agosto de 1850, con
motivo de la erección de la pirámide en la Plaza de Mayo, el homenaje al gobernador
general Urquiza, y que constituyó el más grande acontecimiento social de Concordia desde
su fundación.
Con respecto a la labor educativa, la instalación de la primera escuela dio impulso a la
instrucción privada. En 1852 "las señoritas de Ramos fundaban una escuela en la calle
Catamarca al llegar a Pellegrini", según una crónica del diario El Litoral de Concordia, de
la década del 20. Y agregaba que las hermanas de Artigas, el caudillo uruguayo, se
establecieron con otra escuela "en el terreno donde hoy se encuentra el teatro Odeón".
1850 - LA LIBERTAD
Junto a la educación nacía la libertad. El 6 de octubre de 1850, Urquiza llega en secreto a
Concordia, a bordo de la goleta "Flor de la Concordia". Lo acompaña su secretario privado,
Ángel Elías, y se reúne con el entonces gobernador de Corrientes, Benjamín Virasoro,
quien hizo el viaje en diligencia y de riguroso incógnito. El encuentro se lleva a cabo en el
domicilio particular del comandante militar de La Concordia, sargento mayor Francisco S.
Requena, ubicado en las actuales calles Urquiza casi esquina Alberdi.
Es indudable que en esta entrevista se plantó la primera semilla contra la tiranía de Rosas y
era el resultado de los lentos y secretos trabajos que venía realizando Urquiza.
Debe hacerse notar que una placa fue colocada en 1936, en el lugar donde se llevó a cabo la
entrevista. La misma fue donada por el señor Antonio P. Castro a la Municipalidad de la
ciudad, inaugurándose el día 10 de octubre del año mencionado. Entre quienes asistieron al
acto, la crónica periodística local menciona a "la hija del general Urquiza, doña Flora
Urquiza de Soler, y sus familiares; el doctor Domingo A. Larocca y su secretaria; don
Carlos M. Pérez; el presidente de la Comisión de Turismo, coronel Arturo Rawson; el jefe
de Policía, don Isaías Leiva; coronel Samuel Donovan; mayor Saavedra; ingeniero Luis
Jaureguiberry; doctor José Ravasio (que ocupaba la casa donde se colocó la placa); don
Honorio Labeque; don Ricardo Zorraquín; don Alberto Arruabarrena; don Guillermo
Yorio; el director de la Escuela Normal, profesor Felipe Gardell; don Domingo V. Costa;
don Miguel E. 'Castro y otros caracterizados vecinos
Y podemos decir que, a partir de 1850, Concordia empieza a hacer historia en Entre Ríos y
en el país, con hechos que trascienden la importancia local. En efecto, Antonio P. Castro
documenta que ese año se levanta el primer monumento a Urquiza en Concordia, y por lo
tanto, éste es el primer pueblo de la República que glorificó en mármol al futuro vencedor de Rosas. En sus Crónicas Históricas, el mencionado autor relata que el 9 de agosto era el santo de Urquiza y, como era costumbre entonces, todo el pueblo celebraba la fecha con festejos populares que alcanzaban contornos extraordinarios. En 1850 quiso hacerse algo mejor de lo que se venía realizando hasta entonces. Se nombró, con tal fin, una comisión de vecinos para que se ocupara de este asunto, que estuvo integrada por Estanislao Panelo, Anacleto Tirigall, Mauricio Dunsford, José M. Pelliza, Juan P. Barceló y Juan P. Penco. Los nombrados tuvieron la idea de levantar una pirámide "en el centro de la Plaza Mayor de esta villa, cuya duración debía ceñirse puramente a los tres días de festividad que preparaban". Sin embargo el entusiasmo popular superó los cálculos y las donaciones fueron extraordinarias. Surgió entonces la iniciativa de que la enunciada pirámide —que originariamente sería construida de cartón, madera y lienzo— "fuese erigida (.) con toda solidez y perfección". Además, llevaría la siguiente leyenda en uno de sus lados: "A Urquiza El pueblo de La Concordia Agradecido - 9 de agosto de 1850", con lo que se constituía en un verdadero homenaje a don Justo José. Solicitada la autorización pertinente, fue concedida. La construcción que se levantó entonces ya no fue una pirámide sino una columna. En su cúspide fue emplazado un busto de Urquiza, todo lo cual se terminó en 1851. El mencionado busto, que se trajo de Concepción del Uruguay, era de mármol, y se mantuvo en el lugar de su emplazamiento hasta 1871, o sea un año después de la trágica muerte de Urquiza. El 11 de abril "una tormenta terrible se desencadenó sobre Concordia, y un rayo vino a caer sobre el busto de Urquiza, destruyéndolo y dando con la cabeza al suelo —relata Castro— partida en pedazos, mutilando totalmente la obra que los hombres erigieran, yendo a parar, la masa de mármol deteriorado a la cárcel pública, donde durante largos años sirviera para picar la carne de los recluidos, con evidente olvido del respeto debido a los restos marmóreos del gran entrerriano". Cabe agregar que cuando fue demolida la columna, lo que ocurrió el 28 de diciembre de 1906, se encontraron dos tubos de plomo. Uno de ellos guardaba los antecedentes de la erección de la pirámide, en 1850. El otro, un rollo de papeles casi totalmente destruidos, pero en los que se advertía la siguiente inscripción:: "Viva la Confederación Argentina, Mueran los Enemigos de la Organización Nacional", y una fecha: "Mayo 24 de 1851", que Castro considera como la fecha de construcción de la columna y que vendría a concordar con la leyenda, puesto que el pronunciamiento de Urquiza se había realizado el 1º de mayo. En esto se basa el cronista local para manifestar que la columna de la plaza de Concordia fue el primer monumento a Urquiza en el país. 1851 - CIUDAD
A fines de 1851 toda la provincia de Entre Ríos se aprestaba a la formidable campaña
contra Rosas que había organizado Urquiza para derrocarlo. El futuro libertador había
pulsado el entusiasmo de sus comprovincianos y estaba profundamente grato a la adhesión
incondicional que advertía en todos los pueblos de la provincia. Como un premio y un
estímulo, el 8 de noviembre de ese año dictó el decreto que reproducimos textualmente:

"Gualeguaychú, Noviembre 8 de 185l
"El Gobernador y Capitán General de la Provincia de Entre Ríos en uso de sus
facultades con que se halla investido por el H. Congreso, ha acordado y decreta: Art.
1º.- Desde la fecha de la presente resolución, quedan erigidas en ciudades todas las
Villas, y en estas todos los Pueblos de la Provincia, con las prerogativas y exenciones
que como á tales les corresponden. Art. 2º.- Comuníquese, publíquese y dése al R.O.—
Justo J. de Urquiza".
Este decreto comprendía también a Concordia, que quedaba así erigida en ciudad, aunque
en honor a la verdad todavía no acusaba un progreso urbano adecuado y estaba muy
distante la época en que podría parangonarse con las ciudades más importantes de Entre Ríos.
1860 - EL HOSPITAL
Antonio P. Castro, en compañía de Hermenegildo E. Aramburo, tuvo oportunidad de
investigar, al parecer con documentos irrefutables, los inicios del hospital de Concordia. En
las páginas de La Calle, publicación periódica local, el señor Aramburo dio a conocer el
fruto de aquellos estudios. Textualmente, en la edición Nº 23 de la mencionada revista, el
señor Aramburo escribió:
Alrededor de 1860, un grupo de vecinos formó una Junta Administrativa, a la que se encargó la fundación de un Hospital de Caridad. Los principales integrantes de esta Junta fueron el vicario, presbítero Ramón Navarro, y los señores Julián Montaña, Mateo Iglesias, Fortunato Requena y Mauricio Dunsford. Su primera gestión fue coronada por el éxito: se obtuvo la donación de un terreno baldío ubicado en la esquina de las calles Buenos Aires y Rivadavia, llamado entonces Dos Solares. En ese lugar se construyeron, de inmediato, dos grandes ranchos de adobe y techos de paja. Después de haberse efectuado las instalaciones más elementales, entró a funcionar el Hospital de Caridad. A poco se presentaron las primeras dificultades. Parece que los medios con que se contaban no alcanzaban a solventar los gastos mínimos y la comisión se vio obligada a solicitar la ayuda del gobierno provincial. Pero éste exigió, como medida previa a cualquier colaboración, la donación completa de todo lo instalado. Ante esta situación, quienes habían contribuido en la humanitaria obra emprendida fueron consultados respecto a la determinación a tomar. En general, el sacrificio fue aceptado: la donación se concretó, en la seguridad de salvar la situación y suponiendo que, así, el Hospital habría de continuar funcionando. Pero la realidad fue distinta. Las dificultades fueron aumentando a tal punto que, aproximadamente en 1872, el entonces Jefe de Policía, don Aquileo González, en nombre del gobierno de la provincia, cedió a la Administración del Ferrocarril del Nord Este Argentino —en construcción— todo lo que se había instalado y que se había utilizado como Hospital de Caridad. Terminada la misión del hospital —un año después— el gobierno provincial restituyó a la Comuna —siendo Federico Zorraquín el presidente de la misma— el correspondiente terreno y las ruinas de lo que fuera nuestro primer hospital de Concordia. La misma revista La Calle, en su edición Nº 20, publicó un reportaje al Dr. David Pitashny —Director entonces (1970) del Hospital Heras— quien coincide a grandes rasgos con lo enunciado. Pero suma otros datos, recalcando que durante la Guerra de la Triple Alianza funcionó un hospital en donde su ubicó más tarde la Fábrica SACIC. Señala, además, que un hospital que sirvió de base al actual, se instalé en un barracón levantado en la intersección de las calles Pellegrini y Carriego, "donde están instalados los Escritorios Garat" (en esa época). 1865 - MITRE EN CONCORDIA
"Mitre se embarcó en Buenos Aires el 17 de junio de 1865, a bordo del vapor "Río de la
Plata" y llegó a Concordia al día siguiente", escribe Antonio P. Castro en sus Crónicas
Históricas
. Comenzaba así su campaña militar en la cruenta guerra contra el Paraguay. En
un principio se había determinado que la concentración e instrucción de las tropas aliadas
(Argentina, Brasil y Uruguay) se realizaría en Goya. Pero Mitre prefirió nuestra ciudad, tal
vez "conociendo la situación geográfica y estratégica de esta ciudad —asevera Castro—
ubicada en un punto no lejano del teatro de la guerra, en el paso obligado e histórico de
Buenos Aires a Corrientes y Paraguay, el mejor poblado de ese entonces, así como por la
riqueza natural de su zona
A su arribo a Concordia, "llovía torrencialmente, mas pese a ello fue recibido por numeroso
público que lo vivó entusiastamente, por las autoridades civiles y militares, destacándose el
Jefe Político del Departamento, teniente coronel Justo Carmelo de Urquiza, que, a raíz de
una carta del general Justo José de Urquiza, su padre, ofrecióse cumplidamente,
regalándole una valiosa tropilla de caballos, de un solo pelo, para su uso particular,
poniéndose incondicionalmente a sus órdenes".
Don Benjamín Gadea, estimado vecino de ésta, le ofreció su casa, amplia, céntrica y
cómoda. Una de las mejores del pequeño poblado. El edificio constaba de varias piezas, de
un hermoso patio, de un amplio sótano. Mitre instaló su vivienda en la parte que da sobre la
calle Córdoba (hoy Hipólito Yrigoyen) y su despacho en la última puerta sobre esa misma
calle. Las demás dependencias fueron ocupadas por las diferentes administraciones, propias
de un ejército en actividad.
El lugar mencionado se encontraba en la intersección de la calle mencionada con 1º de
Mayo. Hoy existe allí un edificio de departamentos.
En su propia habitación, el general Mitre recibió a los doctores Rawson y Elizalde.
También se celebró allí la histórica entrevista con Urquiza después de Basualdo. Y también
fueron sus huéspedes, en ese lugar, los generales Flores y Osorio, el vizconde de
Tamandaré, y Virasoro, entre otros tantos ilustres jefes.
El campamento propiamente dicho —aclara Castro— se ubicó sobre el arroyo Ayuí, al
norte de Concordia, el mismo lugar en que Artigas levantó su campamento cuando llevó a
cabo lo que la historia denominaría "Éxodo Oriental".
Alcanzó a tener 25.000 hombres en Concordia, siendo abastecidos exclusivamente por el
comercio de esta ciudad, que estaba representado por la firma Coll y Sardá, y constituyó
una verdadera sorpresa para el mismo Mitre, ya que le facilitó en grado sumo el más difícil
problema a que se viera abocado, como era el mantenimiento de tan gran número de gente.
El 9 de septiembre, con su ejército organizado y disciplinado, el ilustre visitante partió al
frente de batalla, asistiendo a la toma de Uruguayana.

EL PRIMER PERIÓDICO
Fue éste el año en que se introdujo la imprenta en Concordia y se editó el primer periódico,
que llevó la denominación de El Republicano. La fuente que suministra este importante
dato, es la revista "Sarmiento", editada en 1916 por el magisterio local.
Sin embargo, Antonio P. Castro afirma que Olegario V. Andrade, en junio de 1871, fundó
el periódico La Libertad, que "fue el primero que vio la luz pública en Concordia.",
sostiene.
1867 - LA LOGIA MASONICA
El 11 de enero de 1970, La Calle publicó una nota referida a la masonería en Concordia. En
ella se señala que en el año 1867 fue fundada la logia "Rectitud", en nuestra ciudad, la que
aún se mantenía en actividad a la fecha de la publicación citada (1977). Agregaba el
comentario que, con posterioridad, fue creada otra —"Derecho Humano"— exclusiva para
mujeres, aunque supervisada por hombres.
En la mencionada nota se publicaba también una fotografía en la que aparecían numerosos
integrantes de la masonería local.
1869 - POBLACIÓN
"Para la época de la fundación de Concordia —se lee en la publicación titulada Cien
Ciudades Argentinas
, aparecida en 1927, dedicada a nuestra ciudad—, toda la provincia de
Entre Ríos tenía una población de 30.000 habitantes. En 1849, Urquiza hizo levantar un
censo provincial que arrojó una población total de 47.631. La población urbana estaba
concentrada casi exclusivamente en las ciudades de Paraná, Concepción del Uruguay y
Gualeguaychú, siendo muy ínfima la proporción que correspondía a la incipiente villa de
Concordia.
El primer censo nacional realizado en 1869 bajo la presidencia de Sarmiento fue una
revelación. La ciudad de Concordia encerraba en su recinto 5.489 habitantes y ocupaba ya
el quinto lugar entre las ciudades entrerrianas, después de Paraná, Concepción del Uruguay,
Gualeguaychú y Gualeguay. Todo el departamento de Concordia tenía entonces una
población de 12.198 habitantes.
Cuando se realizó el segundo censo nacional, en 1895, Concordia había excedido el doble
de su población y se colocaba en tercer término entre las ciudades de su provincia,
reconociendo primacía sólo a Paraná y Gualeguaychú. En 1914, época del tercer censo, era
ya la segunda ciudad de la provincia.
Las alternativas crecientes de la población de Concordia, a partir del primer censo nacional, pueden observarse claramente en el siguiente cuadro. EL CORREO
También data de 1869 la instalación en Concordia, del Correo y Telégrafo Nacional, según
dato aparecido en la revista Sarmiento, mencionada anteriormente.
Por su parte, el señor H. E. Aramburo, en La Calle, del 26 de junio de 1970, cuenta que
alrededor de 1906, es decir, más de treinta y cinco años después, este organismo ocupaba
un primitivo edificio construido de barro, con paredes de más de medio metro de ancho y
vigas o tirantes de lapacho, ubicado en la esquina de las calles Urquiza y Buenos Aires,
pintado de un rojo oscuro, con entrada por la calle Urquiza y con grandes ventanales
cubiertos por rejas de hierro. En esa época no había las llamadas estafetas o agencias, lo
que resulta explicable, por cuanto la población de la ciudad andaría orillando los veinte mil
habitantes.
Para llevar o recoger la correspondencia —cuenta Aramburo, refiriéndose a principios del
siglo XX— la dependencia tenía una especie de furgón de cuatro ruedas, todo cerrado, con
una puerta trasera, tirado por un par de caballos. Pintado de negro, a sus costados, en
grandes letras blancas, resaltaba la palabra "Correo".
Años más tarde, el Correo debió desocupar la casa. La propietaria del inmueble dispuso la
construcción del actual edificio para instalar un hotel. Por esta razón, la dependencia
nacional se instaló en una casa más amplia y con mayores comodidades, donde actualmente
funcionan las oficinas de la Aduana, es decir, en la esquina de las calles 1º de Mayo y La
Rioja.
Por su parte, la Aduana ocupaba un local en calle Roque Sáenz Peña. Pero cuando se hizo
imperiosa su mudanza, se instaló donde se halla actualmente, razón por la cual el Correo
debió dejar esa esquina. Alrededor de 1916 se ubicó en calle Pellegrini y Corrientes, con
entrada por ambas, propiedad del señor Juan Caminal.
Tal vez por ese frecuente cambio, fue necesario pensar en la "casa propia", lo que con el
tiempo se resolvería favorablemente, yendo a ocupar las instalaciones de calle Hipólito
Yrigoyen.
NACE DAMIAN P. GARAT
"Poeta lleno de emoción patriótica, cuyos versos hicieron vibrar de entusiasmo a la
juventud y que aún hoy es leído en toda la República", señala una publicación de 1928.
"Había nacido en Concordia —en 1869, según se lee en Concordia, mi ciudad, de Sara
Neira— y después de ejercer el periodismo en su ciudad natal, fue a ensayar su pluma en
otros escenarios, recogiendo triunfos y laureles, y descollando en los torneos literarios.
Cuando volvió a su ciudad conquistó rápidamente un sólido prestigio, siendo llevado por
sus convecinos a ocupar una banca en la legislatura provincial. Más tarde, durante la
gobernación del doctor Crespo, fue llamado a desempeñar el Ministerio de Hacienda, y este
hombre de letras, que a ellas debía su prestigio en la provincia, demostró acabadamente que
no estaban reñidas con los números, realizando una labor que puede considerarse ejemplar
en aquel ministerio. Electo más tarde diputado nacional por la Concentración Popular de
Entre Ríos, se hallaba desempeñando esas funciones cuando la muerte lo arrebató al cariño
de su pueblo, el 5 de abril de 1921".
1870 - ASESINATO DE LOS HIJOS DE URQUIZA
El 11 de abril de 1870, Concordia fue escenario de un doble asesinato: el de los coroneles
Justo Carmelo y Waldino de Urquiza, hijos del vencedor de Caseros, víctimas de un
complot que atentó principalmente contra el general Justo José de Urquiza.
Antonio P. Castro escribió ampliamente al respecto. Y nos ajustamos estrictamente a lo que
él publicó sobre este hecho, referido exclusivamente a la muerte de los hijos de Urquiza,
acaecido en nuestra ciudad.
"Para que el golpe tuviera éxito —dice— era necesario terminar, no sólo con Urquiza, sino
con sus hijos —Justo Carmelo, jefe político de Concordia, y Waldino, comandante militar
del departamento—. En ellos descansaba la autoridad de aquel y los conjurados temían que
fueran los vengadores de su padre.
Justo Carmelo o Justo del Carmen (Justito) era coronel y desempeñaba el cargo de jefe
político de Concordia desde hacía varios años. "Era hombre de sanas costumbres —dice
Castro— muy de su casa y querido por la población, en su triple carácter de autoridad, hijo
del gobernador y de su bondad".
Waldino —tenía el mismo grado que su hermano— era comandante militar del
departamento y brazo derecho del general. "Militar recto, de carácter duro y autoritario, sin
llegar jamás a la arbitrariedad, hacía respetar en todo momento el poder de su padre,
siempre amenazado por sus encarnizados enemigos. Era el ojo avisor que constantemente
guardaba las costas del Uruguay contra cualquier ataque imprevisto".
Waldino no sólo ayudó a Mitre cuando éste preparaba sus tropas para invadir el Paraguay,
sino que tuvo destacada actuación en la guerra civil uruguaya, y fue recomendado al
gobierno por su valor en el combate de Itapeby. Participó también en la batalla de Caseros,
en la que su división persiguió al enemigo en la huída.
Según Castro, "Justo Carmelo era de temperamento bondadoso y afable, hombre de
costumbres sencillas y sin complicaciones. Acostumbraba reunirse casi de noche a noche
en el hotel "La Provincia", situado en calle Entre Ríos Nº 526, propiedad del coronel
uruguayo Aberasturi, acompañado de un grupo de amigos, entre los que estaban don
Mariano Querencio, Herrera, Jeneiro y el mencionado Aberasturi, a jugar una partida de
naipes y tomar mate.
Esa noche se hallaba como siempre en el hotel de Aberasturi, entregado a la tranquila
partida acostumbrada".
La tarea de ejecutar a la víctima había sido sorteada privadamente, explica el autor citado,
entre los complotados. La misión recayó sobre el mencionado Herrera.
"Urquiza estaba sentado al borde de una cama —retomamos a Castro— y tenía a su lado a
Herrera y a Jeneiro y al frente, a Querencio y a Aberasturi. La partida seguía
desarrollándose tranquilamente cuando llegan a la puerta de la pieza varios personajes
emponchados: era la señal de que Waldino había sido ya asesinado. Al verlos, Querencio se
levanta y desenfunda dos pistolas de dos caños y apuntándole le intima rendición,
comunicándole que había estallado un movimiento revolucionario contra su padre, que
acababa de morir, así como su hermano Waldino y otro miembro de la familia Urquiza.
Instantáneamente, Herrera, el ejecutor trágico, le dio una terrible puñalada en el pecho,
derribándolo inerme.
Rodéanlo los asesinos y cerciorándose de su muerte, lo meten en una bolsa que atan a la
cola de un caballo, y en esa forma, arrastrándolo por nuestras calles, lo llevan hasta un
bañado, cerca del Yuquerí, frente al viejo hipódromo, conocido por Paso de la Barca, donde
lo dejaron abandonado y cubierto con ramas para encubrir su crimen. Algunos meses
después un niño de las inmediaciones, apellidado Ruggero, de unos hornos cercanos,
encontró casualmente el mutilado cadáver, que se dijo pertenecía al ex jefe desaparecido.
Waldino de Urquiza había sido, mientras tanto, la primera de las víctimas en Concordia,
porque era a quien más temían los complotados, talvez "por su prestigio personal y político
y por su ascendiente sobre la población".
Este hijo de Urquiza vivía "en la casa ubicada en la esquina de las calles 1º de Mayo y
Pellegrini, frente a la plaza principal, al lado de la Jefatura de Policía.
"Entre las doce de la noche y la una de la madrugada —relata Castro— del 11 de abril de
1870, varios hombres a caballo llaman a la casa del coronel Urquiza. Este sale rápidamente
en paños menores, cubiertas sus espaldas por un poncho de vicuña, y al inquirir las causas
del llamado, uno de los asesinos —conocido del Jefe—, le dice que su compadre y amigo el
coronel Domingo González, emigrado uruguayo, se encontraba gravemente enfermo y le
rogaba fuera inmediatamente a su casa. A todo esto, el coronel Urquiza, ya pasado todo
temor, estaba sobre el cordón del zaguán, y en un momento dado, los demás hombres le
tiran un poncho sobre la cara y rápidamente es maniatado y aprehendido, todo dentro del
mayor silencio y en brevísimos segundos.
Enseguida fue enancado sobre un caballo y la partida de asesinos enfiló velozmente por la
calle 1º de Mayo y llegando a la altura del Cementerio Viejo, lo ultiman lanceándolo
ferozmente y lo arrojan luego a través del muro del mencionado cementerio, donde lo dejan
y huyen nuevamente en dirección al centro, para proseguir su obra nefasta Días después el
cadáver fue sepultado sin ceremonia alguna.
Las implicancias históricas de estos hechos no corresponden a este trabajo. Por lo demás,
son ampliamente conocidas.
1872 - LA BIBLIOTECA POPULAR
En agosto de 1871, la Legislatura provincial sanciona una ley acordando gran protección a
las bibliotecas populares y fomentando su desarrollo. También en la misma fecha se
sanciona un reglamento para las escuelas públicas, disponiendo que cada una "tendrá su
biblioteca, formada por lo menos con un ejemplar de las siguientes obras" (y cita sólo cinco
libros), que eran: Economía de las Escuelas, por Wikersham; Legislación y Jurisprudencia
de la Educación
, por Pedro Quiroga; Guía del Preceptor Primario, por Suárez; Catecismo
de Agricultura
, por Caravia; y Elementos de Física Terrestre, por Sismonda.
A principios de 1872, Concordia fue una de las cinco ciudades entrerrianas que contaban
con bibliotecas populares, junto con Gualeguaychú, Paraná, Diamante y Concepción del
Uruguay. Para llegar a ello, debemos recurrir nuevamente a Antonio P. Castro.
"Concordia tenía 7.498 habitantes y aún no se había inaugurado el Ferro Carril del Este"—
dice el autor—, que la transformaría, posteriormente, en una plaza comercial de
importancia. Todavía "era una aldea perdida entre los montes". Viajaba entonces por Entre
Ríos el Dr. Onésimo Leguizamón, "en especial misión de crear bibliotecas populares,
enviado por la Comisión Protectora de Bibliotecas, creada por Sarmiento y Avellaneda
poco tiempo antes".
Al llegar a Concordia, el Dr. Leguizamón se puso en contacto con Olegario V. Andrade
quien, en aquella época, dirigía el periódico La Libertad. A través del mismo se inició una
campaña entre el vecindario, tendiente a la instalación de una biblioteca. El resultado
inmediato fue la formación de la "Sociedad Mann", la que tendría a su cargo el
establecimiento de escuelas y de una Biblioteca Popular.
El mismo Andrade fue nombrado presidente en la asamblea realizada el 20 de marzo de
1872. Sarmiento, Leguizamón, Andrade y otros vecinos efectuaron las primeras donaciones
y, con no más de cien volúmenes, la biblioteca empezó a funcionar. Además de Andrade,
según los datos que Castro pudo obtener en sus investigaciones, integraban aquella primera
comisión directiva, los señores Bernardo Ramírez, Manuel Beceyro, José Estanislao
Cortínez, José Segarra, Buenaventura Olivera Lamas, Federico Zorraquín, Gabriel Pérez
Viniega, Saturnino Soage y Enrique Santos.
En 1873, con motivo de la inauguración del Ferrocarril del Este Argentino, Sarmiento llegó
a Concordia acompañado por Vélez Sarsfield, Dardo Rocha y otros, y al visitar la
biblioteca, estimuló a Andrade por la obra que venía sosteniendo.
Pero el esfuerzo es muy grande para la "Sociedad Mann", y Andrade, temeroso de perder lo
hecho en los primeros años y tener que cerrar aquel centro de cultura, resuelve pedir apoyo
al Liceo Recreativo, entidad social de nuestro medio. En una asamblea de vecinos y socios
se resuelve restablecer la biblioteca y se constituye una comisión vecinal con ese fin, bajo
la presidencia del cura y vicario de esta parroquia, don Juan Bautista Aguinaga.
El 21 de abril de 1875 se instala solemnemente en el local del Liceo Recreativo —en calle
Entre Ríos Nº 522, que posteriormente fue ocupado por el diario El Litoral— la Biblioteca
Popular de Concordia. El acontecimiento dio lugar a un acto muy lucido, según el autor
consultado, pues además se trataba de allegar fondos para la adquisición de muebles y
libros. En la velada literario-musical que se llevó a cabo, prestaron su concurso las señoritas
María y Agustina Andrade, hijas del iniciador y poeta, y Dolores Lapalma. También estuvo
presente el Dr. Nicolás Avellaneda, Presidente de la República, quien se encontraba en nuestra ciudad con motivo de la inauguración del ferrocarril a Monte Caseros. Se efectuó una colecta que arrojó un total de $ 1.900,42, en la que se incluyen subsidios y donaciones del gobierno provincial, nacional y municipal. Muchas personas hicieron donaciones en libros. En total se reunieron 623 obras que, "en aquella época y en la pequeña ciudad, eran un verdadero tesoro". Al finalizar 1876, se habían obtenido 1018 libros. La biblioteca vivió su edad de oro hasta 1880, aunque dependiendo de distintas entidades, ya que el Liceo Recreativo tenía un rival en el Casino Progreso. Cuando ambas se fusionaron, surgió otra sociedad denominada Unión, donde continuó funcionando la biblioteca, que continuamente aumentaba el caudal de obras hasta llegar a la cantidad de 3.000 ejemplares. Pero también la Unión entró en liquidación y la biblioteca quedó a disposición de la Municipalidad. A mediados de 1880, el Concejo fue puesto en conocimiento de que debía votar la cantidad necesaria para los gastos de reinstalación y sostenimiento de la biblioteca. y en agosto dc 1881 el presidente de dicho cuerpo recomienda pronto despacho a la comisión respectiva. El 27 dc octubre se resuelve nombrar una comisión de vecinos que se encargara de aquella tarea y que informaran a la Municipalidad sobre gastos y recursos. Mientras tanto, los libros se destruían en un rincón de la vieja casa municipal. El 23 de agosto de 1882 se resuelve reinstalar la biblioteca en "el local del Instituto Mercantil", quedando bajo la inmediata vigilancia de una comisión formada por los señores Eduardo Gonzáles, director de dicho instituto, y municipales don Timoteo Rodríguez y don Cupertino Otaño. Respecto al nombrado Eduardo Gonzáles, Antonio P. Castro aclara que fue "maestro nombrado por Sarmiento para dirigir una Escuela Pública en ésta en 1873. Fue autor de un Tratado dc Aritmética Elemental, editado en Salto (Uruguay) en 1875, y que es probablemente el primer libro dc estudio escrito en Concordia". Pero aquella resolución de 1882 recién se puso en práctica. ¡después del 10 de marzo de 1885! Y ello porque la Municipalidad recibió una nota de la Comisión de Instrucción Pública en la que se solicitaba la entrega de la biblioteca al presidente de la sub-comisión escolar de esta ciudad. Esta biblioteca estuvo instalada en la esquina de las calles Urquiza y Alberdi. Allí funcionó hasta 1892, pero fue poco concurrida. El 9 de mayo del año citado se entregó a la sociedad "Educacionista Popular". Era ésta una sociedad fundada el 27 de septiembre de 1891, cuyos fines, entre otros, fueron "sostener y dirigir una Escuela Profesional de Niñas (que funcionaba en la Escuela Graduada Mixta) —comenta Castro— y una nocturna para adultos". Uno de sus primeros actos fue reinstalar la Biblioteca Popular. Dice Antonio P. Castro: "Como se ve los propósitos y fines eran nobles y llevados rápidamente a la práctica, dieron frutos tan elevados que Concordia ocupó en 1892 y años siguientes, uno de los puestos a la vanguardia de la educación popular. Además era la organizadora de las fiestas cívicas y hasta las procesiones del 25 de mayo eran dirigidas por ella". En marzo de 1920, el gobierno de la provincia aprobó sus estatutos y le acordó la personería jurídica. Desde entonces, las distintas comisiones directivas tendieron a obtener el local propio. Como la provincia donara oportunamente el terreno ubicado en las esquinas de las calles 1º de Mayo y Córdoba (hoy Hipólito Yrigoyen) se iniciaron las gestiones para conseguir la escrituración del inmueble. Esto se demoró algunos años y, mientras tanto, se organizaron distintos actos con cuyos beneficios se habría de edificar el local. Esta institución —la "Educacionista Popular"— solicitó a la Municipalidad la entrega de la Biblioteca Popular (en poder del Instituto Mercantil) "ya sea en calidad de adjudicación perpetua, ya en la condición de administrarla solamente, sin cesión de propiedad", según rezaba la nota firmada por el presidente de la "Educacionista Popular", profesor Avelino Herrera. Otros integrantes de la misma, en aquella época, eran Francisco Podestá, Domingo Giuliani, Mariano R. Jurado, Manuel Morón, Timoteo Rodríguez, Juan Thiers, Fernando García, Alberto Núñez, Manuel García Pérez y Leoncio De Luque, entre otros. "En la sesión siguiente del Concejo Deliberante, el 15 de enero de 1892, después de una memorable sesión que fue comentada durante mucho tiempo en todos los círculos de Concordia por sus incidencias, se aprobó la transferencia de la biblioteca a la Sociedad Educacionista Popular, en carácter de administradora, con cargo a devolverla nuevamente a la Municipalidad, en caso de disolución o de mala administración". Desde entonces comenzó la era de prosperidad de la biblioteca. En sus salones se realizaron veladas artísticas, festivales literarios, conferencias de personalidades de valía en el mundo de las letras argentinas, conciertos, etc. Una comisión auxiliar de mujeres tuvo a su cargo allegar fondos para la adquisición de libros y muebles. Sus integrantes —María Beceyro de Costa, Elena Meyer de Montero, Lucía Chans de Olarán, María Piquet de Boglich, señora de López, Eustelia Olmedo y Estanislada Calonge— cumplieron exitosamente su labor en todas las oportunidades. Como el objetivo principal de la "Educacionista Popular" (sostener escuelas de niñas y nocturna de varones) quedaba cumplida al crearse y fomentarse la instrucción pública, haciéndola obligatoria y accesible para todos, en la asamblea realizada el 21 de enero de 1919 se resolvió "designar bajo la denominación de Biblioteca Popular de Concordia, lisa y llanamente, a la vieja institución educacional, continuando, dicen sus estatutos, la obra de la Educacionista Popular, que es "propender a la elevación intelectual del pueblo, mediante la difusión de libros instructivos, salas de lecturas, conferencias, etc." Sumados a los subsidios nacionales, provinciales y municipales, se obtuvieron $ 44.000, importe total de los trabajos, que dieron comienzo en 1928. El arquitecto Gabriel Dullin confeccionó los planos, y don Alejandro Pípolo tuvo a su cargo la construcción, que demandó $ 16.700. El 1º de julio de 1931, sin ceremonia ninguna, se inauguró el edificio propio de la Biblioteca, al que todas las comisiones habían puesto su granito de arena. La que presidía Domingo V. Costa tuvo el honor de culminar la enorme tarea. EL CASINO COMERCIAL
Según Antonio P. Castro, en 1872 se inicia una nueva etapa de la vida en Concordia,
especialmente en su aspecto social. En uno de sus escritos, afirma que después de estallar el
movimiento que culminó con la muerte de Urquiza y de sus hijos, un profundo decaimiento
social se abatió sobre nuestra ciudad. Se suspendieron todas las actividades de esta índole,
reinando un caos irreprimible que fue aprovechado por bandas de facinerosos que asolaban
la ciudad y la campaña. Concordia se veía constantemente amenazada por la invasión
jordanista y sus habitantes estaban dispuestos a repeler cualquier ataque dentro de la
ciudad. En tales circunstancias, las tertulias que se pudieron realizar fueron de carácter
íntimo y en conocidas casas de familia, sobre todo por cumpleaños o casamientos. Este era
el triste panorama social de Concordia con anterioridad a la fundación del Casino Progreso,
que marcó rumbos en nuestra ciudad.
Correspondió a Olegario V. Andrade—continúa el autor citado— la tarea de concretar esta
iniciativa. Llegó a Concordia en agosto de 1870 como Administrador de Aduana y se
encontró con la paralizada vida social que se ha detallado. Venía precedido por su merecida
fama adquirida en su actividad periodística y política en Gualeguaychú y también, a pesar
de su idealismo como buen poeta que era, por la practicidad de sus ideas y su inteligencia
poco común.
Comprendió Andrade que había una extraordinaria desunión, que el terror y la delación
imperaban en Concordia. Se dio a la tarea de sumar voluntades y de rehacer la sociabilidad
perdida y desprestigiada.
Debió luchar con todas sus fuerzas para poder imponerse. En 1871 fundó el periódico La
Libertad
que, asegura Castro, "fue el primero que vio la luz pública en Concordia". Creó
también la biblioteca popular, y tuvo otras interesantes iniciativas, en todas las cuales
bregaba por el mantenimiento de la vida social que se cristalizó luego en la fundación "del
primer centro de esta índole en Concordia". Nació así el "Casino Progreso". No está fijada
exactamente la fecha de su fundación pero se estima que probablemente fue en septiembre de 1872. Pocos socios, pues todavía se vivía bajo la impresión de los acontecimientos políticos, pero sí, las fiestas que se organizaron se caracterizaron por el entusiasmo y la alegría. Poco a poco, luego del homenaje rendido al gobernador de la provincia, Dr. Leonidas Echagüe en dos oportunidades (1872 y 1874), las fiestas adquirieron mayor esplendor. Otro baile suntuoso —que cita el mismo autor— fue el realizado el 21 de abril de 1875, con motivo de la visita del presidente de la República, Dr. Nicolás Avellaneda, que vino a inaugurar la línea férrea de Federación a Monte Caseros. Avellaneda llegó en el transporte de guerra "Pavón", acompañado por Eduardo Wilde, el capitán de navío Iturrieta, el general Lucio Mansilla, su secretario don Manuel M. Zorrilla, don Eduardo Mulhall, el almirante Solier, el gobernador de la provincia, doctor Leonidas Echagüe y sus ministros de Hacienda y Gobierno, y otros distinguidos miembros de su comitiva, quienes fueron agasajados en el Casino con una fiesta inolvidable, según escribió don Domingo L. Marote, que asistió como cronista del periódico El Ferrocarril. También se destacaban los bailes de carnaval organizados por el "Casino Progreso", que contaban con toda la alegría y todo el esplendor que cabía esperarse de la época y el lugar. Cabe consignar que la sede de esta entidad se ubicaba en calle Entre Ríos Nº 713, en la que permaneció hasta su disolución, en 1878. Posteriormente, el lugar fue ocupado por la Librería Seguí, hoy desaparecida. Es conveniente aclarar que la sociedad concordiense sufría, en 1872, la misma división que separaba el país en dos grandes grupos: los "crudos" y los "cocidos", es decir, "gallegos" y "criollos". Se dice que el Casino Progreso era un centro hermético, donde sólo tenían ingreso las personas de fortuna y de apellidos prestigiosos, dejando a un lado, a veces, a elementos ponderables. Así surgió la rivalidad, peligrosa, con partidarios de figuración en ambos bandos. El encono llegó a expresarse en el seno de respetables familias hasta el grado de que distinguidas mujeres, jóvenes y ancianas, intervinieron directamente. Castro dice que los "criollos" fundaron el "Liceo Recreativo", donde instalaron la biblioteca —como lo destacamos anteriormente— y jamás una de las familias asistentes al Casino puso el pie en el Liceo. Hasta hubo un duelo que, si bien solo arrojó un herido, no logró ningún tipo de reconciliación. La diferencia entre los dos centros estaba bien marcada: el Casino se dedicaba a las reuniones sociales, en tanto que el Liceo proporcionaba, además, tertulias, lecturas públicas, conferencias literarias y, sobre todo, una biblioteca que congregaba a muchísimos lectores, puesto que era la única existente. La situación no podía continuar. Los hombres más serenos de ambas instituciones lo comprendieron así y resolvieron, apoyados por los neutrales, poner fin a esta situación, que ya era insostenible. Fue menester pensar en la fusión, para que se pudiera contar con una institución firme, sólida. Así surgió la Sociedad "Unión", el 7 de noviembre de 1876, pero desgraciadamente no pudo mantenerse debido a una serie de factores. Las últimas fiestas sociales realizadas en los salones de la "Unión" fueron organizadas por las sociedades carnavalescas "El Cloroformo" y "La Marina", en celebración, precisamente, del carnaval. La Sociedad ‘‘Unión'' solamente lo fue de nombre porque las posiciones enfrentadas de los hombres que dirigían a cada una de ellas, se agravaron a tal extremo que el asunto fue llevado a los tribunales de justicia. El punto en discusión era el lugar del nuevo club o entidad. Los tribunales fallaron a favor del Liceo y si bien el Casino acató la resolución, sus socios hostilizaron tan tenazmente a la otra parte y se le hizo un vacío tan absoluto que sólo merced a que la biblioteca funcionaba en sus salones, pudo sostenerse unos años. Pero en 1880 debió clausurarse la actividad de la Sociedad "Unión" y también terminó así parte de la vida social de Concordia. Dos años pasaron sin ningún centro social. El Diario El Progreso propugnaba la fusión de las sociedades "La Marina" y "El Cloroformo", de arraigo en nuestra ciudad, para que con ellas como base pudiera formarse otra sociedad como las que habían desaparecido. Esto se concretó en 1882, fundándose el Casino Comercial. Cabe acotar que el Dr. Leoncio de Luque, que fundara y dirigiera el Semanario Comercial —primer periódico comercial de Concordia, según Antonio P. Castro— también propugnaba la creación de un centro social, haciendo un llamado, en la edición del 16 de octubre de 1881, al "elemento comercial (de la ciudad) y a las personas más caracterizadas de ese gremio". Las primeras autoridades fueron: presidente, Dr. Felipe Heras; vicepresidente, Luis Burone; secretario, Luis R. Costa; vicesecretario, Mateo Iglesias; tesorero, Indalecio Menchaca; vicetesorero, Antonio Martín; vocal, Gaspar Aromí. El Casino Comercial se instalé en los altos de la casa ubicada en calles Pellegrini y Mitre, propiedad de don Joaquín Comas, y abonaba una mensualidad de setenta y cinco pesos fuertes, incluido la parte baja que fuera ocupada por el bar y billares de don Santiago De Donatis hasta 1884. El alumbrado usado en el local era a kerosene, único existente en la primera época de su fundación. Recién en noviembre de 1897, y a titulo de ensayo en esta ciudad, se implantó la luz a gas de acetileno, y en 1898, en enero, en el baile organizado por la Sociedad de Beneficencia, los salones fueron espléndidamente iluminados con este tipo de gas, según comentó un diario de entonces. El alumbrado eléctrico se instaló definitivamente en 1900, bajo la presidencia de don Jaime Ferrer y Barnada, estando la labor a cargo del especialista don Juan Mariano Passo. El Casino Comercial se inició con 65 socios. En 1882, al terminar el primer período social, contaba con 107. En 1896 tenía 224; en 1907 figuraban 205 en sus registros, y al disolverse, en 1910, pasaron al Club Progreso 216 asociados. Algunos de los hechos que jalonan la historia del Casino Comercial conforman también la historia de Concordia. Por ello lo señalamos a continuación: En junio de 1882, don Juan B. Arcioni vendió al Casino un piano de segunda mano en 425 pesos fuertes. Un año después, el Casino se hizo cargo de la orquesta "La Marina", que dirigía el conocido músico y compositor don Ángel Libarona, integrada por distinguidas personas de nuestro medio. Esta sociedad musical había sido fundada el 29 de mayo de 1875 por don José Clusellas, Alberto Flaschland, Juan C. Rodríguez y otros. El primer aparato telefónico del Casino fue instalado por don Bartolomé Carlevaro, en junio de 1885. El 10 de agosto de 1890 se realizó un gran baile en celebración de la caída del gobierno del doctor Miguel Juárez Celman. Por primera vez se iluminó con luz eléctrica los salones del Casino, aunque con carácter precario, instalándose una dinamo conectada al motor de la imprenta del diario El Amigo del Pueblo que trasmitía la corriente. El primer fonógrafo que vino a Concordia se instaló en el Casino en julio de 1895. Constituyó una de las más grandes novedades de la época. Se cobraba por oír tres piezas la suma de cincuenta centavos y su hábil explotador ganó mucho dinero. La Sociedad Rural de Concordia terminó de construir un edificio propio en el bulevar San Lorenzo en 1905. Lo inauguró solemnemente el 1º de octubre y con motivo de la 7ma. Exposición Feria. En el Casino se realizó, por supuesto, un baile de gala, y la Sociedad Rural contribuyó con dos mil quinientos pesos para solventar los gastos. El Casino Comercial ocupó varios locales debido a distintas circunstancias. Ya hemos nombrado el primero de ellos. Posteriormente se ubicó en la esquina de Urquiza y Mitre, en una verdadera tapera, según comentario del propio Castro, que en 1935 ocupaba el "Bar Unión". En 1885 don Federico Zorraquín construyó el hermoso edificio de calles Pellegrini y 1º de Mayo —actualmente ocupado por el Hotel Colón—. El Casino arrendó los altos y abajo instaló un café y billares don Juan Chaumineaux, quien al poco tiempo fue reemplazado por don Santiago De Donatis, y en 1887 por don Francisco Luchetti. Posteriormente, el Casino pasó a ocupar el local de 1º de Mayo Nos. 67-71, que posteriormente fuera ocupado por la Farmacia Siburu y más tarde por el Centro Español. Allí transcurrieron once años y en 1898 se trasladó a la casa propiedad del señor Tacciolli, calle 1º de Mayo y La Rioja, antiguo edificio ocupado por el Banco de Londres. En 1902, nueva mudanza: esta vez a Urquiza y 1º de Mayo, ocupada después por la Casa Amiano y, actualmente, por el bar Ideal; por último, casi ocho años después, se trasladó al local que construyeron los señores Isthilart, Robinson, Mendiburu y Legerén, en Mitre y Pellegrini, que fuera sede del Centro Empleados de Comercio. Allí estuvo desde 1910, en que el Casino Comercial se transformé en el Club Progreso. Al finalizar el período 1908-09, la Comisión Directiva del Casino era presidida por el doctor Manuel del Cerro Requena, quien consideró que era necesario que se cambiara el nombre de la institución para designar con certeza la verdadera misión de la entidad en la vida social de Concordia. Entonces, en una numerosa asamblea reunida el 12 de marzo de 1910, se aprobó dicho proyecto. La denominación elegida fue la de Club Progreso, especificándose en los nuevos estatutos que el Club Progreso sería la continuación del Casino Comercial. Al hacerse la transformación, la cantidad de socios llegaba a 216, contaba con un capital de 9.291 pesos en muebles y 3.690 pesos en efectivo. La mudanza comenzó en abril de 1910 y terminó el 10 de mayo. La primera comisión directiva del Club Progreso fue presidida por don José Boglich. Fue ardua la tarea que debieron desarrollar los integrantes y, al finalizar el período, se hizo notar que el capital social ascendía a 38.300 pesos y contaba con 241 socios, sin ninguna deuda. Damián P. Garat recalcó lo admirable de la administración y pidió un voto de aplauso por la fecunda labor cumplida. Como dato ilustrativo es interesante consignar lo que señala Antonio P. Castro en su libro. Dice que la construcción del edificio que ocupó —en la esquina de Mitre y Pellegrini— el Club Progreso, fue encomendada al arquitecto José Arnabat en 1909, pero, por su fallecimiento, cuando se terminaba el primer piso y la estructura del segundo, la dirección técnica quedé a cargo de don Pedro Mas y Tayeda, quien dio fin a su tarea en marzo de 1910. Las conversaciones para la adquisición del edificio propio se remontan a 1895, cuando aún era Casino Comercial. Pero todos los proyectos presentados a lo largo de varios años naufragaron por no poder superar las dificultades que se presentaban para su realización. En 1921 se pudo llevar adelante el anhelo, creándose un Fondo Pro Edificio Social. Pero recién en 1928 se propició la compra de la propiedad del señor Juan P. Garat, ubicada en calle Pellegrini, entre Corrientes y Salta. La aprobación para la firma del contrato se postergó hasta 1933, y un año después se firmó la escritura definitiva y el Club Progreso tomó posesión de la propiedad que ocupa desde entonces. Siempre en base a datos aportados por el cronista Antonio P. Castro, merecen destacarse los bailes que realizara el Club Progreso en sus primeros tiempos. Algunos de ellos son los siguientes: En 1913, a los señores tenientes coroneles Manuel Prado, Antonio Gerkens y Pedro Pintos, al Dr. Aquileo González Oliver y al capitán Fausto Portela, delegados-portadores de la Bandera, premio obtenido por el Tiro Federal de Concordia en el concurso de Villa Devoto. Un té danzante en honor del general italiano Enrico Caviglia en 1922. En el mismo año, también, en honor del ministro mexicano escritor y político, José Vasconcellos. Un año después, por la visita del presidente de la República, Marcelo T. de Alvear, acompañado por el gobernador de la provincia, Ramón Mihura, sus ministros y comitiva. En noviembre de ese año, en honor de Leopoldo Lugones y su familia, de paso por Concordia. En honor de las autoridades del Rotary Club Internacional por haberse realizado en nuestra ciudad la Conferencia Anual del Distrito 63 de esta entidad, en 1932. E1 dúo Gardel - Razzano dio una audición el 3 de abril de 1919, justificando la fama de que venía precedido. En 1921, un té en honor de la guitarrista entrerriana Maria Luisa Anido; en 1927 se hizo una exhibición de las telas del pintor entrerriano Cesáreo Bernaldo de Quiroz que se encontraba en Concordia. El campeón argentino de ajedrez, Roberto Grau, en 1928, hizo partidas simultáneas e individuales. Una interesante velada ofreció el "Trío Concordia" en 1932. Lo integraban los profesores Agustín Satalía en violoncelo, Doroteo Andrade, en violín, y Emilio D'Yarmy en piano. 1873 - PRIMERA MUNICIPALIDAD
El 5 de enero de ese año se instala la primera Municipalidad de nuestra ciudad. Fue su
presidente el señor Federico Zorraquín, distribuyéndose los otros cargos de la siguiente
manera: vicepresidente, Saturnino Soage; secretario, Juan M. Plob; tesorero, Juan Bautista
Randle; municipales titulares: Ladislao Rodríguez, Pedro Ponzano, Bartolomé Lasave,
Miguel Constantini, Juan Bautista Goyret, Joaquín Comas, Miguel Crosa, Mauricio
Dunford y Alberto Robinson.
CONSTRUCCION DE OCHAVAS
El 4 de junio de 1873 marca en Concordia el comienzo de la construcción de ochavas en los
edificios de esquina. La ordenanza respectiva, firmada durante la presidencia interina del
señor S. Soage, consta de cinco artículos con el siguiente texto:
Art. 1º. Desde la publicación de la presente ordenanza todos los edificios de esquina serán
ochavados.
Art. 2º. Nadie podrá reedificar en adelante, sino en esta forma, sujetándose los arquitectos o
albañiles al plano existente en la Municipalidad.
Art. 3º. Los arquitectos o albañiles que contravengan esta disposición, sufrirán una multa de
cien pesos fuertes, sin perjuicio de tener que reedificar nuevamente de acuerdo con el plano
indicado.
Art. 4º. Queda prohibida la renovaci6n de los techos pajizos en los edificios situados a una
cuadra a todos los vientos de la plaza principal.
Art. 3º. Publíquese en los periódicos de la ciudad.
El 4 de julio de 1876, se procedió a efectuar una reducción en las medidas de las ochavas.
La ordenanza, firmada por el Sr. Luis Burone, reza:
Art.1º. Encárguese al Agrimensor Municipal la modificación del Plano actualmente
existente, sujetándose a la medida de tres varas en la línea de la diagonal con las letras E.E.
Art.2º. Los propietarios y maestros de obras, sujetaran los edificios que hagan a esta
medida, como mínimun, en las ochavas que se construyan.
Art.3º. La ordenanza del 4 de Junio de 1873 queda vigente en todas sus partes.
Art. 4º. Publíquese &
1874 – EL FERROCARRIL
"La línea férrea de Concordia a Federación (Ferrocarril Nordeste Argentino), es la más
antigua de la provincia. Su concesión data del año 1864, habiendo sido librada al servicio
público diez años después, con la presencia del entonces Presidente Sarmiento. El ramal de
Federación a Monte Caseros fue librado un año más tarde, en 1875, prolongándose poco a
poco la línea para llegar definitivamente a Corrientes en 1891.
El desvío de estación Concordia al muelle fue construido en 1880.
En cuanto a la sección de los ferrocarriles de Entre Ríos, que une a Concordia con Buenos
Aires, su construcción total data desde 1908, en que Concordia quedó unida directamente al
puerto Ibicuy, y desde éste, por ferry boat, a la red del Ferrocarril Central Buenos Aires".
(Cien Ciudades Argentinas – 1928)
ESCUELAS MUNICIPALES
El 4 de agosto de 1874 se dictó la siguiente ordenanza:
La Municipalidad de Concordia estatuye lo siguiente::
Art. 1º. Establécense cuatro Escuelas primarias municipales para los niños de ambos sexos
menores de ocho años de edad.
Art. 2º. Cada una de estas Escuelas será regenteada por una señora preceptora que la
Municipalidad nombrará de las que se presenten a optar por tal empleo, prefiriendo la que
reúna mayores aptitudes, moralidad, etc.
Art. 3º. Cada una de las Escuelas expresadas en el art. 1º corresponderá a cada un cuartel de
los cuatro en que esta dividida la ciudad, y por lo tanto se designarán con los números 1, 2,
3, 4, debiendo quedar estas establecidas en el lugar mas conveniente de cada Cuartel.
Art. 4º. Asígnase la suma de cuarenta y cinco pesos mensuales para sueldo de preceptora y
alquiler de casa de cada una de estas Escuelas, cuya suma se cargará al fondo de Escuelas.
Art. 5º. Desde el día que queden instaladas estas Escuelas es obligación de los padres,
tutores, ó encargados de niños de ambos sexos, menores de ocho años de edad, hacerlos
ingresar en la escuela que corresponda al cuartel de su domicilio bajo la mas séria responsabilidad y de acuerdo con la Ley de la H.C.L. de la Provincia de 1869, y siempre que no estén matriculados en otras Escuelas. Art. 6º. Por la Secretaria Municipal se llevará un Registro para cada una de las escuelas antedichas, donde por órden numérico se inscribirá el nombre de los niños que ingresen, su edad, el nombre de los padres ó tutores, la profesión de estos y nacionalidad de unos y otros. Art. 7º. Para ser admitido un discípulo en cualquiera de las cuatro Escuelas Municipales, deberá proceder un boleto de la Municipalidad que se le expedirá por Secretaria, despues de hacer la correspondiente anotacion en los registros de que habla el art. 6º. Art. 8º. Hágase saber al Departamento General de Educación de la Provincia, y recábese de él los textos, útiles, reglamentos etc, que deban observarse en estas Escuelas. JUAN B. GOYRET CONSTRUCCION DEL MERCADO
El 28 de agosto de 1874 se designó "para la construcción de un mercado publico los
terrenos de propiedad del Dr. D. Carlos Querencio, el de los hijos de D. Mateo B. Iglesias y
el de D. Saturnino Soage, ubicados en la segunda manzana al Norte de la Plaza Principal".
Esta ordenanza, firmada por el presidente de la Corporación, F. Zorraquín, establecía la
confección de los planos y presupuestos para dicha obra, los que se juzgarían
posteriormente. Una vez aprobados habrían de fijarse "las bases en que deberá sacarse a la
lícitación la construcción de dicho mercado". También se autorizaba al Presidente de la
Municipalidad a solicitar al Gobierno de la Provincia dictara la ley de expropiación de los
citados terrenos.
Cabe señalar que este mercado fue el que se levantó frente a la plaza principal.
El 28 de noviembre de 1877, ya en la presidencia municipal el señor José Z.Cortés, se
llama a "propuestas para la construcción y explotación de un mercado público en esta
ciudad bajo los planos y condiciones facultativas que se exiben en la Secretaría de esta
Municipalidad y las bases." que se detallaban en el mencionado acuerdo. En el mismo se
señalaba que el adjudicatario debía correr con todos los gastos de terreno y construcción; a
la vez, fijaba condiciones y tarifas que debía aplicar, con una concesión por tiempo
determinado, a cuyo término pasaría a manos de la Municipalidad.
El 23 de octubre de 1878 se adjudica la construcción a don Rodolfo Alurralde,
concediéndosele el derecho de explotación por treinta años, al cabo de los cuales el edificio
sería entregado a la Municipalidad, en buen estado "haciendo antes las reparaciones a que
haya lugar". También se establecía que se dotaría al edificio de veinticuatro puestos
"señalados en el plano".
El 18 de junio de 1879, el señor Alurralde transfirió el contrato a don Joaquín Comas, quien
se hizo cargo de las obras. El mercado fue dado al servicio público el 10 de febrero de
1880. Y un mes más tarde se sancionó el Reglamento Interno, que constaba de cinco capítulos que abarcaban lo indispensable para el normal funcionamiento del mismo. En septiembre de 1880 se acuerda iniciar los trabajos de desagües del Mercado Central "en la forma propuesta por el empresario y en la dirección y trayecto que establece la Oficina de Obras Públicas o sea por la calle de "Santa Fe" hasta la terminación de las dos cuadras al Este incluso la calle "La Rioja". Se establecía también una multa por cada día de demora, dándose un plazo máximo de treinta días para la terminación de tales trabajos. PLAZA "NUEVE DE JULIO"
El 5 de mayo de 1874 se suscribió la siguiente ordenanza, relativa a la plaza del título:
La Municipalidad de Concordia estatuye lo siguiente:
CONSIDERANDO: 1º. Que es un deber de patriotismo honrar el recuerdo de las glorias nacionales; 2º. Que la Municipalidad esta obligada a fomentar el embellecimiento y mejora de la ciudad con los recursos de que pueda disponer; y 3º. Que tratándose de Municipalidades como la de esta ciudad cuyas entradas son insuficientes para atender con ellas solamente a todas las exigencias de aquel orden, es necesario solicitar la cooperación del vecindario; La Municipalidad de Concordia: —A C U E R D A— Art. 1º. La Plaza conocida con el nombre de "Estatuto", se denominará en adelante "Nueve de Julio", y la conocida por "plaza nueva" tomará el nombre de "Ituzaingó". Art. 2º. Destínase de las rentas generales la suma de mil pesos fuertes para el adorno de las plazas "Nueve de Julio" e "Ituzaingó". Art. 3º. Nómbrase una Comisión compuesta por los Sres. Juan P. Barceló, Fernando García, Martín Goyret, Pedro Dutil y D. Martín Martén, para que bajo la presidencia del primero, corra con todo lo relativo a la mejora y adorno de la plaza "9 de Julio". Art. 4º. Nómbrase otra Comisión compuesta por los Sres. Dn. Manuel Crosa, D. Juan Sicre, Dn. Miguel Constantini, Dn. Luis Debotto, y Dn. Guillermo Pascal, para que bajo la presidencia del primero, corra con todo lo relativo a la mejora y adorno de la plaza "Ituzaingó". Art. 5º. Quedan autorizadas dichas Comisiones para iniciar una suscrición, en el vecindario, destinada a aumentar los fondos con que la Municipalidad contribuye a aquel objeto. Art. 6º. La entrega de los mil pesos fuertes de que habla el art. 2º se hará por partes iguales; e inmediatamente después que las Comisiones comuniquen tener recolectado una suma cuando menos igual a la asignada por la Municipalidad. Art. 7º. Solicítese del Agrimensor Municipal su cooperación profesional en favor de las Comisiones nombradas. F. ZORRAQUIN
1875 - AVELLANEDA EN CONCORDIA
El 14 de abril de 1875, el doctor Nicolás Avellaneda, entonces Presidente de la República,
llegó a nuestra ciudad a bordo del buque de guerra "Pavón", acompañado por el general
Lucio Mansilla, don Eduardo Wilde, su secretario, don Manuel M. Zorrilla, don Eduardo
Mulhall, el almirante Solier, el gobernador de Entre Ríos, Dr. Leónidas Echagüe, y sus
ministros. El pueblo de Concordia lo recibió con entusiasmo, y hasta en la casa en que se
alojó —perteneciente a la firma Coll y Sardá, situada en 1º de Mayo N0 15— recibió el
homenaje de autoridades y vecinos.
El motivo de su visita era la inauguración del ramal ferroviario Federación-Monte Caseros.
Por tal motivo, Avellaneda partió hacia Federación apenas 24 horas después de haber
llegado a Concordia. Sin embargo, retornó a nuestra ciudad, y el día 21 inauguró
oficialmente la Biblioteca Popular. Luego de la velada literario-musical, a la que concu-
rrieron conocidas personalidades locales, el Dr. Avellaneda concurrió al baile organizado
en su honor en el "Casino Progreso", donde se dio cita lo más granado de la sociedad de
Concordia.
Cabe destacar que el Dr. Avellaneda apenas estuvo un día más, luego de su regreso de
Federación, y al partir se llevó una ‘‘grata impresión de su primera excursión por el interior
del país.", según anota Antonio P. Castro.
1876 - PLAZA DE TABLADA
El investigador Roberto Arena señala que "en 1871 se inician trámites (.) para instalar una
nueva Plaza de Tablada al noroeste de la ciudad", lo que recién se concretó cuando los
vecinos Juan Legerén y Benjamín F. Gadea "donaron dos manzanas contiguas cada uno
para ese fin, justo en el lugar que hoy ocupan las tres facultades". Según los datos que
maneja el autor, estaba ubicada a tres cuadras al norte de la Tablada Vieja, situadas sobre la
ruta al norte o Camino Real al norte (calles Alvear-Tavella).
En Recopilación histórica de Concordia se publica la ordenanza de creación de "la Plaza de
Tablada de Frutos que quedará establecida en las cuatro manzanas donadas por los Sres.
Benjamín Gadea y Dn. Juan Lejerén", que tiene fecha del 8 de septiembre de 1876, y el
reglamento al que se ajustarían las actividades.


1877 - NOMENCLATURA DE CALLES
El 9 de agosto, por ordenanza firmada por el señor Josa Z. Cortés, en su carácter de
presidente de la Municipalidad, se dio nombre definitivo a las calles de Concordia, a partir
de esa fecha.
Desde la plaza principal, hacia el norte, las designaciones eran las siguientes: Constitución
(Mitre), Santa Fe (Alberdi), Catamarca, Corrientes, Salta, Santiago (Estrada), 3 de Febrero,
Montevideo, Asunción, Piedad (Coldaroli) y Liniers.
Desde el mismo punto inicial, hacia el sur, se denominaban: 1º de Mayo, Buenos Aires,
Jujuy (Sáenz Peña), Gualeguaychú (Carriego), Monte Caseros (Espino), 9 de Julio,
Uruguay, Paraná, Mendoza, Rocamora (Scattini), Andes (F. Heras) y Magallanes.
En dirección al oeste: Urquiza, Entre Ríos, San Luis, Tucumán (Sarmiento), 25 de Mayo,
Brown, General Mitre (Laprida), Alvear, Ituzaingó, Victoria (C. Veiga), Perú y Chile.
Por último, hacia el este, las denominaciones eran las siguientes: Congreso (Pellegrini),
Córdoba (H. Yrigoyen), La Rioja, San Juan, Rivadavia, San Martín (D.P.Garat), Libertad,
(P. del Castillo), Colón, Bolivia, Maipú (Lamadrid), Moreno, Belgrano y Lavalle.
Es de hacer notar que las calles en dirección este-oeste o viceversa, no cambiaban de
nombre al cruzar Entre Ríos.
1879 - LA SOCIEDAD DE BENEFICENCIA
Ya hemos hecho referencia al primer Hospital de Caridad que contó nuestra ciudad, y a su
desaparición por el abandono en que incurrieron las autoridades provinciales, que tampoco
pudieron, al parecer, solucionar los problemas que ahogaban a los pioneros de aquella
institución.
Pero la ausencia de un hospital ocupaba los anhelos de muchos ciudadanos. Y la concreción
del mismo conformó la historia que Antonio P. Castro ha detallado en sus escritos.
En 1879, el Dr. Leoncio De Luque dirigía el diario El Uruguay, que aparecía en nuestra
ciudad. A través del mismo, lanzó la iniciativa de constituir una sociedad de beneficencia
local, que había esbozado previamente ante un grupo de damas de Concordia. La idea
germinó y el 23 de noviembre de 1879 se llevó a cabo la reunión constitutiva de la
"Sociedad de Beneficencia de Concordia" en la Municipalidad. Numerosas damas se dieron
cita en dicha oportunidad, designándose al cabo de la misma una comisión provisoria, que,
a su vez, encomendó a un grupo de damas la tarea exclusiva de redactar el reglamento de la
institución. El 15 de diciembre, este trabajo estaba terminado y se dio lectura al mismo en
el transcurso de una asamblea. Aprobado sin modificaciones, se procedió a nombrar la
comisión directiva definitiva que se integró así: presidenta, Juana González de Siburu; vice,
Josefa Machain de Zorraquín; tesorera, Irene A. de Villalonga; pro, Francisca Otaño de
Irigoyen; secretaria, María Beceyro; pro, Mercedes Acosta; vocales, Natalia C. de
Grunwaldt, Dolores C, de San Román y Laureana Villalonga.
Poco después, el mismo Dr. De Luque, siempre a través de El Uruguay, lanza otra
iniciativa, esta vez tendiente a dotar a Concordia de un hospital, tarea a la que incitaba a
colaborar al Gobierno Provincial, a la Municipalidad y a todas las instituciones ya
constituidas. Se procuraría, con esa obra, solucionar los graves problemas que enfrentaban las clases manos pudientes. La idea encontró eco apropiado, y quedó demostrado también la energía y dinamismo de la primera comisión de la Sociedad de Beneficencia. En su edición del 7 de febrero, el diario El Progreso expresa que el hospital se instaló tomándose una casa grande y se inauguró con más de veinte camas y repuestos de ropas, colchas y mantas. Y desde el día de su inauguración, el Dr. Felipe Heras y el farmacéutico Carlos Alberti prestaron sus servicios generosamente. Los años comienzan a correr y la Sociedad de Beneficencia concentra el apoyo de todas las demás entidades constituidas. Se aumenta el número de asociados y recibe frecuentes donaciones. Poco después, el Dr. Santiago Coldaroli se incorpora al servicio del hospital y, por supuesto, lo hace a título gratuito. Pero las múltiples tareas que se deben atender hacen necesaria la colaboración de otra comisión. Así se forma una Comisión Auxiliar y se piensa, entonces, en concretar la casa propia para el hospital. El día 9 de julio de 1882 se coloca la piedra fundamental del edificio, y el capital de la Sociedad de Beneficencia, que alcanza a tres mil pesos, se destina a comenzar la construcción. En 1884 se aprueban los planos del hospital. Se aumenta el subsidio provincial y se continúa la tarea de incrementar la cantidad de socios, ya que también se ampliaban los servicios que prestaba el nosocomio. En 1892, el edificio original está siendo ampliado. En ese mismo año se consagra la capilla y se bendice la imagen de Nuestra Señora del Carmen. La tarea del Dr. Felipe Heras continuaba sin pausa. Su desinterés lo lleva a renunciar a su asignación de cuarenta pesos mensuales, que dispone la Comisión Directiva, y expresa su deseo de que dicho importe sea destinado al modesto hospital. En octubre de 1891, habían ingresado al establecimiento las Hermanas de San José, quienes desde entonces cumplieron su labor con ejemplar abnegación. El salón de recibos del hospital se bendijo el 15 de junio de 1892, y a partir de entonces, en él se realizaron las reuniones de la Comisión Directiva de la Sociedad de Beneficencia. A medida que transcurre el tiempo, la crónica recoge todo tipo de colaboraciones y donaciones. En general, se trata de dinero que se aporta con el fin de que el hospital preste mejores y mayores servicios a los necesitados. En 1895 se pone de manifiesto otro rasgo de la personalidad del Dr. Heras. En un acto de justicia a la labor desplegada por este médico, se propicia designar con su nombre el —hasta entonces— "Hospital de Caridad". Pero el médico declina el honor y el hospital continúa conociéndose con el nombre que el pueblo le impusiera. En un principio, el hospital iba a llamarse "San Antonio", pero su denominación fue cambiada por el de "Pura y Limpia Concepción", según permiso acordado por el obispo. Sin embargo, todo el pueblo lo llamó "Hospital de Caridad", y así se lo conoció siempre. Conviene señalar que junto al Dr. Heras se desempeñaba un grupo de profesionales que prestaban su servicio también en forma abnegada y desinteresada. Entre otros, cabe citar a los doctores Alfredo Arines, Dámaso Moreyra, Santiago Coldaroli y Sydney L. Wolmer. Hacia fines del siglo XIX el hospital había sido ampliado. La obra había previsto un jardín que, bien cuidado, permitía a los convalecientes disfrutar de un panorama más agradable. Un nuevo pabellón se destina para los casos de tuberculosis. También, y por primera vez, se instala la farmacia. Y antes de 1905, el edificio dispuso de agua corriente, gracias al aporte del gobierno de la Nación y del gobernador de la provincia, Enrique Carbó. Después se registra el acontecimiento que enluta a la Sociedad de Beneficencia, al Hospital y a la ciudad toda: fallece el Dr. Felipe Heras. Bien dicen quienes han vivido aquella época, que la desaparición del Dr. Heras constituyó un duelo colectivo y dejó honda huella en el sentimiento de los que, al frecuentar su trato y verlo actuar, conocieron lo que es un médico con alma de médico. Llega pues la hora de la consagración y el Hospital de Caridad pasa a ser conocido, desde entonces, como Hospital Felipe Heras. Pero la actividad no puede detenerse. Poco después, merced a la colecta pública y a otras formas de recaudación de fondos, se puede dotar al edificio de luz eléctrica. Y la señora María Giuliani de Heras, en memoria de su esposo, dona un aparato de rayos X. El año 1907 marca la provisión de agua caliente para las diferentes salas. Además, se habilita una sala de operaciones dotada de mejor instrumental y se ingresa la donación de una mesa de cirugía completa, de parte de la Municipalidad. También se habilita una sala para mujeres tuberculosas. Y continúan llegando donaciones y aportes. Nuevos médicos vienen a engrosar las filas de quienes, desde el hospital, luchan contra la enfermedad y el dolor. Se registran los nombres de los doctores Roque Difrieri, Jorge Sarriegui, Edmundo P. Bianchi, Santiago Libarona Brian, Ernesto P. Ancel y Alejandro Cisterna. También el de Tomás Florenza, que ingresa en 1913. El Dr. Bianchi crea el consultorio externo de niños, que atiende gratuitamente y sostiene de su propio peculio. Se construye la Sala de Autopsia y la morgue. Poco después se incorpora el Dr. Miguel Scattini y, como consejero, el Dr. Aquiles S. Lorenzo. La primera guerra mundial afecta a la institución, pues las subvenciones otorgadas comienzan a recibirse con retraso, y a veces no se reciben. Se incrementa la actividad social para recaudar fondos y se reciben donaciones de firmas comerciales y de particulares en forma de cuotas mensuales o de ropas y elementos necesarios para continuar la tarea. En 1920, Damián P. Garat, hijo de Concordia, logra que la asignación del Gobierno Nacional se incremente de 15 a 20.000 pesos, lo que, sumado al aporte del gobierno provincial y del municipal, permite la inauguración del consultorio oftalmológico, que queda a cargo del Dr. José Ravasio. Se reciben otras importantes donaciones, y se supera, así, la difícil época. La Sociedad de Beneficencia aumenta su prestigio día a día. La lista de profesionales también se incrementa. Se incorporan los doctores Ismael Llanos, Pedro Sauré y Adriano Alberti. A partir de 1922, el trabajo se hace en forma más organizada. En 1924, el Dr. Tomás Florenza es nombrado director. Y con posterioridad, le suceden en el cargo los doctores Miguel Scattini, Pedro Sauré, Nicolás Beñatena, Carlos Alberto Castro, Mario García Maciel, entre otros. Durante los años 1932 y 1938 se vive un período floreciente. Se logran subsidios especiales para construcciones y aumentos en los subsidios de sostenimiento, que permiten terminar la Sala de Niños, la Sala de Clínica y Cirugía de Mujeres y algunas piezas para pensionistas. Además, se provee de materiales modernos, instrumental quirúrgico más apropiado y se inician los servicios, como el de fisioterapia y otros, con los que no se contaba anteriormente. En 1938 se concreta la Sala de Maternidad, a cargo del Dr. Luis Felipe Heras, a quien secunda como obstétrica la señora Verónica Deat de Perull. Y continúan las donaciones y se acrecientan las filas de los que colaboran en tan humanitaria tarea. En la tesorería de la Sociedad de Beneficencia se nombra a doña Dominga A. de Neira; ingresa el Dr. Mario García Maciel, quien se hace cargo del consultorio de niños; el Dr. José Gayoso es designado jefe de la sala de rayos. Y con él, una promoción —digámosle así— de profesionales competentes y decididos: Eugenio Sarriegui, Floduardo Sarriegui, David Pitashny, Lázaro Leibovich, Alejandro Iarcho, Antonio Novello, René Ruibal, Carlos del Cerro, Nisio Katzenelson, Néstor Ramón Garat, José Ramón Larocca. La falta de espacio impide dar la lista completa. Nos aproximamos ya a 1935. En 1937 se inaugura la sala de Cirugía de Hombres. Y luego se concretan varias mejoras, tales como el ascensor, el aumento de capital de la entidad y la preparación de los planos para el tercer pabellón. En 1940 se inician estas obras en la esquina de las calles Entre Ríos y Scattini. Lo demás es muy reciente. La síntesis anterior esboza someramente la tarea extraordinaria cumplida en sesenta años, período que marca con caracteres indelebles la muy esforzada labor de la Sociedad de Beneficencia y pone de manifiesto, una vez más, el noble impulso del pueblo de Concordia. LA PRIMERA EXPOSICION FERIA
El diario La Nación, en su edición del 28 de diciembre de 1879, anunció la inauguración
del "Primer gran torneo del progreso y de la industria nacional, exposición y feria agrícola"
que se realizaba en Concordia, provincia de Entre Ríos.
Concordia vivió ese extraordinario acontecimiento entre el júbilo de sus pobladores.
Dicha muestra fue la novena realizada en el país por el presidente Avellaneda y la primera
en esta provincia.
Por decisión del Presidente de la República se encomendó a una comisión de vecinos la
organización del certamen. Esta comisión fue nombrada en asamblea popular el 19 de enero
de 1879, y la presidencia le fue confiada al señor Federico Zorraquín, a quien acompañó un
nutrido grupo de prominentes vecinos.
Una crónica de esta primera exposición entrerriana apareció en el diario La Nación. Según
la misma, concurrieron más de doscientos productores y asistieron al acto inaugural
autoridades nacionales y provinciales y autoridades y público de Salto, y toda la ciudad de
Concordia y pueblos vecinos.
Avellaneda —entonces Presidente de la República— envió un telegrama al señor Julio Victorica, jefe del Departamento de Agricultura y representante del Gobierno de la Nación en el acto inaugural del certamen, el cual —textualmente— decía: "La Exposición de Concordia es un gran acontecimiento en la provincia de Entre Ríos que hasta ahora había recogido y obtenido solamente los laureles que se recogen en los campos de batalla y hoy conquista otros más inmarcesibles inaugurando la industria y a la que millares de personas concurren manifestando cuan dispuesto está el pueblo entusiasta entrerriano a entrar de lleno en el camino del progreso. Quiera usted hacer presente al señor Gobernador y a los miembros de la Comisión de la Exposición de Concordia que el Gobierno de la Nación les ha dedicado un diploma de honor, como puesta del aprecio que hace a su importante trabajo". Por su parte, el Gobernador de la Provincia, José F. Antelo, envió otro al Presidente de la Nación: "Con la más profunda satisfacción comunico a V.E. que acaba de inaugurarse la primera exposición de productos del país que tiene lugar en la provincia de Entre Ríos. El pueblo ha concurrido en masa a solemnizar la fiesta y estimular con su presencia la labor del progreso y el engrandecimiento de los pueblos. Más de 2.000 personas han oído y aplaudido las palabras de aliento que V.E. les ha enviado por medio de su representante el señor don Julio Victorica. V.E. debe sentirse orgulloso con este nuevo triunfo del trabajo a los ya obtenidos durante su progresista administración. Lo felicita por ello sinceramente su compatriota y amigo J. F. Antelo". Estos dos telegramas fueron publicados por el diario La Nación en su edición del día 28 de
diciembre de 1879.
No es aventurado decir que quizá fue ésta la base para que diecinueve años después se
creara la Sociedad Rural de Concordia.

1880 - MUERTE DE AQUILEO GONZALEZ
Concordia atravesaba un período de turbulencia política que, en realidad, afloraba en todo
el país. En Entre Ríos se preveía una revolución como consecuencia de la crisis entre
Tejedor y Roca y, en especial, luego de la movilización de la Guardia Nacional de la
Provincia. En el paraje denominado Los Palmares, cercano a nuestra ciudad —cuenta
Antonio P. Castro— acampaba el Regimiento de Caballería de Federación, comandado por
Guarumba, pronto a acudir al sitio de peligro.
Era entonces jefe político de Concordia el coronel Aquileo González, hijo de Luciano
González, quien tuviera brillante actuación en la batalla de Caseros. Había sido designado
interinamente en ese cargo el 14 de julio de 1871 y tres años más tarde confirmado en el
mismo y nombrado jefe principal de las milicias de campaña con el grado de teniente
coronel. En 1876, a fin de responder a una acusación judicial, renuncia a su elevado cargo.
Al salir airoso del pleito, en 1879 es nombrado nuevamente jefe político con el grado de
coronel, en mérito a su honorabilidad y rectitud. "Durante su administración —afirma
Castro— demostró relevantes cualidades, no sólo aplicadas a la jefatura sino en bien de la
población, ya que a su iniciativa debióse el arreglo de calles, el embellecimiento de la Plaza
25 de Mayo, etc.
Se sabe, además, que el coronel González tuvo participación en la creación de la Sociedad de Beneficencia y fue miembro de la Comisión Pro Templo. Propulsó y contribuyó al éxito de la Primera Exposición Feria realizada en Concordia en diciembre de 1879 y a su apoyo moral debióse que don Martín Beñatena construyese el Teatro Beñatena, todo un acontecimiento en su época. Junto con el doctor Leoncio de Luque auspició toda obra de cultura y de adelanto para Concordia, fomentando la enseñanza y alentando a los vecinos. En 1880 se aguardaba un levantamiento. Delegado de la Junta Revolucionaria que respondía a Tejedor, en esta zona, era el teniente coronel Fernando G. Méndez, expatriado en la ciudad de Salto. Estando en Concordia había realizado una campaña formidable, lo que motivó el asalto a su casa por una partida de policía con orden de fusilarlo. Alcanzó a huir y se estableció en la vecina orilla. "El hombre de confianza de Méndez en Concordia —dice Castro— era el doctor Spangemberg, secundado por una persona de cierta cultura, de nombre Jaime Pujol que, debido a sus actividades políticas, había sido preso unos días antes del motín, en Concordia (.)" Los jefes de la Guardia Nacional en esta ciudad, don Juan Badaracco, su segundo don Juan Retolazza, y el mayor Gregorio Rapela, iniciaron la concentración de las fuerzas, haciendo el llamado reglamentario. Acudieron alrededor de 190 ciudadanos, entre los que se mezclaron "muchos sublevados con instrucciones de incitar el levantamiento armado contra el gobierno legalmente constituido, sembrando el descontento en la tropa bajo el pretexto de que los harían marchar a pie hasta Buenos Aires, lo que se juzgaba posible debido a que la caballada, por orden superior, había sido retirada del cuartel". En la noche del 18 al l9 de junio de 1880 se decidió dar el golpe. En realidad, los amotinados se apresuraron, ya que la orden que debía emanar del comisionado Méndez en Salto, no fue hecha porque se consideró que el momento no era oportuno. Pero con la tropa sublevada en el cuartel, los promotores locales dieron inmediata libertad al citado Pujol y a otros detenidos quienes, junto con los oficiales complotados, fueron los cabecillas del motín, luego de enviar a sus casas, so pena de muerte, a los jefes Badaracco y Retolazza. El jefe político, coronel Aquileo González, dormía en la jefatura —donde actualmente se encuentra la Unidad Regional de Policía—, debido a la alarma promovida por las noticias que llegaban de la revolución. Hacia ese lugar avanzó el grupo complotado. "Al sentir ruido de armas —cuenta Castro— se levanta rápidamente (el coronel González) y se cubre con un ponchillo, y al asomarse a la puerta, un guarda, empuñando sendas pistolas, le intima rendición, diciéndole que las tropas se hallaban sublevadas; el coronel no acata la intimación y viendo la gravedad de la situación intenta correr hacia la puerta de salida (sobre calle Pellegrini) siendo alcanzado por un machetazo. que lo hirió bastante mal detrás de la oreja. No obstante ello, el coronel González siguió corriendo y ganó la calle, seguido de cerca por sus asesinos, y al llegar a la esquina de las actuales calles Pellegrini y Mitre, dobló por esta última, y cuando había avanzado hasta la mitad de la cuadra, en la acera del edificio que hoy ocupan los Tribunales, que era el portón del cuartel, fue rodeado y bárbaramente acribillado a machetazos, pereciendo de inmediato por las 38 heridas recibidas, dejándolo tirado en medio de la calle". "Al amanecer de ese día 19 de junio, un estimado convecino, que fue Juez de Paz, don
Mauricio Dunsford, recogió el mutilado cadáver del que había sido su amigo y lo condujo a
su casa particular, donde fue velado".
La revolución fracasó y los amotinados huyeron hacia Caseros, donde estaba el grueso de la
tropa sublevada. El Gobierno procedió con energía y pudo sofocar toda nueva intentona.
En Concordia fue grande el dolor que la muerte del coronel González causó en el
vecindario, pues además del huérfano que dejaba, hacía pocas semanas había contraído
enlace matrimonial, en segundas nupcias, con la señora Andrea Fernández Oro, vastamente
vinculada a la sociedad de nuestra ciudad.
Por decreto del gobernador de la provincia, fue nombrado de inmediato Carlos Anderson
para que reemplazara al coronel González. Este restableció la tranquilidad de la población
y, con el apoyo del coronel Guarumba, también se logró la pacificación en la campaña, que
había comenzado a ser asolada por maleantes que aprovechaban la situación imperante.
Cabe consignar, por último, que en reconocimiento al patriotismo y lealtad del coronel
Aquileo González, el gobierno de Entre Ríos resolvió asignar a su hijo, del mismo nombre,
una pensión de veinte pesos fuertes mensuales "por todo el tiempo que dure su menor
edad". El decreto fue firmado por el gobernador Antelo.
EL PRECURSOR DEL CITRUS
Precisamente en esa época de violentas pasiones, vivía en Concordia, quizá un tanto alejado
de la realidad imperante, y absorto y enamorado de sus árboles, un francés de purísima
cepa. Se trataba de Augusto Niez, que sentía por las plantas una especie de delirio. Era su
casa, tal vez, la única en que la tierra presentaba cuadros recortados entre los eriales que
empezaban exactamente donde terminaba el rancherío.
En un Libro de Entre Ríos —que lleva el significativo subtítulo de "Historia del Trabajo"—
dedicado exclusivamente a nuestra ciudad, hemos recogido estos antecedentes de lo que
hoy es una actividad que moviliza enormes capitales y da trabajo a más de 10.000 familias.
Augusto Niez tuvo noticias, un día, que un viajero procedente de Brasil había dejado
olvidado en un hotel un cajón con un almácigo de plantitas. Lo pidió, lo llevó a su casa y lo
plantó. Desde esa fecha, Niez vivió para sus arbolitos. Y las primeras mandarinas que se
vieron nacer en Concordia, fueron granándose bajo las "cándidas flores de azahar".
"Para todos los vecinos —reza un párrafo de la obra citada— nuestro recordado era un
hombre que llamaba la atención por su amor a sus árboles. Sus manos tan hábiles y tan
encariñadas con las plantas, operaban en la extraña cirugía renovadora y creadora de nuevas
especies, en cuya eficacia nadie creía. No había interés por los injertos que se perdían
envejecidos en los almácigos. Cuando algún buen vecino le interrogaba, medio en broma,
contestaba invariablemente: "Planto para mi consumo y para el de mis hijos". Poco tiempo
pasó para que las mandarinas —que en aquella época eran llamadas naranjas de clavel—
alcanzaran en Buenos Aires el respetable precio de 40 pesos el millar, remitiéndose en
bolsas, único envase conocido entonces.
Ya habían comenzado a granar las frutas, premio de los desvelos del infatigable fruticultor,
cuando la quinta fue visitada por la aristocrática señora de Macchi, recién llegada del
Paraguay. Fue la primera persona que dio mérito a la plantación del señor Niez y pronosticó con gran clarividencia el porvenir de los cultivos de mandarinas. La nombrada aristócrata fue una de las primeras pobladoras del paraje llamado San Carlos. En 1885, don Augusto Niez debió luchar contra los ladrones de mandarinas. Cabe señalar que quienes trataban de apropiarse de lo ajeno, lo hacían enardecidos por los precios que se pagaban por la fruta. Don Augusto Niez estaba casado con doña Juana Julia Sauré. Fallecieron sucesivamente en los años 1900 y 1931. NAVEGANDO NUESTRO RÍO
Como un paréntesis entre el citrus y otras producciones —que entonces eran más
importantes— insertamos un párrafo del libro La navegación en la cuenca del Plata, de
Luis Dodero. Dice así:
"El primer vapor transatlántico con casco de acero es construido en los astilleros de la firma
Denny Bros, de Dumnarton, en el año 1879. Es el ‘Buenos Aires' de la Allan Line. En ese
mismo año, en los astilleros Inglis, de Glasgow, se construye el primer buque fluvial con
casco de acero, el ‘Cosmos' (luego ‘Buenos Aires'), para Domingo Giuliani, de Concordia,
unidad ésta que al incorporarse al servicio, es la más grande y veloz de nuestros ríos —y lo
ha de ser por muchos años— en el transporte de pasajeros".
La misma obra señala, más adelante, que "las obras de derrocamiento de los pasos
Hervidero y Corralito, tan ansiadas y celebradas en su tiempo por la navegación y el
comercio, ya que los técnicos oficiales aseguraban que, a la par de eliminar los peligrosos
fondos de piedra, se obtendría una profundidad mínima permanente que haría innecesarios
los servicios de la flotilla de buques trasbordadores, se trocaron luego en gran desencanto.
En efecto, las restingas y formaciones rocosas que en esos pasos se eliminaron, al precio de
una gran obra, indudablemente servían de represa o elementos naturales de contención de
las aguas, que así se mantenían crecidas por más tiempo. Al eliminarse, ciertamente, se
eliminó un peligro real y se profundizó el canal, pero sin duda alguna a expensas de un más
rápido desagüe y un mayor deslizamiento de arena y canto rodado, en forma tal que ambos
pasos dejaron de ser reguladores del calado de acceso a Concordia y Salto, para serlo en
cambio los otros pasos de arena, de menor agua, entre Concordia y Colón".
VITIVINICULTURA: EL PARAISO PERDIDO
Para 1880, la vitivinicultura estaba en su apogeo. Así lo aseguraba el cronista
Hermenegildo E. Aramburo en la revista La Calle, de nuestra ciudad, en sus ediciones del
25 de enero y del 15 dc marzo de 1970, en las que cita trabajos de Antonio P. Castro.
De acuerdo a dichas notas, el introductor de la vid en nuestra zona fue un vasco francés
llamado Juan Jáuregui, popularmente conocido por "Lorda" por el vecindario local.
Los archivos municipales dan cuenta de un proyecto presentado en el Concejo Deliberante
en su sesión del 17 de agosto de 1896, por Andrés Taborda, por el cual se propiciaba la
designación del bulevar Norte (hoy San Lorenzo) con el nombre de Juan Jáuregui, en homenaje al pionero de la vid. El proyecto pasó a estudio de la comisión de Obras Públicas, la que se expidió favorablemente el 2 de octubre del mismo año, manifestándose en tal oportunidad que "es un deber de gratitud perpetuar la memoria de los hombres que, como Jáuregui, han prestado señalados servicios a Concordia". En otro párrafo de dichos fundamentos se señalaba que el mencionado agricultor introdujo "hace unos 34 años la variedad de vid "vitis vinífera" cuyo nombre particular es hasta hoy desconocido en Concordia." y que fuera la que diera origen al desarrollo de la importante industria. Se destacaba que, con esa variedad, se llegaba al fin de los experimentos que se venían realizando de años atrás, todos estériles, al parecer porque ninguna de las anteriores había podido desarrollarse en estas tierras. La ordenanza fue aprobada, aunque —inexplicablemente— el 18 de diciembre de 1908, el Concejo Deliberante dio nombre a cuatro bulevares que rodeaban la ciudad, haciendo desaparecer el de Juan Jáuregui, sustituyéndolo por el que recuerda el combate de San Lorenzo. Estos antecedentes nos retrotraen —en lo que respecta al comienzo de la vitivinicultura en esta zona— al año 1862, aproximadamente. Y solo así puede entenderse que alrededor de 1880 la actividad se hubiera desarrollado al grado que entonces alcanzaba. Según los estudios de Castro, Juan Jáuregui se habría establecido para aquella fecha (1864) en nuestra ciudad, instalándose en la Barra del Yuquerí, junto a los hornos de ladrillo de los Arizabalo y al Saladero Chico de los hermanos De la Cruz. Su ejemplo fue imitado, con posterioridad, por otros concordienses, entre los que se destacaron José Oriol y Gregorio J. Soler, quienes constituyeron una sociedad. La plantación se ubicó en lo que actualmente se conoció como "Pampa Soler". Aunque la sociedad se disolvió, el señor Oriol continuó con la explotación, y sus vinos fueron premiados en exposiciones que se llevaban a cabo en París y en Chicago. Otros nombres relacionados con la vitivinicultura son los de Anselmo Moulins, Ángel Libarona —que se constituyó en una autoridad en la materia, intensificando el cultivo en sus plantíos del Ayuí—, Daniel San Román y Robinson Hnos. Las bodegas locales llegaron a elaborar hasta mil cascos de vino común de doscientos litros cada uno, lo que no solamente satisfacía la demanda de la ciudad, sino que se enviaba para su comercialización en varias poblaciones de Entre Ríos y de Corrientes, como también de Posadas para su venta en toda la provincia de Misiones. Además del vino común, las principales bodegas producían vinos blancos y rosados y, en algunos casos, el vino dulce, llamado "de postre". Uno de estos últimos —producto de las bodegas Robinson— en botellas de tres cuartos de litro, se vendía en la Capital Federal en los almacenes Harrod's y Gath y Chaves. Las bodegas de Robinson, por ejemplo, tenían 29 pipones de roble con una capacidad de cinco mil litros cada uno. Asimismo, había instaladas ocho o diez ánforas de material, forradas interiormente con vidrio y con capacidad de diez mil litros cada una. En estos recipientes se procedía al estacionamiento de los vinos. En 1888 se registra un acontecimiento muy importante: se funda "La Industria Entrerriana",
una sociedad anónima presidida por don Mariano R. Jurado, e integrada por todos los que
se dedicaban a las tareas vitícolas en la zona y en Federación. Esa empresa explotó
científicamente la industria del vino y en sus tres clases, tinto, rosado y blanco, obtuvieron
medallas de oro y otras menciones en la Exposición de Chicago de 1893.
De la importancia de la explotación es posible darse una idea si se considera que, en 1895,
existían cinco millones de plantas en plena producción en esta zona, distribuidas en algo
más de mil hectáreas, según cifras publicadas por Antonio P. Castro.
Varios factores incidieron en la declinación y liquidación de la producción de vino —que
debe haberse registrado entre la primera y segunda década de este siglo— entre los que no
fueron ajenos los intereses mezquinos. Se comentó, en su tiempo, que los productores de
Mendoza o San Juan intervinieron directamente en esferas del gobierno nacional para poner
trabas a todo lo que lesionara sus intereses. Como Concordia era una gran competidora,
usaron todas sus influencias para lograr su propósito. Así fue como aparecieron
disposiciones y controles —en algunos casos, absurdos— emanados de las dependencias
oficiales, que asfixiaron a los productores. La industria floreciente terminó por desaparecer,
a pesar de la labor de muchos años y el tesón de los productores.
LOS OLIVARES: OTRA RIQUEZA PERDIDA
Tomamos del periodista y escritor local Enrique Mouliá sus referencias sobre este tema.
"Corrían los días de 1880 —señala Mouliá— cuando a don José Oriol (el mismo citado en
el capítulo referente a la vitivinicultura) un español de espíritu laborioso y progresista, se le
ocurrió introducir en el país plantas de olivos para destinarlas a un campo de su propiedad
existente al norte de la ciudad de Concordia (Entre Ríos) donde había fijado su residencia".
Las plantas habían sido remitidas de España, Italia, Francia, Portugal y África, y en nuestro
suelo encontraron campo propicio, pues arraigaron y desarrollaron ampliamente. "Tanto es
así —prosigue Mouliá— que a los pocos años, con plantas adquiridas en los viveros del
señor Oriol, se formaron extensos olivares en el vecino departamento de Federación. Por
muchos años estos olivares constituyeron una fuente de producción muy apreciable. La
aceituna encontraba en el mercado nacional excelente colocación para la mesa, y la otra
parte de la cosecha anual, que era de varios miles de kilogramos, se destinaba a la
fabricación de aceite, dando origen al establecimiento de una fábrica del ramo en la
segunda de las localidades mencionadas. Pero azares de la fortuna se opusieron a los planes
del señor Oriol y éste tuvo que abandonar su propiedad, la que pasó a varias manos. El
último de los adquirentes, vislumbrando un mejor negocio en el cultivo de la vid y del
naranjo, decidió talar el olivar, dejando tan solo algunas plantas, las cuales se encuentran
actualmente en excelentes condiciones vegetativas y de productividad, contando la mayor
parte de ellas algo más de sesenta años".
"Aquella tala causó gran impresión —prosigue la nota— y fue sin duda un error que el
tiempo se ha encargado de poner en evidencia. No fue el único caso y tampoco se limitó a
los olivares. Lo mismo que se hizo con estos, hízose un tiempo después con las vides, para
sustituirlas por naranjales".
Al parecer, de acuerdo al comentario de Enrique Mouliá, fue la guerra la que se encargó de poner de relieve el error de abandonar los olivares. Y los productores se dispusieron a ganar el tiempo perdido. "Si antes se talaron los olivos para sustituirlos por viñedos —cuenta— y estos se destruyeron para sustituirlos por naranjales, desde el comienzo de la guerra, o sea, desde hace seis años, el hecho se produce a la inversa. Ahora se talan los naranjos —de producción rápida pero de existencia efímera— para dedicar las tierras a la plantación de olivos". Pero la actividad declinó y no hemos encontrado una pista que nos llevara a determinar las causas de ello. Sólo podemos decir, para terminar este capítulo "inconcluso", que los olivos constituyen otra de las riquezas perdidas para Entre Ríos. 1881 - SISTEMA METRICO DECIMAL
El 27 de noviembre de 1881 se firmó el Acuerdo municipal mediante el cual "las oficinas
de la Municipalidad usarán en las operaciones que tuvieran que hacer las pesas y medidas
que se hacen obligatorias para toda la República por la Ley del 13 de Julio de 1877, con
sujeción a la reglamentación de la misma de 27 de Junio 1878, y no espedirán ni admitirán
documentos en que las pesas y medidas espresadas en ellos, no estén arreglados al mismo
sistema", según reza el artículo primero del citado Acuerdo.
En el segundo artículo se señala que "en los informes de operaciones periciales que se
practiquen, se consignarán las pesas y medidas por el sistema métrico decimal equivalentes
a los que determinasen los instrumentos que hubiesen servido de base para aquellos, sin
perjuicio de espresarse también el peso o medida especial contenido en esos documentos".

1883 - ALUMBRADO
En la edición del 21 de febrero de 1971, la revista La Calle se refiere a este punto, manifes-
tando que para 1883 nuestra población no contaba con luz eléctrica. "Para el alumbrado en
la parte céntrica y en algunas pocas calles más alejadas, se utilizaron lámparas a kerosene
que se encendían dentro de unos grandes faroles que colgaban de las paredes de algunos
edificios que hacían esquinas. Todos ellos eran atendidos por distintos empleados
municipales". El encendido de los mismos se efectuaba al anochecer de cada jornada. Las
pequeñas lámparas consumían durante la noche la calculada cantidad de combustible que se
abastecía por la mañana. Esta tarea se suspendía las noches de luna, pues "El gran farol de
la noche suplía a los pequeños luminares de la tranquila ciudad, contribuyendo a la
economía de sus vecinos".
El comentarista señala que hasta pocos años antes, "aún quedaban en algunas esquinas los
viejos armazones de hierro, que fueron desapareciendo con la modificación edilicia. Entre
otros, frente a la plaza principal, donde estaba el negocio de los hermanos Pasadore, con el
nombre de "El Caracol", a cuyo frente pendía la silueta de este animalucho, confeccionada
con varillas de hierro; también en la esquina de Entre Ríos y 3 de Febrero, frente a la plaza
Urquiza, estaba el almacén "El Avestruz". Junto al colgaje para el farol, se destacaba un
gran armazón de hierro con la silueta de este bípedo. Su nombre era un punto de referencia,
pues solía indicarse rumbos o vecinos a tal o cual distancia del almacén "El Avestruz".

1884 - UN PLANO REVELADOR
Durante casi dos años de aparición semanal (1969-70), la revista La Calle abordó, en una
sección especial, el pasado de Concordia. En ese lapso, trajo al presente trabajos de
historiadores que se habían ocupado, casi un siglo antes, de la historia de nuestra ciudad. Y
fue tanto el interés despertado, que comenzaron a llegar colaboraciones espontáneas de sus
lectores, que acercaron escritos, viejas fotos, y muchas revistas atesoradas en familia. Uno
de esos aportes, de gran valor histórico, se publicó en la edición del 2 de agosto de 1970. Se
trataba de un plano de Concordia que data del año 1884. En el mismo se advirtieron varias
notas curiosas. Una de ellas es la ubicación de una plaza —denominada "9 de Julio"— en
la manzana ocupada actualmente por la Escuela Normal. Otra, el emplazamiento de un
mercado público frente a la plaza principal. Además, el recorrido del tranvía de entonces,
con su estación terminal en el extremo norte; la iglesia parroquial en construcción, según
referencias, frente a la plaza 25 de Mayo, al lado de la Casa Municipal; la jefatura política,
donde hoy se encuentra la Policía.
Por otra parte, muchas calles tenían los nombres originales: Victoria (Concejal Veiga), Mi-
tre (Laprida), Tucumán (Sarmiento), Congreso (Pellegrini), Córdoba (Hipólito Yrigoyen),
San Martín (D. P. Garat), Libertad (P. del Castillo), Maipú (Lamadrid). Además, de este a
oeste, las calles recibían una sola denominación, es decir, no cambiaban de nombre a la
altura de calle Entre Rilas. Por ejemplo, Piedad era el nombre de las actuales Las Heras y
Coldaroli; Santiago, de Saavedra y Estrada; Santa Fe, de A. del Valle y Alberdi;
Constitución, de San Martín y Mitre; Jujuy, de R. Sáenz Peña y Alem; Gualeguaychú, de
Carriego y Andrade; Monte Caseros, de Espino y Santa María de Oro; Rocamora, de
Scattini y Libertad; y Andes, de F. Heras y Giuliani.

1886 - LA HISTORIA DE SAN CARLOS
Aquí llegamos a un instante en que la historia se confunde con la leyenda y el misterio con
una historia de amor. Las ruinas del palacio San Carlos, como se lo denomina
popularmente, reúne todas esas virtudes (o defectos).
Antonio P. Castro se refirió bastante ampliamente. Y Sara Neira, periodista local,
complementó sus antecedentes. Posteriormente, los periodistas de La Calle agregaron
detalles que redondean la historia que mencionamos.
"Fue en el siglo pasado. En la Concordia aldea, deslumbraba el señorío de don José,
marqués del Zas Caballero —cuenta Sara Nema—. Había llegado de Málaga, en compañía
de su esposa, doña Lucía Bretón".
Fue una figura señorial, bien lo dice la periodista. Y suponemos que, efectivamente, habrá
deslumbrado a la apacible aldea en la anteúltima década del siglo pasado.
Pero un día corrió la voz que el matrimonio se marchaba. Había vendido su fábrica de
conservas a un francés recién llegado, gente de mucho dinero que arribaron en barco
propio, con gran séquito.
Y así fue: el marqués se marchó. Y en su lugar quedó el conde Eduardo De Machy, hijo de
un acaudalado banquero francés. Casado —contra la voluntad de su padre— con una artista
de los escenarios parisinos, abandonó la tierra natal y llegó a América en busca de nuevos horizontes, según el relato de Sara Neira. Eduardo De Machy era acompañado por su esposa y un hijo de corta edad. Inicialmente se alojaron en el hotel del pueblo, donde hoy se levanta el Hotel Colón. Más tarde vivieron en una casa situada en el solar comprendido entre las calles 1º de Mayo y Rivadavia (lindante con el edificio que ocupó antiguamente la sede social del Club Libertad). Y posteriormente se trasladaron al paraje conocido como San Carlos, donde construyeron el palacio del que actualmente sólo se ven sus ruinas. Sin embargo, los De Machy llegaban siempre a la ciudad en espléndido coche tirado por animales que los conocedores reputaban de soberbios. No faltaban a ninguna función del viejo teatro Beñatena. En relación con la fábrica de conservas, instalada en el barrio Nebel, se suscitó una incidencia con las autoridades comunales con respecto a los desperdicios de la misma. El conde resolvió entonces cambiar la residencia y se trasladó al ya citado paraje San Carlos. Dice Castro que esas tierras "tenían una tradición de luengo abolengo. Pertenecieron primitivamente a don Félix Britos, quien las vendió al general don Manuel Antonio Urdinarrain, éste a don Domingo Duarte Manzores, quien "de palabra las vendió" al general Urquiza". Fue entonces cuando las adquirió el conde De Machy. Con posterioridad, pasaron a poder de la firma R. de Coulon y Cia., luego a don R. Lix Klett, quien las vendió a la Sociedad Rural de Concordia y ésta las transfirió a la Municipalidad, la que es su actual poseedora. El conde De Machy hizo construir de inmediato el palacio que le serviría de alojamiento. Al respecto, el señor Aramburo, cronista de La Calle, señala que el señor Fuchs Valón, "soldado del arma de caballería durante la guerra del 14, en la que luchó", y con quien mantuvo amistad por estar el mismo también relacionado con nuestra ciudad, le confesó en una oportunidad que el palacio de San Carlos era una réplica de una posesión que sus moradores tenían en Francia. La construcción fue terminada alrededor de 1888, empleándose exclusivamente materiales de la región, piedras, de cuyos elementos está íntegramente construida la señorial mansión. Al mismo tiempo se levantaba la nueva fábrica de conservas, como así también una de hielo, siendo ésta la primera que se instalé en la República Argentina. Castro agrega que "no menos de 600 obreros se movilizaban diariamente en las tareas. Al mismo tiempo, en dependencias especiales, se fabricaban los envases correspondientes y luego los barcos, que arribaban directamente al embarcadero propio de San Carlos, se encargaban del transporte fluvial hasta los principales puertos del país". "No menos digno de mención —añade Castro— es el curioso taller dc herrería artística que también poseía, en donde se modelaron y construyeron todos los elementos de hierro y los enrejados de estilo gótico que aún se pueden admirar en el derruido palacio, como vestigios de una generación constructiva y precursora. Y no sólo la producción de la herrería artística se limitó a las cuatro paredes de San Carlos, sino que fuera de ellas y precisamente por citar un ejemplo, llama la atención del curioso la puerta de hierro que existe actualmente en el Cementerio Nuevo de Concordia, sobre la calle Las Heras y que fuera confeccionada por una gentileza del rumboso conde De Machy". Castro se refiere de inmediato al palacio en sí. "El embrujo y el encanto del palacio, como
en los cuentos maravillosos, era realmente magnético e impresionante. De planta baja o
subsuelo y primer piso. Especie de Tullerías íntimo y apacible, reglado de esplendor,
evocaba el cuadro vívido de mansión regia, estilo Luis XV, con sus fábulas y leyendas, lujo
y pedrerías, relampagueantes de luz. Gobelinos magníficos, rasos estampados, finísimas
alfombras, cuadros famosos, pinturas sorprendentes, espejos, muchos espejos, mármoles
importados, arañas resplandecientes de luz, taraceas perfectas, artesonados artísticos,
candelabros y porcelanas renacentistas, cortinajes suntuosos, delicadas obras de arte,
metales preciosos, vajilla labrada, mobiliario regio, tibio ambiente de chimeneas y estufas,
saturación de flores, todo, todo era fantástico, mágico, regalo de los ojos, inédito para la
ansiedad ciudadana del pueblo dormido, que ávido de lo maravilloso y fulgurante —como
en los cuentos de hadas— se entregó sacudido al influjo munificente de lo bello y
armonioso. Y el conde, con largueza de bolsa y fluido decir, era el gentilhombre de todas
las edades, admirado, querido, respetado".
(.) "Un día sereno, de mucho sol, como si se hubiera querido con ello alumbrar un camino
o presidir una marcha, desaparece el conde De Machy con su dama, en barco propio, que
raudo surca las transparentes aguas del Uruguay rumoroso. Fue en 1891. (.) Nunca más se
supo de él. Un silencio retrospectivo nos indica el enigma, Los señores R. Coulon y Cia. se
hacen cargo, sin más ni más, de las existencias de San Carlos, hasta 1893, en que también
deciden abandonar el lugar para regresar, posiblemente, a Francia".
"Y allí comienza a declinar la interesante historia de San Carlos, pasivamente, sin
esfuerzos, como un crepúsculo ardiente.Poco a poco van desapareciendo todos los
vestigios de opulencia; robos continuados, derrumbes paulatinos, inclemencia del tiempo,
abandono silencioso de tierras, casas y cosas. Y en 1916, finalmente, hábiles
contrabandistas sustraen todas las maquinarias que aún se conservaban en los
establecimientos fabriles, para venderlas inmediatamente como hierro viejo a compradores
alemanes. Así llegamos a nuestros días —concluye Castro— y como si un designio fatal y
enigmático, como la vida misma del conde De Machy, que pasó fugaz y principesco por la
siesta tranquila de la Concordia, un incendio misterioso, que mano aleve o descuido
culpable propagara, terminó con los últimos vestigios consumibles del Palacio San Carlos,
dejando al desnudo un esqueleto pétreo, tétrico, de lo que fuera rumbosa mansión señorial,
el 25 de septiembre de 1938".

1887 - EPIDEMIA DE VIRUELA
Una epidemia de viruela se extendía por toda la república con fatal desenlace en muchos
casos. Los jefes de las comunas estaban alertas y el de nuestra ciudad no menos que los
demás. Por eso, con fecha 10 de enero, según consta en los archivos municipales de
Concordia, el Departamento Ejecutivo se dirige al Honorable Concejo Deliberante en nota
que bien puede ser ejemplo de celo en sus funciones, señalando la necesidad de convocar a
dicho cuerpo a sesión extraordinaria para considerar un hecho grave: la existencia de dos
casos "de la enfermedad epidémica reinante en la República, entre los pasajeros o
inmigrantes que, transportados al Uruguay por el vapor Silex, son conducidos a ésta por el
Bonpland".
Es el primer síntoma de la cercanía de la enfermedad que, por distintas razones, .habría de causar estragos en la población de Concordia. En efecto, el 27 de mayo el Departamento Ejecutivo informa al Concejo de 41 casos registrados entre nuestra población, de los cuales 24 cuentan con asistencia médica y 17 están alojados en sus propios domicilios "en virtud de ser ésta su resolución, manifestada a empleados de esta repartición". El informe agrega un detalle terrible: en el mes se han producido 27 casos fatales. De allí en más surge una estadística que se analiza periódicamente en el seno del Concejo Deliberante. Entre el 28 de mayo y el 3 de junio se registran 9 casos y sólo dos defunciones, lo que alienta a los médicos que estiman que la epidemia decrece, máxime cuando los nuevos casos son benignos. La realidad disipa todas las esperanzas. Para el 19 de junio la epidemia se ha extendido a casi todos los distritos de campaña del departamento, los cuales se hallan sin "los recursos más indispensables para atender las necesidades y de los atacados y para combatir, en lo posible, la enfermedad". Por esta causa, el Departamento Ejecutivo solicita al Concejo Deliberante que se fije "una cantidad destinada al socorro de los desvalidos de la campaña". Sin embargo, "por razones de actualidad que reclaman el dinero, y atención municipal en un campo de acción más reducido y propio de esta Honorable Corporación", es imposible "hacer lugar a tan humanitario pedido", es la respuesta del día 20. Del 4 al 14 de junio se registraron 65 nuevos casos de viruela en personas de distinta edad y sexo. Las defunciones en ese período alcanzaron a 28. Del 14 al 20 de junio los atacados son ocho y los fallecidos en ese lapso suman 15. A la semana siguiente se agregan 15 nuevos casos y 13 fallecimientos. Al comenzar julio habían surgido 21 casos más, siendo 18 los casos fatales. Y recién entonces comienza a decrecer la epidemia de viruela. Del 12 al 19 de junio se registrarían solo 6 nuevos casos, pero el mal habría de cobrarse 11 vidas más. Una semana después sólo se sumaría un brote, pero las víctimas alcanzarían a 10. De aquí en más se marca una nueva disminución, con lo que comienza a alentarse una real esperanza. Pero recién en noviembre podría confirmarse la culminación del proceso. El último dato, el 8 de ese mes, señalaba dos casos nuevos sin haberse producido defunciones como consecuencia de la epidemia. Ésta llegaba a su fin, afortunadamente, aunque las vidas segadas en el transcurso del año constituirían una herida nueva en el sufrido pueblo concordiense. EL REGISTRO CIVIL
Quizá llame la atención del lector la prolija estadística de defunciones semanales
registradas con motivo de la epidemia de viruela a la que hicimos mención anteriormente.
Pero tal vez ello haya sido fruto de un hecho de trascendencia en el ámbito local. El
Registro Civil de Concordia comenzó a funcionar a principios del mes de mayo de ese año
trágico, es decir, 1887. Su primer jefe fue el señor Betolaza, persona ampliamente
vinculada en Concordia, que ejerció sus funciones durante muchos años. En el año de
referencia fueron labradas 321 actas de nacimiento, 381 de defunciones y 66 matrimoniales.
El primer acta de nacimiento corresponde a Emanuel Claps; la de defunción, a Carlos
Dovis, y el primer matrimonio registrado es el de Ernesto Kinttel con Dolores Ramírez.
1888 - DONACIÓN DEL SEÑOR FERRE
El 8 de octubre de 1888, siendo presidente de la Municipalidad el señor Fernando García,
se acepta la donación de terrenos del señor Jaime Ferré —dos manzanas de tierra— y se las
destina para la instalación de una "nueva Plaza de Frutos que se denominará del Oeste".
Cuatro años después se autoriza que en la misma se realice la "Exposición feria y venta de
artículos procedentes de la Colonia Nacional Yeruá, que tendrán lugar el primer domingo
de cada mes, de 8 a.m. a 2 p.m.".
Este fue el resultado de las gestiones encabezadas por el señor José A. Rívoli, en
representación de los agricultores de la Colonia Yeruá. En los considerandos de la medida
se especifica que "un centro de esta naturaleza vendrá a beneficiar a aquella importantísima
Colonia agrícola, facilitando la venta de sus productos y abriendo una corriente de
intercambios con este centro comercial". La primera exposición se llevó a cabo el domingo
9 de julio de 1892.
TERRENO PARA LA ESCUELA NORMAL MIXTA
El Concejo Deliberante sancionó, el 21 de junio de este año, una ordenanza destinando
"una manzana de terreno municipal para la construcción de una Escuela Normal Mixta en
esta ciudad, que será construida por cuenta del Tesoro de la Nación". Al mismo tiempo, se
autoriza al Presidente de la Municipalidad "para que alquile una casa apropiada para la
instalación inmediata de dicha Escuela" mientras no esté terminada la construcción, como
también "para que designe la manzana de tierra en que debe construirse la casa para la
Escuela Normal".
El documento lleva la firma del presidente del cuerpo, F. García.
1890 - EL PUENTE SOBRE CALLE SAN MARTÍN
El decreto de construcción del puente sobre el arroyo Concordia de calle San Martín tiene
fecha del 22 de agosto de 1890. Fue aceptada la propuesta de la firma Pedro Pusterla y Cía.,
que presupuestó mil quinientos pesos por la obra, rechazándose la de Domingo Simonetti
porque superaba a la primera en setecientos veinte pesos moneda nacional.

LO QUE VIO UN INMIGRANTE
La revista La Calle obtuvo una primicia periodística de real valor. Se trata de la descripción
de nuestra ciudad en 1890, escrita por un inmigrante francés que, desde su país natal, se
trasladaba a la Colonia Yeruá. El documento vale por lo que es: la impresión de un recién
llegado que, meses antes, ni siquiera sabría que existía en la Argentina una ciudad con este
nombre. Lo transcribimos textualmente:
Concordia en 1890 no era más que una triste ciudad de una decena de mil de habitantes; calles estrechas, cuyo pavimento en muchos lugares dejaba crecer el pasto; casas bajas; infortunada línea de tranvías tirados por caballos flacos —que arrastraban coches más vacíos que cargados—, que por otra parte quebró rápidamente. En una palabra, una ciudad sin un encanto de ninguna especie. Había algunos hoteles pero ninguno podía ser considerado en esa categoría; abundaban los jardines, casi en pleno centro, rodeados de grandes cactus que parecían gigantescos puntales verdes; viejos muros de ladrillos se encargaban de alinear las veredas y, aún, de conducir al peatón de una calle a la otra pues Concordia, como la metrópolis y todas las ciudades de provincias de la Argentina, están trazadas en dameros, en ángulos rec-tos y poco pintorescas. El comercio era casi nulo, además de sentirse la crisis económica que atravesaba el país entero. La entrada de Concordia ofrecía un aspecto poco atractivo; los terrenos pantanosos y las arenas detenían o atascaban los carros tirados generalmente por cinco o seis caballos. Las viviendas eran chozas o ranchos que se extendían casi hasta el centro, hechos de barro de adobe o de latas viejas de querosén, techo de paja, y habitadas por gente cuyo oficio era frecuentemente de trenzar correas de cuero o bien de no hacer nada, salvo ir a beber la caña o el anís en uno do los centenares de bodegones; las chinas tomando mate a la puerta, mal vestidas, con géneros livianos y claros, con una bandada de chiquilines casi enteramente desnudos; tal era el aspecto que ofrecía Concordia. La única iglesia no estaba aún terminada. Sus grandes paredes de ladrillos, sin techos, mostraban el abandono de su constructor desde hacía algunos años, probablemente por cuestiones de finanzas. Todo ese conjunto de muralla abandonada era de un aspecto lamentable. Frente a la iglesia estaba la plaza principal. Plantada con acacias y naranjos, florecidos cuando llegamos nosotros; del otro lado, el único mercado al aire libre, donde se vendían legumbres, frutas tales como la naranja, la banana, el ananá, como frutas de invierno; y algunos puestos de carniceros. Al lado del mercado, la comisaría, donde observamos un policía que bajaba de un caballo y que calzaba, en un pie, un zapato, y en el otro, una alpargata, cubierto con un kepis a la francesa y puesta la visera al revés. Este policía no tenía el aspecto de representar su rol en serio; daba su informe a su superior como si se tratara de uno de sus compañeros. En casi todas partes se veían pequeñas o vastas quintas de naranjos, de granados, árboles de flores como la magnolia, el jazmín del Cabo, del Paraguay; el jacarandá de flores violetas. Vimos el primer picaflor, verde dorado, una de las más originales creaciones de la naturaleza. Como puede apreciarse, el panorama no era alentador, aunque debe considerarse no sólo la situación general del país, sino también la del país de origen del recién llegado a estas tierras. Por ejemplo, a nuestro inmigrante le llamó la atención que las vías del ferrocarril cruzaran la calle —Libertad, en aquella época—, lo que le pareció una monstruosidad, pues en "Francia la línea férrea está cercada por tejido o estacas en todas partes". Sin embargo, la opinión de este inmigrante había variado notablemente cuando transcurrieron treinta años. "Hoy —cuenta en 1920— Concordia es una ciudad limpia en el centro, bien adornada, de grandes construcciones y el lujo —cosa desconocida entonces— comienza a invadir un poco todas las clases de la escala social". 1891 - LA TÓMBOLA
Cuando nos ocupamos de la Sociedad de Beneficencia dijimos que sus integrantes se
dedicaban a buscar medios de recaudación de fondos. Uno de ellos, y suponemos que
después de no pocas gestiones, fue otorgado por la Municipalidad.
En efecto, el 27 de junio de 1891, se aprobó la autorización para organizar una tómbola
reglamentada por la misma Municipalidad. "Se jugará —dice la ordenanza— por medio de
billetes desprendidos de libretas talonarios". Cada billete debía contener diez casillas con
diez números distintos y "será premiado con quinientos pesos el billete cuyos diez números
hayan salido primero en la extracción".
Al efecto, se colocarían 99 bolillas en un globo, numeradas del uno al noventa y nueve y se
daría por terminada cuando el primero que completara su billete así lo anunciara.
Cabe agregar que esta "tómbola" fue llamada, también, "lotería de caridad".
NUEVAS CALLES
"Desígnanse los nombres siguientes: Nogoyá, La Paz, Federación, Feliciano, Diamante,
Tala, Gualeguay, Villaguay, de la Pampa, y Misiones, para las diez nuevas calles abiertas al
Oeste del Boulevard Oeste de la ciudad". Así reza la ordenanza del 29 de octubre de 1891,
que lleva la firma del Dr. Mariano R. Jurado, titular de la Municipalidad. El boulevard
Oeste fue denominado, posteriormente, Humberto I.
EL CLUB UNION
Fue fundado en diciembre de 1891 por el señor Robert H. F. Stuart, que llegara a ejercer la
administración del Ferrocarril Entre Ríos.
En su momento, el Club Unión —generalmente conocido como "Club Inglés"— estuvo
constituido, casi por completo, por asociados de esa nacionalidad. Durante muchos años
ocupó el edificio ubicado en la esquina noroeste de las calles La Rioja y Mitre.
1892 - LA CAPILLA DE POMPEYA
En el año 1892, a iniciativa de los vecinos José A. Rívoli y Jaime Ferré, se levantó frente a
la Tablada Oeste —es decir, en el sector hoy conocido como Parque Ferré— la primera
capilla, la que con el correr del tiempo sería el templo de Pompeya. Pero la atención
espiritual de la barriada se haría efectiva sólo en forma esporádica. Y esta situación se
mantuvo sin variantes durante muchos años. Fue por eso que la señora Catalina Garat de
García y la señorita Dominga Garat solicitaron al Obispado de Paraná un sacerdote
efectivo, ofreciendo la construcción y moblaje de una casa contigua a la capilla, sobre un
terreno que donaría la señora Laura Ferré de Crosa. El ofrecimiento dio el resultado
esperado. El 27 de noviembre de 1926 se creó la capellanía de Nuestra Señora del
Santísimo Rosario de la Pompeya, nombrándose al presbítero Francisco Altiner con
residencia permanente.
Un año después se la erige en Parroquia. El 17 de marzo de 1929 se procede a la bendición
solemne. Y el 1º de septiembre, por renuncia del padre Altiner, toma posesión de su cargo
el presbítero Juan Schroeder.
Muchos anos más tarde, en una publicación periódica, se lee —con referencia a este
templo— lo siguiente: ".es uno de los más bellos y artísticos de la provincia, siendo su
mueblaje de notable ejecución y armónico conjunto. Posee además un potente amplificador
eléctrico de campanas, el primero instalado en Entre Ríos. En la realización de tantas obras
y progreso alcanzado en tan pocos años, cabe destacar la visible protección divina, que,
bajo el patrocinio de la Santísima Virgen del Rosario de Pompeya, ha colmado a sus
devotos de innumerables gracias y favores, eligiendo por morada el barrio más abandonado,
pobre y humilde de Concordia".
1898 - EL COLEGIO SAN JOSE
En su edición del 13 de septiembre de 1970, La Calle publica una nota relacionada con la
fundación del Colegio San José. Textualmente expresa:
La sociedad de Concordia —lo más representativo de ella, según un documento— dispensó la más entusiasta acogida al proyecto del presbítero Pedro Costa: abrir un colegio para niñas dirigido por una institución religiosa. Así nació el Colegio San José de las Hermanas Adoratrices. "Se imponía cristianizar socialmente a la población, comenzando por la niñez", escribía el sacerdote a la Madre Superiora de la congregación. Y ésta aceptó la idea. Formóse, entonces, una comisión de señoras con el carácter de "protectoras", y ellas se encargaron de buscar casa y amueblarla convenientemente. Esta comisión —la primera— estuvo integrada por Rosa O. de García, como presidenta; Margarita V. de Siburo, Romana G. de Oriol, Dolores P. de San Román, Natividad G. de Flaschland, Juana A. de Rodríguez e Irene de Villalonga. El colegio fue inaugurado el 5 de abril de 1898, con regular número de alumnas. Además de la enseñanza elemental, se impartían clases particulares de labores, piano, dibujo, pintura y francés. El pueblo no quedó de brazos cruzados. Poco después regaló a las Hermanas una manzana de terreno; "con el producto que rindió la venta del terreno, con un subsidio nacional gestionado por las señoras Rosa O. de García y Dolores G. de San Román, y con la cooperación de una comisión de caballeros, se construyó la parte existente del Colegio San José" (al año 1935.). El progreso material y moral del colegio fructificó en su incorporación al régimen nacional de enseñanza, pues entendían las autoridades que los métodos y sistemas del establecimiento respondían "a lo que una madre desea para sus niñas, es decir, ilustración y educación". EL TIRO FEDERAL
El 10 de marzo de 1898, un grupo de ciudadanos dejó constituida esta entidad. A la cabeza
de ellos se encontraba el teniendo coronel José Boglich, muy conocido en aquella época ya
que durante varios años había desempeñado el cargo de jefe político del departamento.
La práctica del tiro contó, desde el principio, con el apoyo popular, manifestado por la
cantidad de socios que, paulatinamente, fueron ingresando a la institución.
Las crónicas señalan a don José Boglich como el "nervio poderoso" del Tiro Federal de
Concordia, al que entregó sus afanes durante 25 años. En ese período, la entidad local llegó
a poseer el mejor edificio de los que funcionaban en el país. Una publicación de 1927
afirmaba: "Es una construcción sobria, a la par que elegante, pudiéndose formar una línea
de fuego de 16 tiradores, desde las distancias de 150 a 350 metros. Su organización interna
es perfecta. El número de socios asciende a 600".
En esa época —1927— se realizaban algunas modernizaciones en el campo de tiro,
especialmente con el fin de adecuarlo a las nuevas distancias reglamentarias.
LA SOCIEDAD RURAL
Fue fundada el 25 de octubre de 1898, como consecuencia lógica de la importancia de la
actividad ganadera de la zona. El principal objeto de la entidad fue el fomento de la
industria ganadera en su vasta zona de influencia, aunque en la realidad, los hombres que la
dirigieron rebasaron la acción prevista inicialmente.
En la fecha mencionada, ganaderos de nuestra zona se reunieron en el salón Municipal con
el Gobernador de Entre Ríos, Dr. Salvador Maciá, representantes de la Sociedad Rural
Argentina y delegados de la Sociedad Rural de Paraná, con el fin de secundar el anhelo y
las gestiones que, de tiempo atrás, venían realizando los hacendados locales para establecer
en ésta la Sociedad Rural. Luego de un cambio de ideas sobre lo que significaría la
concreción de este proyecto, se resolvió nombrar una comisión provisoria encargada de
redactar los estatutos y someterlos a la aprobación de la asamblea para la instalación
definitiva de la Sociedad, la que se fijó para el 1º de enero de 1899. La comisión provisoria
se constituyó allí mismo, con la presidencia de don David O'Connor, a quien secundaba un
grupo numeroso de personalidades de la ciudad.
La asamblea definitiva se realizó en la fecha prevista, designándose la primera Comisión
Directiva, que encabezó el señor Pedro Mendiburu.
Allí comenzó una dura lucha que culminó con el ascendente prestigio del que goza hoy la
institución.
La primera exposición de reproductores fue realizada por la Sociedad Rural de Concordia
en la primera quincena de octubre de 1899, y tuvo lugar en la antigua Barraca Baylina, por
carecer aún de local propio. Desde entonces, la importancia de estos certámenes ha ido
aumentando, hasta llegar a ocupar el segundo puesto en el ámbito nacional.
En 1905 inauguró el local propio, en avenida San Lorenzo y Pellegrini. El acto coincidió
con la apertura de su 7ma. Exposición Feria.
1899 - LAS CORRIDAS DE TOROS
Es cierto que en Concordia hubo corridas de toros. No sólo porque así lo afirman viejos
pobladores de nuestra ciudad, sino también porque las mismas han quedado registradas en
el periodismo de la época.
En 1899 aparecía en Concordia una publicación denominada El Porvenir, que dirigía, en
esa época, el señor R. Iturriaga. En ella encontramos un comentario sobre una corrida de
toros llevada a cabo el 12 de octubre de ese año. La nota señala las virtudes y defectos del
espectáculo, tanto en lo relativo a los toreros como a las bestias, y también en cuanto a la
organización. Como el hecho en sí no se lo destaca como algo fuera de lo común, pensamos
que eran normales estas corridas de toros. Tampoco señala el lugar en que se llevó a cabo la
misma, pero no estaremos muy equivocados al afirmar que la antigua Plaza de Toros tiene
que haber sido destinada a ese fin. La misma, y hasta donde nos alcanza la memoria, era
una manzana entera, donde actualmente se levanta la Escuela Técnica con frente a calle
Entre Ríos. En 1940 ya no se utilizaba para lidiar, pero allí se instalaban los circos y los
parques de diversiones que pasaban por nuestra ciudad.

LA IGLESIA DE SAN ANTONIO
"Antes del 13 de junio de 1899 —se lee en El Litoral del 11 de junio de 1949— nuestra
Iglesia de San Antonio de Padua se levantaba en el lugar que hoy ocupan el Bar Londres y
el Centro de Empleados de Comercio (actualmente, esquinas de calles Pellegrini y Mitre).
Era una construcción de adobe y paja, con todas las características del "rancho", que no
condecía con el constante progreso urbanístico que acusaba Concordia. Surgió entonces la
iniciativa de levantar un templo que estuviera a tono con la importancia que iba adquiriendo
la población y también con las crecientes necesidades de la iglesia, ya que aumentaba a
diario la concurrencia de fieles a los diferentes cultos. Y así fue como el presbítero Luis
Rosendo Leal, de inolvidable recuerdo entre nosotros, secundado por nuestras autoridades
comunales y la Comisión Pro Templo, que presidía doña Rosa Otero de García, de eficaz
actuación en la emergencia, se dio a la tarea de levantar la nueva casa de Dios
"El lunes próximo —prosigue El Litoral de la citada fecha (1949)— se cumplirán los 50
años de su habilitación, acto que se cumplió con una misa mayor y otras jubilosas
ceremonias que contaron con la amplia adhesión de la grey católica, vale decir que con la
de todo nuestro vecindario. Meses después, el 19 de noviembre, llegó a Concordia el obispo
de la arquidiócesis de esta zona, Mons. de la Lastra, quien procedió a bendecir el templo,
reproduciéndose las jubilosas fiestas de tiempo antes".
El diario mencionado destaca posteriormente el proceso de mejoramiento interior y exterior
a través de medio siglo. Cita la donación de la señora Flora Urquiza de Soler, del "actual
valioso altar mayor", como así también los hermosos vitreaux que hizo colocar el presbítero
Elgart, y la restauración del interior acometida por el cura párroco Jorge Schoenfeld. Más
adelante detalla la nómina de los párrocos hasta la fecha de dicha edición. La misma estaba
integrada por Luis Rosendo Leal (1899-1905), Juan Tresserras y Pedro Rocas (1905-1907
interinamente), Ramón Elgart (1907-1929), Jorge Jacob (1929-1935), y el nombrado Jorge
Schoenfeld (1935-1947). En el año de la publicación, el presbítero José Schachtel era el
cura párroco del templo.
Para finalizar, la crónica menciona "que el primer niño bautizado en el templo de San Antonio de Padua fue Antonio Bernardo Cerminatti, sacramento que se cumplió por el presbítero Costa el 12 de enero de 1899". A principios de siglo XX llegó a Concordia la primera carroza fúnebre con llantas de goma.
Por cierto que estas llantas eran macizas. Más tarde se usaron también en aquellos coches
llamados "victorias".
La carroza fúnebre mencionada resultaba la última expresión en su tipo. Con alto pescante
para dos personas y otro apropiado en la parte trasera, toda de negro reluciente con
guarniciones de bronce, venía destinada para la atención de los sepelios que se decían "de
primera categoría".
En aquella época, la principal empresa funeraria era la denominada "La Chinesca", del
señor Francisco Andreola. Otra empresa de pompas fúnebres era la de los señores Degracia
y Depascuale.
Lo interesante —y hasta anecdótico— en cuanto a estos servicios era la costumbre o
necesidad del reparto domiciliario de tarjetas necrológicas.
Ocurrido un fallecimiento, especialmente de familia conocida, la primera y principal tarea
de la empresa funeraria consistía en la comunicación, que se llevaba a domicilio,
anunciando el hecho y el día y hora del sepelio. Este servicio era confiado a personas que se
hicieron populares, precisamente, por el mismo. Lógicamente, se descontaba la eficiencia
de ellas, y cumplían su tarea con rapidez. Mientras efectuaban el recorrido, anunciaban la
triste nueva a los conocidos. De este modo, bastaba medio día para dejar informada a la
población sobre el fallecimiento.
Otro detalle de aquellas épocas, entre la grey católica, era el repique de campanas, suave y
melancólico, a la hora del sepelio, como una sonora despedida.
LOS CARNAVALES DE ANTAÑO
Entre los años 1900 y 1920 —de acuerdo a un relato de Hermenegildo E. Aramburo—, las
fiestas de carnaval atrajeron a nuestra ciudad gran cantidad de viajeros de distintos puntos
del país y aún del exterior. Tanto es así, que la empresa Mihanovich amarraba un vapor de
la carrera para que sirviera de hospedaje. Y como así y todo, ello no alcanzaba para suplir
las necesidades de alojamiento, la Administración de los Ferrocarriles de Entre Ríos y
Nord-Este Argentino estacionaba una cantidad dc coches dormitorios para aumentar la
capacidad en este renglón, ya que en tales días quedaban colmados los hoteles, pensiones y
casas de familia que ofrecían sus servicios para los huéspedes. De toda la provincia, de
Corrientes y Misiones, y del Paraguay y la República Oriental convergían los visitantes
para asistir a nuestros prestigiosas carnavales. En todo el Litoral no había otro que
alcanzara el brillo y lucimiento de estos festejos.
Como lógica consecuencia, se multiplicaban las actividades de muchos negocios y
empresas. Las sastrerías apenas daban cumplimiento a la demanda masculina, ya que era
frecuente —para el hombre de toda edad— estrenar un traje y presentarse elegantemente ataviado en estas ocasiones. En cuanto al elemento femenino, corría parejo en estos menesteres pues, además de la indumentaria común del atuendo, se multiplicaba la confección de fantasías valiosas y originales, utilizándose para tales fines, telas y adornos de excelente calidad, lo que por entonces provenía enteramente de la importación. En materia de reservas, debía considerarse también la del coche o carruaje para el desfile del corso. Se trataba de las llamadas "victorias", tiradas por un par de caballos. Como el techo era corredizo, se ubicaban cómodamente cuatro personas en sus dos asientos, enteramente al descubierto. En un sector de calle Entre Ríos, los vecinos de mayores recursos instalaban al frente de sus domicilios, sus palcos de madera, adornados con buen gusto y —algunos— hasta con iluminación eléctrica. Esto se hizo al principio, pero a medida que los corsos fueron cobrando importancia, la Municipalidad se hizo cargo de la construcción e instalación de palcos, los que, en algún año, pasaron de trescientas unidades a lo largo de diez cuadras. La ornamentación e iluminación de esta arteria era preocupación primordial. Como emergiendo de las oscuras aguas del Uruguay, el Marqués de las Cabriolas llegaba al puerto de nuestra ciudad en una empavesada embarcación, deslumbrante de luces, pajes y príncipes que acompañaban al citado personaje, con su vestimenta colorida y alhajada. Se lo esperaba con la música de orquestas de las comparsas y de los grupos que integraban las murgas, como así también algunos elementos improvisados. Predominaban los violines, las flautas y algún clarinete. Y muchas cornetas y guitarras. Entre la algarabía de la llegada, el Marqués de las Cabriolas ascendía a una hermosa carroza, lujosamente ornamentada. Detrás de ella avanzaba un grupo de coraceros a caballo, a manera de escolta, de brillantes uniformes y portando simbólicas lanzas. Cerraba la marcha un verdadero enjambre de máscaras y fantasías, dando especial colorido y brillo al recibimiento y desfile del representante de la alegría. A la llegada del Marqués, se quemaban fuegos artificiales. Se coronaba así la entrada de este personaje, con un espectáculo tan llamativo que resultaba un verdadero regalo para la multitud congregada. Y se iniciaba la marcha hacia el centro de la ciudad, por calle Buenos Aires. Muchas comparsas, bien organizadas y con buenas orquestas, daban mayor lucimiento al corso. La más conocida, por ser la más antigua y que apareció sin interrupción durante más de 30 años, se llamaba "Los negros alegres". Su indumentaria consistía en cueros de ovejas que imitaban, con bastante realismo, al del tigre; además, espejuelos y cascabeles. La componía una troupe de escoberos y tangueros, muy barulleros, que danzaban al compás de su orquesta. Otra vieja comparsa, donde casi todos sus integrantes eran músicos, se llamaba "La estudiantina". Recordamos, además, a la llamada "Los hijos del pueblo", "Los pelotaris", etc. Estas agrupaciones estaban constituidas por no menos de cuarenta personas y había algunas que llegaban a los sesenta. Podemos decir que las comparsas eran el punto fuerte de los corsos, especialmente los nocturnos, pues cada una quería sobresalir y llegar al ansiado primer premio que coronaba sus esfuerzos y desvelos. Abundaban los grupos más pequeños, las llamadas murgas. Su característica era el ruido,
casi siempre desordenado, y el movimiento en forma continuada, basándose en tambores,
pitos o platillos. Entonaban canciones picarescas, en ocasiones alusivas a personajes de la
época. Vestían con mucho colorido.
La cantidad de disfrazados era siempre muy numerosa. A veces en grupos, a veces en
parejas o sueltos, no faltaba un guitarrista, de modo que al término del corso de la noche, se
improvisaban bailes al aire libre en nuestra plaza principal, donde se agregaba algún
acordeón. Colmada de público y bailarines, la fiesta terminaba a la madrugada.
Se jugaba con serpentinas. Las chicas en sus carrozas, por lo general, iban provistas de
canastillos con flores, para obsequiarlas a sus simpatías o canjearlas por otras. Nardos,
diamelas y claveles solían ser la iniciación de algún idilio. Las bomboneras hacían también
su aparición, si bien en manos de aquellas personas que podían permitirse su obsequio o
entre parejas que ya alimentaban relaciones amorosas.
LA MUSICA AL INICIARSE EL SIGLO XX
El 1º de noviembre de 1970 la revista La Calle publicó una nota firmada por José A.
Famularo, titulada "Algo sobre la música". El objetivo era indagar sobre los ritmos
predominantes al comienzo del siglo XX, coherente con la política de rescatar el pasado del
viejo Concordia. De la misma, seleccionamos los principales párrafos.
¿Qué se bailaba en Concordia al principio de siglo? Nuestras abuelas podrían decírnoslo sin dudar un segundo, a la vez que una sonrisa melancólica (tal vez) danzara en sus labios. Nosotros hemos ido a preguntárselo a dos hombres que no sólo lo observaron sino que también "hicieron" música en aquellos tiempos. Antes de la invasión del tango, los reyes de los salones eran la polca, la mazurca, el shotis, el lancero y el vals. Y los bailes se celebraran en Concordia con gran bullicio. Por supuesto, eran varios los lugares donde se realizaban estas reuniones. Entre otros, se contaba la Sociedad de Artesanos, que ocupaba el solar donde residió el diario El Litoral (en calle Entre Ríos 522). Esta sociedad, por otra parte, integraba oportunamente sus propias comparsas y hasta bandas. En épocas de carnaval, sin embargo, los principales bailes tenían como escenario el frontón de Beñatena —hoy Club Vasco— donde se llevaban a cabo bailes de "rompe y raja" organizados por una sociedad particular, entre los que se contaba don Saturnino Villanueva, quien accedió a nuestro reportaje sobre este tema. Villanueva es uno de los músicos concordienses que puede catalogarse como "documento viviente" y si se ordenara una historia sobre el particular, podría ser el más indicado para marcar, quizá, fechas y acontecimientos. Nació en Montevideo el 10 de diciembre de 1875 y llegó a Concordia tres años después. Sus padres poseían una fábrica de alpargatas y toldos de todo tipo. En su juventud, Villanueva trabajó en la misma ayudando a sus progenitores. Pero la música lo atrajo desde muy joven y se dedicó a su estudio. Lo hizo bajo la dirección del maestro Víctor Piaggio. La muerte de su padre —que lo obligó a hacerse cargo del negocio— no lo apartó de su vocación. Así fue como llegó a formar parte de varias orquestas locales. Recuerda —entre otras— la que integró con Juan Granaroli (violín), sus hijas (piano) y Abelardo Granaroli (violín y piano). Formó parte también de la orquesta dirigida por su maestro, Victor Piaggio (violín) y su hijo (piano). En una época, acompañó al famoso "correntino" Luis González, quien llegó a Concordia llamado por su padre para actuar en los hoteles, radicándose después por mucho tiempo en nuestra ciudad. Entre 1915 y 1920, Villanueva trabajó como músico en el Hotel Colón y luego en el (Hotel) Imperial. En la época de oro de nuestros corsos, formó parte de varias comparsas, entre las que su memoria rescata el nombre de "Los gauchos argentinos", dirigida por don Francisco Degracia. En la Banda Municipal ejecutaba el trombón y la flauta, Los acordes musicales de Villanueva no sólo se oyeron en los bailes sino también en las iglesias. Fue uno de los principales músicos que acompañaron a Faini en las interpretaciones sacras que se realizaron en la Iglesia de los Padres Capuchinos y también en la de Nuestra Señora del Carmen, de Salto (R. O. del U.). Su participación en las iglesias finiquitaron cuando el Papa prohibió ciertos instrumentos en la celebración de la misa: sólo el órgano salió indemne. Recuerda que en banquetes y bailes su orquesta era muy solicitada. Ya al final de su carrera musical, integró la Filarmónica de Concordia. Además del frontón de Beñatena, también se organizaban bailes en el Club Progreso y el Club Inglés. En este último, al finalizar la contienda mundial del 14, se realizó un baile en honor de los sobrevivientes. En aquella época, los ingleses de Concordia sólo bailaban valses y jazz, rechazando el tango que comenzaba a cobrar auge. Otro músico que recaló en Concordia para no abandonarla más es Julio Almeida. Hombre dado a la conversación, con él nos acercamos más a la época actual, pues nos habla de un período de la década del 40. (.) Su primer conjunto —en el que se reservó el violín— lo integró con los primos Pierini (bandoneón), Jorge Busch (contrabajo), y Sandoval (piano). Como vocalistas, actuaron Jorge Verón y Alberto Blanchard. Su repertorio contaba con piezas vivaces, rítmicas y muy expresivas. El conjunto fue bautizado con el nombre de "9 de Julio" y se originó en 1943-44, manteniéndose hasta 20 años después, aproximadamente, aunque en este lapso sufrió muchos cambios e innovaciones. Almeida prefería la vivacidad de los ritmos; en su repertorio cabían el calipso, el fox-trot, el corrido, el pasodoble y hasta la milonga y el tango ágiles. Su mayor actuación tuvo lugar en zonas tales como Puerto Yeruá, Estancia Grande, La Criolla, Colonia Loma Negra, Los Charrúas y en algunas ciudades. - Del. 40 en adelante, los bailes más destacados eran los que realizaba el Club Progreso. También el Club Ferrocarril tenía prestigio en este sentido. Y, durante una época, una brillante idea surgió en la mente de un músico local —Di Biase—. Se comenzaron a efectuar bailes domingueros en un local ubicado frente al Club Ferrocarril, que tenían la particularidad de iniciarse después del almuerzo para terminar por la noche. Almeida recuerda que fueron famosos, también, los bailes que se hacían en el balneario municipal, donde intervenían cuartetos y tríos y se organizaban concursos de cantores, que se. "entreveraban con las parrilladas allí instaladas".

LAS BARRACAS
La revista La Calle, en su edición del 12 de octubre de 1969, publicó un trabajo firmado
por el señor Hermenegildo E. Aramburo, que hace referencia a las barracas de cueros
establecidas en Concordia a principios de siglo, y que da la pauta de la importancia de la
ciudad en este renglón.
Señala el mencionado cronista que eran tres las principales: la barraca de don Juan Baylina —en realidad, Lascurain y Baylina—, ubicada entre las calles Mitre, Alberdi y San Juan, que en los últimos tiempos, es decir, antes de la Primera Guerra Mundial, había modernizado su planta enfardeladora, instalando una prensa hidráulica y utilizando energía eléctrica; la conocida aún Barraca Robinson, que ocupaba el solar donde actualmente se levanta el Policlínica Ferroviario (ángulo SE de las esquinas de calles La Rioja y R. Sáenz Peña); y la barraca de Mathó Hnos., instalada en calle Buenos Aires, entre Colón y Bolivia, estas dos últimas utilizando como energía el vapor de agua, por lo cual disponían de calderas propias y usaban el carbón de piedra como combustible. - Concordia recibía la mayor parte de la producción de lana de la provincia, como también la procedente de Corrientes. Junto con la lana, llegaban los cueros secos, de vacunos y yeguarizos y cueros lanares. Los lugares de entrada de estos productos eran las tabladas Oeste y Norte. La primera ocupaba un par de manzanas frente a la actual Iglesia de Pompeya. La segunda era más amplia. Allí se comenzó a levantar el Policlínico de la Tablada, como se lo conoció en su tiempo, ocupado hoy por la Facultad de Ciencias de la Administración. En la época de esquila, llegaban a ellas numerosas caravanas de carros tirados por yeguarizos y tropas de carretas, muchas con toldos de cueros secos, con chapas de cinc liso y algunas con paja, arrastradas por bueyes. El transporte, entonces, era exclusivamente de lana, en bolsas de un promedio de cien kilos cada una. Durante el resto del año la carga variaba: se recibían cueros secos de vacunos, yeguarizos y lanares, procedentes de Vi-llaguay, Federal, Feliciano, La Paz, Curuzú Cuatiá, Monte Caseros, etc. Al retornar, la hacían con distintas mercaderías para las estancias del camino o para los negocios establecidos en los vecindarios o poblaciones de la zona. Las barracas tenían sus tropas de carros de dos ruedas, tiradas por cuatro o cinco yeguarizos o mulares. Con ellas retiraban los productos desde las tabladas y, a su vez, acercaban la mercadería para el regreso de las carretas, provistos por algunos de los llamados "Registros", entre los que se contaban el de Baylina y el de Robinson Hnos. Estos "Registros" tenían gran surtido, tanto de almacén como ferretería, tienda, maderas, alambres, etc.; es decir, podían atender todo lo que se necesitaba en la amplia zona donde ejercían el comercio. El Registro de Baylina ocupaba un viejo caserón —en donde hoy se encuentra el Banco de la Nación— con depósito de maderas, hierros, alambres y alguna maquinaria agrícola, tales como arados de reja para equinos, instalado en el solar que actualmente ocupa el Banco Hipotecario. El Registro de Robinson tenía su frente sobre calle 1º de Mayo con salida por calle Urquiza, y depósito en donde se levanta ahora el Hotel Salto Grande. Todos estos establecimientos dan la pauta de la importancia comercial de Concordia —hasta la terminación de la Primera Guerra Mundial— en el renglón de lanas y cueros. Directamente de Europa, se recibía en nuestra ciudad a quienes hacían las compras de grandes partidas de lana, que se clasificaban en las barracas para su exportación. De Alemania llegaban los representantes de la firma Lahusen y Cia.; de Bélgica, los de Van Peborg y Willamen, en la mayoría, gente que apenas hablaba castellano. En el puerto de Concordia, y en barcos de la Empresa Mihanovich, se embarcaban los
fardos de 400 kilos de lana, con rumbo a Buenos Aires, donde se los trasbordaba a la nave
que hacía el viaje de ultramar.
Al término de la contienda mundial, el descenso imprevisto en el precio de la lana significó
muchos quebrantos en la zona.
Como dato ilustrativo, cabe señalar que la Barraca Baylina, en sus mejores tiempos, llegó a
exportar unos cinco mil fardos de lana, o sea, unos dos millones de kilos. Las otras dos
barracas juntas, sumarían la misma cantidad.
Los flejes y remaches utilizados en los fardos provenían de Inglaterra, y la arpillera, de la
India, todo lo cual se importaba con intervención directa de la Aduana de nuestra ciudad.
En una palabra, los trámites de exportación como de importación se hacían directamente en
Concordia.
Estos establecimientos, exponentes de cuantiosos capitales que movieron tanta gente,
fueron cediendo al empuje de las variantes que impone el tiempo. Hoy sólo queda el
recuerdo de ellas, pero han señalado, en su momento, un hito en nuestra historia y en el
progreso económico de la zona.
LA FABRICA DE CERVEZA
A principios del siglo XX también florecieron numerosas fábricas y comercios que
apuntalaron la expansión local. Entre ellas, merece una cita especial la "Gran Fábrica de
Cerveza" de don Matías Popelka, fundador del establecimiento, austriaco afincado en
nuestra zona, que se instaló en las cercanías del llamado Saladero Grande.
La familia de don Matías era muy numerosa. Su descendencia llegaba casi a la docena,
entre varones y mujeres, y entre ellos se repartían las distintas tareas de la cervecería. José
Popelka, el segundo de los hijos, era quien dirigía la fábrica. El mayor —del mismo nombre
del padre— se había desempeñado siempre en tareas del campo.
La "Cerveza Popelka" se colocaba íntegramente en nuestra ciudad. La mayor parte de la
producción se envasaba en porrones de barro, blancos, importados de Alemania, con
capacidad para medio litro. También se utilizaban botellas de vidrio pero en menor escala.
Don Matías se encargaba del reparto. Al salir el sol partía en su jardinera de cuatro ruedas,
cubierta con una lona blanca, tirada por dos caballos. Estos viajes se repetían antes del
mediodía, con lo cual se cumplía con la demanda de los clientes.
Se hizo clásico el aviso publicado por don Matías. Decía así: "Cerveza Popelka, compite a
las que se venden aquí, de la Capital Federal. Visiten mi establecimiento. Se convencerán
como se fabrica todo a la luz del día".
Y efectivamente, se conocía el esmero y la limpieza con que se elaboraba el producto en
manos de una familia entera. Lógicamente, contaban con otras personas en tareas menos
importantes. -
Durante varios años, la actividad de la fábrica fue constante y su prestigio inalterable.
Después se registraron distintos acontecimientos que debemos aceptar como imprevistos o
inevitables. El fallecimiento de la esposa fue un golpe para don Matías, que poco después
siguió el camino de su compañera. Luego la familia se fue disgregando. Los hijos, al constituir sus hogares, se fueron separando de la casa paterna. Y la fábrica terminó, entonces, su actividad. Las instalaciones fueron vendidas hasta su total desmantelamiento. En el mismo solar estaba construida la casa habitación de la familia. La adornaban grandes árboles, algunas casuarinas, pinos y naranjos comunes. Al frente, se exhibía un jardín al que decoraban los porrones de cerveza dados de baja por la mas mínima imperfección. 1901 - DIARIO EL LITORAL
La revista La Calle señaló, en una oportunidad, la enorme cantidad de publicaciones que
aparecían en cada paso que daban para conocer algo sobre el pasado de Concordia. Y
llegaba a la conclusión que nuestra ciudad había sido cuna de una continua inquietud
periodística. Las dificultades propias de esta actividad hacía que casi todas ellas cerraran al
poco tiempo de aparecidas. Sin embargo, Concordia cuenta con exponentes ciertos que
vencieron esas dificultades y se mantuvieron, y se mantienen aún, en la difícil función
elegida.
Uno de esos ejemplos fue El Litoral.
Fundado por Francisco Blanes el 1º de marzo de 1901, se constituyó en el decano de los
diarios locales. Las crónicas referidas a Francisco Blanes lo destacan como un hombre
emprendedor, dotado de gran talento periodístico, "de remarcable relieve moral, que supo
encauzar su publicación por la senda del más puro desinterés".
El Litoral abrió el camino sirviendo los intereses de la comunidad y reflejando sus ideas y
aspiraciones. Durante los dieciséis años que le dedicó Blanes, el diario se convirtió en uno
de los órganos más difundidos y prestigiosos del litoral argentino.
En épocas posteriores, en sus columnas se hicieron conocer otros periodistas que aún hoy
recuerda Concordia, tales como Juan P. Arena y Antonio De Luque, que también fuera
propietario de este importante órgano de prensa. A su lado se hicieron muchos otros que
continuaron enalteciendo la profesión.
1902 - ESCUELA MITRE
Fue fundada en dicha fecha. Contó con una subvención del gobierno provincial

1903 - LA ESCUELA DE COMERCIO
Fue creada en 1903, con carácter de "escuela elemental de comercio", ascendiendo
posteriormente a la categoría de "media y "superior", en los años 1905 y 1909,
respectivamente.
Pero en el año de su creación se suscitaron profundos debates en el seno del Concejo
Deliberante, los que demuestran la importancia con que los ediles consideraban el tema. En
la sesión del 30 de abril, se trató sobre tablas un pedido del Departamento Ejecutivo en el
sentido de autorizar una inversión de trescientos pesos para la compra de útiles para "la
futura Escuela de Comercio". En el debate que tuvo lugar entonces, se puso de manifiesto
que la Municipalidad había ofrecido contribuir con el local y algunos útiles para el
funcionamiento del mencionado establecimiento, lo que significa que la creación de dicha
escuela contaba con antecedentes anteriores.
Después se registraron nuevos pedidos para abonar el arrendamiento de la casa "en que
deberá funcionar la Escuela Nacional de Comercio". Y recién en 1905 se da entrada a una
nota del director de dicho instituto, solicitando la colaboración de la Municipalidad "para
gestionar la construcción del edificio". Aparentemente, el Gobierno Nacional estaba
dispuesto a esa obra siempre que se ofreciera el terreno para su construcción.
Esto habría de concretarse muchos años después —casi veinte—. En ese interín, la escuela
funcionaría en locales alquilados. Una nota periodística nos aclara que en 1916, la Escuela
de Comercio ocupaba un edificio ubicado en la esquina de las calles Entre Ríos y Estrada,
transformada luego en residencia de la familia Dovis. A su vera, habría de nacer una firma
comercial —Casa Gorga— de larga actividad en nuestro medio y surgida, precisamente,
por la cercanía del establecimiento educacional.
Otra crónica sobre la Escuela de Comercio destaca que "su influencia se ‘extendía más allá
de los límites provinciales, ya que no sólo la juventud de Entre Ríos aprovechaba sus
beneficios, sino que también acudían a la misma, jóvenes de Corrientes y Misiones".
Al iniciar su actividad se matricularon 30 alumnos. Cuatro años después fueron 89. En
1912 sumaron 162. Cinco años más tarde alcanzaron a ser 328. Y la cantidad fue creciendo
con el tiempo. En 1927 —fecha de la habilitación del actual edificio, aunque funcionó en él
desde 1925— los matriculados sumaban 460 y se registran también las primeras
inscripciones de alumnas. Fue su primer director y fundador, el profesor Luis J.. Duclós.
EL BANCO DE ITALIA
Siendo gobernador de Entre Ríos el doctor Enrique Carbó, el Estado Provincial consideró
conveniente la posibilidad de que el Banco de Italia y Río de la Plata se hiciera cargo del
banco oficial —Banco de la Provincia de Entre Ríos— mediante transferencia del activo y
pasivo de las sucursales Paraná, Victoria, Gualeguay, Gualeguaychú, Concordia y
Concepción del Uruguay.
Las tratativas necesarias se iniciaron con el entonces presidente de la institución oficial, don
José Predoli. Las mismas culminaron en un acuerdo, que fue aprobado luego por ley de la
provincia, el 26 de agosto de 1903, que lleva el número 1.864.
Así, el Banco de Italia y Río de la Plata se hizo cargo de las mismas, convirtiéndolas en
sucursales de su casa matriz, y designando, en consecuencia, sus autoridades y las distintas
juntas consultivas. La de Concordia quedó constituida por las siguientes personas: gerente,
Hernando Rodríguez; contador, Ventura Soler; Junta consultiva: Alberto Robinson,
Domingo Patrone, Juan Marcone, Pedro Mendiburu y José Giorgio.
Al vencimiento de este convenio entre el Banco y la provincia, se firmó uno nuevo,
prorrogando sus términos, el 16 de mayo de 1921, siendo aprobado por ley de la
Legislatura, que lleva el número 2722. Vencido nuevamente en 1928, siendo entonces
gobernador el doctor Eduardo Laurencena, volvió a renovárselo por cinco años más, adquiriendo el Banco de Italia y Río de la Plata prácticamente el carácter de un banco oficial de la provincia, pues no sólo se le eximía de todo impuesto, con excepción de los comunales, sino que los depósitos oficiales —provinciales, municipales e inclusive judiciales— debían obligatoriamente ser efectuados en sus sucursales en la provincia. Además, se lo designó agente financiero del gobierno de Entre Ríos, a los efectos del pago en Buenos Aires, de los cupones de la deuda interna de la provincia. Se estableció también que, cuando se fundara el Banco de la Provincia —cosa que estaba en los proyectos del gobierno-—los depósitos del Banco de Italia pasarían a aquel luego de seis meses de establecidas sus sucursales y a medida que fueran creadas. Eso ocurrió en 1935, al crearse el Banco de Entre Ríos, aunque debe señalarse que las casas quedaron como sucursales del Banco de Italia y Río de la Plata definitivamente. 1904 - EL CLUB ATLÉTICO LIBERTAD
Había sido fundado en 1904 por un grupo de entusiastas aficionados al deporte, entre los
cuales —según recuerda una crónica— se encontraban Francisco Tallone, Pedro
Pierrestegui, Luis Malvasio, Antonio Carabio, Carlos Dadino, Domingo Acheristegui,
Gerónimo A. Tealdo, Rodolfo Arthagnan y otros. Constituía, entonces, una sociedad de
niños que sólo jugaban partidos amistosos en un sitio de la calle 1º de Mayo y Libertad
(hoy Presbítero del Castillo). Cabe pensar entonces que el nombre de la institución proviene
del lugar donde estaba emplazado originariamente su campo de juego
Recién en 1811, Libertad comienza a actuar en partidos de competencia, afiliado a la Liga
de Concordia. En 1920 contaba con 80 socios y había constituido una caja de socorros para
jugadores pobres o enfermos.
EL PUERTO DE CONCORDIA
El movimiento comercial de Concordia tuvo uno de sus más sólidos puntales en el puerto
local. Antes de 1904, fecha de inauguración del actual puerto, se contaba con otros lugares
que desempeñaron el mismo papel. Uno de ellos fue el llamado Palavecino, en la zona de
San Carlos, frente al actual muelle de Salto. Posteriormente se utilizó el de la denominada
Barra del Yuquerí. Allí se emplazaron, oportunamente, los hornos de ladrillos de los
Arizabalo y, luego, el Saladero Chico de los hermanos De la Cruz.
Con anterioridad a la inauguración del puerto actual, había un servicio regular de vapores
de carga y pasajeros entre Buenos Aires y Salto. Los vapores de pasajeros transportaban,
además, encomiendas y correspondencia. Entre otros barcos, cumplían este servicio los
vapores "Viena", "París", "Eolo", "Helios", "Londres", "Washington", "Bruselas",
"Alvear", etc. En la labor de trasbordo, se anotaban el "Guaraní" y el "Guayrá", y los más
nuevos, "Ciudad de Asunción" y"Ciudad de Corrientes", impulsados por hélices. Entre los
vapores exclusivamente de carga navegaban el "Atahualpa", "Batitú", "Labrador" y una
verdadera flotilla de remolcadores y chatas para el transporte de mercaderías, lanchas,
lanchones, etc. Estos servicios eran prestados por la empresa naviera "Nicolás
Mihanovich", nombre del fundador, de origen austriaco. Los vapores postales cumplían tres
viajes semanales de ida y vuelta a Buenos Aires.
Siempre con anterioridad a la inauguración del actual puerto, los barcos anclaban en medio
del río y sus pasajeros y equipajes eran recogidos en un lanchón, llamado "bife" por su
chatura y poco calado, accionado por un remolcador. Esta embarcación era arrimada a unos
planchones de madera colocados sobre caballetes de hierro, a través de los cuales el pasaje
llegaba a tierra. Al embarcarse, la operación era la misma.
El servicio fluvial nacía en Buenos Aires y terminaba en Salto. Por lo tanto, la nave hacía
escalas en todos los puertos de uno y otro lado del río Uruguay.
Independientes de la flota de Mihanovich, una gran cantidad de barcos a vela surcaba las
aguas del río. Tales embarcaciones se utilizaban para el transporte de renglones pesados,
tales como hierro, maderas, sal gruesa, portland. Su capacidad oscilaba entre los cuarenta y
ciento veinte toneladas. Casi con exclusividad, se confiaba a ellos el transporte de nafta y
querosene, identificándolos en tales casos, con una bandera roja, en señal de peligro por la
carga que llevaban a bordo.
Al habilitarse el puerto actual, hubo un gran incremento en el movimiento de carga y
pasajeros. Concordia, por su estratégica ubicación, resultaba ideal para la distribución de
mercaderías en una amplia zona del interior. La influencia del puerto se hizo notar,
entonces, en Villaguay, Villa Federal, Feliciano, La Paz, Federación, Chajarí, provincia de
Corrientes y hasta el Paraguay por Posadas-Encarnación. A la inversa, de todos estos pun-
tos llegaban efectos para ser embarcados en nuestro puerto con destino a la Capital Federal.
El personal ocupado en tareas "de tierra" se aproximaba a los trescientos hombres, y con
mucha frecuencia se hacían turnos nocturnos cuando las operaciones de carga y descarga
así lo exigían.
Como nuestro puerto estaba habilitado para importar y exportar, y aquí se abonaban los
respectivos derechos aduaneros, Concordia llegó a ocupar el cuarto lugar en el país en lo
que se refiere a recaudaciones aduaneras, después de Buenos Aires, Rosario y Bahía
Blanca.
Era común entonces, observar la descarga de mercaderías que llegaban directamente del
exterior. Por ejemplo, aceite de oliva, quesos, frutas secas, vinos, champagne, perfumes y
licores, aceitunas, conservas envasadas, vinos secos o prioratos en cascos, sal gruesa,
alpargatas, sidras, telas de uso doméstico, de Italia, Francia, España y Portugal; whisky,
jamones, dulces y mermeladas, golosinas, casimires, productos industriales y carbón de
piedra, de Inglaterra; artículos para carpintería y herrería, aparatos fotográficos y de
precisión, motores a explosión y eléctricos, de Alemania; sanitarios, tractores, arados,
cosechadoras, molinos y automóviles —como los Maxwell—, de Norteamérica. Estos
vehículos venían armados y encajonados, totalmente cerrados, de modo que al desarmar el
enorme bulto, el coche estaba listo para ser usado. Se recibía también nafta y querosene en
cajones de madera, con dos latas de 18 litros de combustible.
De Suecia y Noruega, además del consabido bacalao en cajones, procedían grandes partidas
de cemento portland en barricas de madera de 180 kilos cada una; de la India se importaba
casi toda la arpillera.
Esto, sintetizado, da una idea de la cantidad de renglones que desde distintos puntos del mundo llegaban a Concordia. Asimismo, debemos agregar el movimiento de exportación, que era de magnitud. Y todo esto constituía solamente el movimiento "propio", al que debe sumarse el que pasaba con rumbo al Paraguay, que servía para incrementar su importancia. Los días de fiesta y los domingos, gran cantidad de público se reunía en el puerto para presenciar la llegada de los vapores de pasajeros. El vecindario conocía, antes del arribo de la nave, si el que se acercaba era el "París", el "Washington" o el "Alvear", por ejemplo, ya que cada uno de ellos tenía pitadas y tonos especiales con que anunciaban, desde lejos, su inmediato atraque. Después de esta época de esplendor, nuestro puerto —como todos los del río Uruguay— entró a mermar sus actividades por diversos factores que conspiraron contra su buena marcha. Una medida de gobierno, por la cual se dispuso que ningún barco de bandera argentina podía tocar puertos uruguayos, ocasionó el primer contratiempo. Posteriormente, hubo una alteración en las tarifas. Más tarde surgieron problemas de índole sindical y hasta se registró una huelga marítima muy prolongada, durante la primera presidencia de Hipólito Yrigoyen. Esto trajo la paralización de los puertos y el amarre de la flota, que inició así su destrucción. 1905 - EL CENTRO ESPAÑOL
Fue fundado en 1905 con propósitos de sociabilidad y cultura por integrantes de la
colectividad española de nuestra ciudad.
EL SALADERO GRANDE
El Saladero Grande —como se lo conoció— fue, en su época de apogeo (1904-1914,
aproximadamente) un verdadero emporio de trabajo, quizá el principal de nuestra ciudad,
afirma el cronista H. E. Aramburo, quien volcó en las páginas de La Calle del 27 de
septiembre de 1969, los datos que recogió en fuentes particulares dignas de confianza. Hipólito Lesca fue el fundador del establecimiento. Vasco español, trajo consigo una cantidad de compatriotas, en la mayoría de su mismo origen, con quienes constituyó el elemento básico necesario para iniciar la monumental obra que culminó posiblemente, hacia 1880. Se levantaba en el actual Barrio Nebel. La administración y casa de familia con habitaciones "de alto", estaba compuesta por varios edificios. Todo el frente a la calle oeste era resguardado por muros con rejas de hierro, a través de las cuales podía observarse el amplio jardín. Las instalaciones del saladero en sí la componían varios galpones de madera y techo de cinc y pisos de material. Se supone que el edificio cubierto y cerrado correspondería a lo que fue la fábrica de extracto de carne, con instalaciones de calderas a vapor, independientes de las grandes calderas y las llamadas tinas de hierro, donde —con el vapor— se cocinaban los esqueletos de los animales. Sobre el río, casi, se elevaba otro galpón, el que se conocía como "La Tonelería", pues allí
se armaban los cascos de roble que llegaban de Europa. El agua era extraída directamente
del río, por medio del bombeo con una máquina a vapor, alimentada por las calderas
principales.
El muelle de madera, al que llegaban los barcos y chatas para carga o descarga, se
comunicaba directamente con la parte central del saladero por medio de una vía, con un
desvío.
Era común que el personal del establecimiento cruzara el río Uruguay para hacer sus
compras. Frente al saladero de Concordia, río por medio, había otro similar, conocido con
el nombre de "La Conserva". Allí, en una casa de comercio llamada "La Pagadora" (en
nuestra ciudad había otra con el mismo nombre) hacían su surtido los trabajadores de esta
banda. Les resultaba más fácil atravesar el río en bote o chalana, que siempre había
disponibles en la costa, que llegarse hasta el pueblo por la calle Salta, única arteria
utilizable. Como no había vigilancia ni control, hacer las compras en "el otro lado" en días
de descanso, constituía también un paseo. En cuanto a la moneda usada, era la misma en
uno u otro lado del río (libra esterlina oro), por lo cual no había diferencias de cambio.
De manos de Hipólito Lesca, el Saladero Grande pasó a otro saladerista: Bautista Suburu.
Posteriormente, fueron sus dueños los hermanos Dickinson, de origen inglés. Luego lo
dirigió el señor Nebel, de Gualeguaychú. A su fallecimiento, quedó en manos de su hijo
Eduardo. Éste, su último dueño, alquiló, al tiempo, las instalaciones del saladero a la
entonces recién constituida Cooperativa de Ganaderos, quienes faenaron allí sus haciendas
durante algunos años. Ante la buena marcha de los negocios, fue necesario una ampliación.
Así la Cooperativa de Ganaderos se instaló en la zona del Yuquerí, y fue la base del
frigorífico de ese nombre.
1906 - DEMOLICIÓN DE LA COLUMNA
Era intendente de Concordia el señor Juan Salduna. Fue él quien resolvió la demolición de
la columna (de la plaza 25 de Mayo), lo que dio lugar a una detonante controversia que
Antonio P. Castro ha rescatado del olvido.
Como el busto de Urquiza había sido destruido, en algún momento se había instalado, en su
lugar, la simbólica Libertad. Pero, por todos los datos recogidos por el mencionado
cronista, no era, en verdad, una obra de arte. Además, como lo manifestó el señor Salduna,
"entrañaba (.) un peligro para los paseantes del redondel de la Plaza".
La medida, dispuesta el 20 de diciembre de 1906 y cuyos trabajos se iniciaron el mismo
día, había sido discutida por toda la población con mucha anterioridad. Y el pueblo, a través
de la prensa del lugar, se expresaba en contra. Sin embargo, dos días después, quedaban
"sólo el zócalo y la piedra fundamental, acerca de la cual habla la preocupación popular que
oculta un tesoro", según comentaban los diarios de la época. Y agregaban: "Hay allí
bolivianos que da gusto, y cosas raras como para formar un Museo".
Sobre este punto se había tejido una verdadera leyenda popular. Se hablaba —reiteramos—
de un tesoro enterrado bajo la columna. El Litoral del 27 de diciembre, un día antes del
descubrimiento de la piedra fundamental, decía: ".testigos oculares del acto que se va a
reveer ahora, casi no los hay en Concordia, al punto de que por más diligencias que hemos
hecho, no hemos logrado averiguar, siquiera con aproximación, la naturaleza y valor de los
objetos que se van a desenterrar. Lo único que nos ha llegado es una referencia tradicional
que asegura que la piedra fundamental encierra una cantidad de onzas de oro y cóndores,
monedas que por aquel tiempo abundaban, así como también una cantidad de monedas de
distintos cuños y nacionalidades, entre las que no han de faltar las bolivianas, enteras y
recortadas, que en la época servían para el cambio menudo. Se dice también que hay en el
escondrijo una crónica documentada de la fundación y orígenes de la ciudad de Concordia,
algunos diarios de la época y no sabemos cuantas curiosidades más, entre las que según una
anciana vecina, se encuentra una imagen de San Antonio, el Santo Patrono de Concordia,
que si los recuerdos antiguos no fallan, seria la misma que impuso a sus fieles la misión
jesuítica del Naranjal, punto en que, como sabemos, existió la primitiva Concordia, que en
un día aciago fue destruida por una terrorífica tormenta de tierra".
El 28 se extrajo la piedra fundamental, a las 7 de la mañana, ante la presencia del
intendente, Juan Salduna, un escribano público, autoridades provinciales y curiosos. Lo
único que se encontró fueron dos tubos de plomo, "entre los que se hallaron pedazos de
cintas y restos de moños, cuyos colores no se pueden distinguir —decía El Litoral de esa
fecha— por estar completamente deteriorados"-
Uno de los tubos guardaba los antecedentes de la erección de la pirámide, en 1850. El otro,
un rollo de papeles, casi totalmente destruidos, pero en los que se advertía la siguiente
inscripción: "Viva la Confederación Argentina. Mueran los Enemigos de la Organización
Nacional", y una fecha: "Mayo 24 de 1851", que Castro considera como la fecha de
construcción de la columna y vendría a concordar con la leyenda, puesto que el
pronunciamiento de Urquiza se había realizado el 1º de Mayo. En esto se basa el historiador
local para manifestar que la columna de la plaza de Concordia fue el primer monumento a
Urquiza en el país.
En cuanto al tesoro, nada de eso se encontró.
EL CLUB REGATAS
Antes de la demolición de la columna ubicada en el centro de nuestra plaza principal, entre
ésta y la calle 1º de Mayo, se erigía un kiosco de madera, con algo así como un piso alto, o
terraza, circundado por una baranda. En la parte baja funcionaba una confitería, y ambas
secciones del local eran elegidas por los vecinos para sus tertulias del atardecer.
En ese lugar se realizó, el l3 de julio de 1906, el acto de fundación del Club Regatas
Concordia. Y cuando el kiosco fue desarmado, según algunas versiones, lo que servía de
columna del mismo fue transformado en mástil para la flamante entidad, y es el que se
utiliza para izar la bandera. Una placa, al pie de dicho mástil, así lo afirma.
Una casilla de madera, ubicada aproximadamente donde ahora se encuentra el Club Pesca,
fue el primer local del Club Regatas. Durante la presidencia de Luis R. Costa, en 1811, se
construyó el pontón, en el lugar que aún ocupa. La parte inferior del mismo se destinó al
depósito de botes; la superior, para los vestuarios y el bar.
La continuación de la obra edilicia estuvo a cargo del hijo de aquel presidente. En efecto,
Domingo Costa, siendo presidente de la entidad, concretó el ambicioso proyecto del local
propio.
1907 - PANORAMA
Con datos extraídos de una guía comercial del año 1907, el equipo de redacción de la
revista La Calle confeccionó un panorama de nuestra ciudad en la fecha citada.
"Concordia se delineaba ya como un centro pujante, activo, y sus hombres trataban de
solucionar los problemas que se oponían al progreso ciudadano. Por eso, ya estaba en
construcción el puerto, el que habría de erigirse en uno de los más importantes del país,
aunque para la construcción de los muelles, las fuertes variaciones de nivel que presenta el
Uruguay, habían hecho desfilar todos los tipos conocidos, desde el muelle flotante hasta el
fijo, de todos los sistemas.
Sin embargo, la discusión se había agotado, y en 1907 se había adoptado el proyecto del
ministerio de Obras Públicas. Las obras estaban en marcha, "aunque no con la actividad
que habría de desearse —según un comentario de la época—, por diversas dificultades
ocurridas a sus constructores, principalmente en la adquisición de materiales y también por
las continuas crecientes del río Uruguay".
A pesar de ello, hasta mediados del año anterior ya se habían invertido más de 137 mil
pesos en las obras ejecutadas. Por otra parte, el mismo ministerio trataba de eliminar los
obstáculos que impedían el fácil acceso a Concordia, dragando los diversos pasos, entre
ellos en el Hervidero, donde una derrocadora adquirida por el Gobierno Nacional en
Europa, había triturado en poco tiempo casi 500 metros cúbicos de piedra dura. Es que en
1905 el valor total de la importación por el puerto de Concordia había sido superior a los
cuatro millones de pesos oro, lo que significaba algo más del 25 por ciento del valor de la
importación total por los diversos puertos de la provincia. La exportación, por otro lado,
superó los tres millones del mismo signo, "o sea, el 16,28 % del total de la exportación de
toda la provincia".
Con respecto a las obras en el puerto de Concordia, cabe agregar un comentario, también
publicado por la mencionada revista, el 28 de junio de 1970. Se inserta en la misma, un
párrafo del libro "La navegación en la Cuenca del Plata", de Luis Dodero, aparecido en
1961, y que dice así:
"Las obras de derrocamiento de los pasos "Hervidero" y "Corralito", tan ansiadas y
celebradas en su tiempo por la navegación y el comercio, ya que los técnicos oficiales
aseguraban que, a la par de eliminar los peligrosos fondos de piedra, se obtendría una
profundidad mínima permanente que haría innecesarios los servicios de la flotilla de buques
trasbordadores, se trocaron luego en gran desencanto. En efecto: las restingas y
formaciones rocosas que en esos pasos se eliminaron, al precio de una gran obra,
indudablemente servían de represa o elementos naturales de contención de las aguas, que
así se mantenían crecidas por más tiempo. Al eliminarse, ciertamente, se eliminó un peligro
real y se profundizó el canal, pero sin duda alguna a expensas de un más rápido desagüe y
un mayor deslizamiento de arena y canto rodado, en forma tal que ambos pasos dejaron de
ser reguladores del calado de acceso a Concordia y Salto, para serlo en cambio los otros
pasos de arena, de menor agua, entre Concordia y Colón".
Volvemos a la guía comercial. En 1907 había en Concordia 14 abogados, una academia de
Bellas Artes, 3 acopiadores de aves y frutas, un afilador, un afinador de pianos, tres
agencias de lotería, seis agencias marítimas, dos agencias de publicaciones y suscripciones, 186 almacenes, seis almacenes mayoristas, 3 pompas fúnebres, 14 procuradores, 18 profesores varios, 5 quincallerías, 6 registros, 6 relojerías, 8 rematadores, 6 restaurantes, 17 roperías, 2 saladeros, 7 salones de lustrar calzados, 12 sastrerías, una semillería, 17 sombrererías, 8 talabarterías, 3 talleres mecánicos, un teatro, 2 empresas telefónicas, 27 tiendas, una tintorería, una tonelería, 6 tornerías, una usina eléctrica, 73 vitivinicultores y 19 zapaterías. El "Saladero Grande" era más conocido con el nombre de "Saladero Concordia". Había sido de Hipólito J. Lesca, pero en ese tiempo era arrendado por la firma Dickinson e Hijo. Faenaba, en el período comprendido entre diciembre y julio, entre 40 y 50 mil cabezas de ganado vacuno. El "Saladero Freitas", de Manuel Freitas, no le iba a la zaga en importan-cia. La "Grasería Yuquerí", en el otro extremo de la ciudad, era propiedad de don Antonio de la Cruz, y se dedicaba exclusivamente a la fabricación de aceite de potro, jabón y velas. Robinson Hnos. era uno de los comercios más importantes. Acababan de construirse los grandes galpones de hierro "en la manzana de su propiedad, situada en calle Jujuy esquina La Rioja". Por su parte, la Barraca Americana y Aserradero a Vapor de Hufnagel Plottier y Cia. tenía ya más de treinta años de actividad; el Aserradero a Vapor de Urruzola, Beñatena y Cia. era más antiguo aún. Su existencia databa del año 1864 y había sido fundado por Ignacio Otaño, y mediante el esfuerzo de sus sucesores, había adquirido muy buen prestigio. También se fabricaban coches y carros, entre otras numerosas actividades. A esta enumeración de los comercios mas destacados habría que agregar un sinnúmero de establecimientos industriales "como la Alfarería y Fábrica de Ladrillos de Bernardo Ruffatti y Hnos., al sur de la ciudad, frente a la Grasería Yuquerí; las Fábricas de Licores de Juan F. Gabioud, la de Santiago De Donatis y la de Victorio Degli'Inocenti, cuyos productos son justamente apreciados; el Molino y Fideería de Juan B. Ortelli e hijos y el establecimiento de igual clase de Juan B. Tealdo y Cia., que trabajaban en gran escala y cuyos productos premiados en la Exposición Industrial de Paraná, 1905, han conquistado las mejores plazas de consumo del norte de Entre Ríos y sur de Corrientes; La Chinesca, gran mueblería y empresa de pompas fúnebres, con el servicio más completo que puede exigirse en ciudades de mayor lujo; la Fábrica de Alpargatas y Zapatillas de Ángel S. Bereta; el establecimiento pirotécnico de Pancracio Piratte; los talleres mecánicos de Pedro Etcheverry y el de Julio Durocher e hijos, varias fábricas de cigarros y cigarrillos, los talleres tipográficos de El Litoral y los de Indalecio Medina, este último con anexos de librería, papelería y manufactura de tabacos; y sobre todo, la gran Fábrica de Calzados de Marcone Hnos., única en su género en toda la provincia. 1910 - LA ESCUELA NORMAL
La Escuela Normal Mixta de Concordia fue fundada el 15 de enero de 1910, por decreto del
Gobierno Nacional, e inició su actividad el mismo año, registrándose una inscripción de
327 alumnos. La dirigía, entonces, el profesor Felipe Gardell. En 1928 se anotaron 500
alumnos. La enseñanza era impartida por veinte catedráticos para las asignaturas
correspondientes a los cursos normales, y 8 directores de grado para la enseñanza primaria
teórico-práctica de los cursos de aplicación. Desde el comienzo, el establecimiento cumplió
sus funciones al máximo de su capacidad.
EL SARMIENTO FOOTBALL CLUB
Quedó constituido el 16 de febrero de 1910. Su objeto principal era la práctica del fútbol,
pero habría de contribuir, también, a "la mayor difusión de todos aquellos ejercicios que
propenden al desarrollo físico y moral de la juventud".

EL TRANVIA A CABALLO
Hermenegildo E. Aramburo escribió en La Calle que, "cuando Concordia festejaba el
centenario de la Revolución de Mayo, la ciudad tenía su eficiente servicio de tranvías
tirados por caballos". Las oficinas y galpones de la empresa que explotaba este servicio se
levantaban en calle Entre Ríos, entre Las Heras, Pirovano y San Luis. El lugar estaba
rodeado con plantas de naranjas y se observaban, también grandes eucaliptus.
Entre los socios do la empresa, se contaba un italiano alto, rubio y muy activo, a quien
todos conocían por don Luciano, que se convirtió en un característico personaje de
Concordia. Fue el último de los que manejaron la empresa y mucho después de su
desaparición se produjo la paralización del servicio tranviario y la ulterior desaparición de
la sociedad.
La línea tranviaria se iniciaba en el puerto, al pie del edificio de la vieja Subprefectura.
Saliendo por calle Sáenz Peña, entraba -—por Colón— a Buenos Aires para llegar a
Pellegrini. Por ésta hasta bulevar San Lorenzo, de donde continuaba hasta Entre Ríos para
volver a Sáenz Peña y retornar al puerto. Algunos años después se tendió un complemento
desde la esquina de la calle Entre Ríos hasta Alvear, para terminar en la esquina que daba
frente a La Tablada.
Los coches para el servicio de pasajeros eran abiertos, con cuatro o cinco hileras de bancos
que lo atravesaban a lo ancho. Sus respaldos eran movibles para adecuarlos al sentido de la
marcha. A lo largo de ambos laterales del coche estaba el estribo de madera, para subir o
bajar desde cualquiera de los asientos directamente a la vereda. A los costados, en la parte
superior, se enrollaban las cortinas de lona, para usarlas como protección contra el sol o el
mal tiempo.
Dos personas iban a cargo del tranvía. El que manejaba, es decir, el mayoral, y el guarda,
encargado de cobrar los pasajes. El conductor siempre tenía una corneta, con la que
anunciaba la cercanía del tranvía.
Había otro tipo de tranvía: el que se utilizaba en días de mal tiempo. Eran coches cerrados,
construidos de madera y cinc galvanizado, con dos puertas corredizas, adelante y atrás, y
dos bancos de madera, uno a cada lado y a lo largo del vehículo.
Como la salida desde el puerto significaba sortear una pronunciada subida, una cuadra antes
de las vías del ferrocarril el tranvía era esperado por un muchacho a caballo y su cuarta de
cadena, para ayudar al vehículo cargado a llegar hasta calle Buenos Aires, donde otro
cuarteador facilitaba la llegada hasta Pellegrini.
1914 - LA PARROQUIA DEL SAGRADO CORAZON
Las obras se iniciaron en 1914. Nació la idea en sor María Elena de San José, Superiora del
Asilo de Huérfanas "San José", que ya existía. Se edificó con la cooperación de los vecinos
generosos de la ciudad y con el esfuerzo incansable de muchas almas de aquella zona.
En 1924, el obispo diocesano, Monseñor Dr. Abel. Bazán, erigía la nueva parroquia bajo el
nombre que hoy ostenta. La bendición se realizó el 14 de octubre del año siguiente.
Un año después —el 19 de marzo— su primer sacerdote se hizo cargo del puesto. Se
trataba del presbítero Miguel De Grucci, quien —tres años más tarde— era reemplazado
por otro sacerdote: Francisco Dal Maso. El 4 de julio de 1937 se hizo cargo de la parroquia
el padre Tomás M. Botto.
El templo, emplazado en el conocido barrio Lesca, sirvió para darle vida propia a aquella
zona, cuyo progreso se hizo más evidente desde entonces.
LA CAJA POPULAR
La Caja Popular de Concordia fue una institución eminentemente local, fundada en 1914,
"Cooperativa católica de crédito mutuo, con carácter legal de anónima", según reza el
estatuto, y cuyo objeto fue el de mejorar la condición moral y material de los trabajadores,
proporcionándoles los medios de hacer fructificar sus pequeñas economías a fin de estimu-
lar el ahorro.
PANORAMA 1914
De un Prontuario de la República Argentina, aparecido en enero de 1914, extraemos esta
visión panorámica del Concordia de entonces. Reproducimos sólo los párrafos que, a
nuestro criterio, sirven a los fines ilustrativos de este trabajo.
A las 12 del día parte de la dársena de Buenos Aires el vapor, y a las 8 de la mañana del día siguiente llega al puerto de Concordia (.) Las comodidades que brindan los magníficos barcos que la empresa Mihanovich ha destinado para la travesía hasta el Salto, hacen transcurrir las horas inadvertidamente, y como se dispone de buena mesa, excelentes compartimientos para señoras y para hombres, servicio de café a toda hora del día y de la noche, abundante personal de asistencia, mucha limpieza, y la mayor obsequiosidad por parte de los empleados superiores, pocas son las personas que desean mayores servicios teniendo en cuenta los precios equitativos que actualmente cuestan los pasajes. El puerto de Concordia presenta el aspecto de una fortaleza blindada a cal y canto, pues como el flujo y reflujo de las aguas del Uruguay aumenta o disminuye en proporciones que algunas veces son excesivas, ha sido menester realizar esa obra de fábrica empleando piedra, y construir un gran murallón de elevada altura con calle en declive, para los casos en que el descenso del río exige que las operaciones de cabotaje se efectúen bajo niveles normales. Allí, al desembarcar, ya se ven los portavoceros de la riqueza que se encierra tierra adentro, enfilados como guardias avanzadas de la prosperidad del departamento. Nos referimos a los automóviles (.) En el trayecto que recorre el carruaje para conducirnos al hotel, vemos una leyenda frente a la puerta de entrada de un edificio de arquitectura severa, que dice: "Banco de Londres y Río de la Plata". Esa inscripción nos reveló de inmediato que los negocios de Concordia ofrecen edulcoraciones apetitosas para los hombres positivistas; y, como los ingleses es gente que la entiende, toda vez que sus insignias mercantiles aparecen en alguna parte, no es menester averiguar si allí marchan las cosas a pedir de boca. La plaza principal de Concordia ocupa una manzana, y en ella se concentran todos los cuidados que se hubieran dedicados a una extensión mayor, pues ofrece muchos atractivos y particularmente en el verano, que noche a noche se ve concurrida por gran número de familias que van a disfrutar de las brisas balsámicas de las flores y el arbolado. Alrededor de la plaza se hallan las principales oficinas públicas, comercios y hoteles. En un valiosísimo edificio construido con recursos de cuatro estancieros de esta ciudad, se halla instalado suntuosamente el centro social denominado Club Progreso, alhajado con valiosos muebles y provisto de muchos salones que se destinan para va-rias reuniones. Entre esos salones hemos admirado el que se reserva exclusivamente para bailes o saraos, cuya extensión es ostentosa. El influjo atávico (de los descendientes del antiguo reino de Navarra, que es la raza que prevalece en Concordia) se manifiesta en esta población con todas sus bellas inclinaciones originarias, tan características en esa raza pujante descendiente en línea recta de españoles y franceses de la Navarra antigua, que se singulariza entre las demás de la tierra por su hombría de bien, por su excesivo amor al trabajo, por sus inclinaciones a la vida de hogar, y también por sus tendencias a divertirse; porque el vasco es alegre, sin una pizca de misantropía taciturna aunque desempeñe un papado, y como en sus anhelos de regocijo no existen egoísmos, a su vera se divierte todo el mundo, dando preferencia a los suyos y a cuantos le rodean. Ese espíritu de sociabilidad y afecto hacia la familia, pues, ha sido la fuerza propulsora que ha realizado aquí toda esa gran obra de bienestar que todos admiramos: cómodos edificios, suntuoso centro social, dos teatros, magníficos automóviles, varios salones de cinematógrafo, etc., etc. Las calles de Concordia son rectas y están bien pavimentadas por el sistema macadam. El intendente municipal que acaba de terminar el ejercicio de su cargo el día 31 de diciembre último, señor Juan Salduna, ha sido un valiosísimo elemento de progreso para Concordia, pues actualmente esta ciudad ofrece medios viales que facilitan enormemente la viabilidad de todos los negocios. Más aún, podemos asegurar que todas las obras públicas más importantes que hoy ofrece esta ciudad, han sido comenzadas durante la administración del señor O'Connor, continuadas en la época que fue intendente don Juan P. Garat, y proseguidas afanosamente por el señor Juan Salduna (.) Actualmente se gestiona de las autoridades nacionales la obtención de los servicios públicos más necesarios para la población de la importancia de Concordia: la construcción de las obras de salubridad y la instalación de aguas corrientes; y esas gestiones han merecido muy buena disposición de ánimo por parte de los poderes pú- blicos de la nación, prometiendo satisfacer la solicitud de este vecindario dentro de corto tiempo. Durante la administración de D. Juan P. Garat se llevaron a cabo muchos trabajos cuya realización se había relegado siempre a las influencias del acaso. Entre ellos, merece mencionarse las gestiones y obtención de la usina de energía eléctrica, cuyo servicio se extiende actualmente por toda la parte más poblada de la ciudad. Fue también durante su período administrativo que se construyó un pabellón en el hospital de Caridad; que se instaló una oficina municipal de veterinaria; que se aumentaron los servicios de vacunación y revacunación jenneriana; que se comenzó en esta ciudad a incinerar las basuras; que se creó la Junta de Sanidad del Municipio; que se obligó a los matarifes a conducir las reses en carros higiénicos; que se hicieron muchas obras de pavimentación, lo mismo que puentes, terraplenes, desagües, alcantarillas y cruceros, cooperando así al saneamiento de la ciudad; que se libró al servicio público la plaza España; que se comenzó la formación del paseo denominado Bartolomé Mitre; que se rebajaron los sueldos a todos los empleados municipales y se destituyeron algunos por considerarlos innecesarios, y por lo tanto, gravosos a los intereses de la comunidad. (.) Huelga decir que es lamentable el haber sido postergada la construcción del parque Bartolomé Mitre que con tanto entusiasmo comenzó el señor Garat, pues los vecinos de Concordia se hallan desprovistos de un paseo público que es tan necesario para el recreo y desahogo de su numerosa población. Las relaciones sociales entre las familias de Concordia y las del Salto, cuya última población se halla situada enfrente de la que nos ocupa, como asimismo el giro importante de los negocios que mantienen ambos pueblos, aportan diariamente un va-lioso contingente de pasajeros que van y vienen entre ambas capitales en pequeñas lanchas movidas a nafta, calculándose en más de mil personas las que todos los días realizan esta travesía cuya duración es de diez o doce minutos. De ahí que los vínculos de sociabilidad lo mismo que los mercantiles, se estrechen cada vez más, a medida que estos mismos medios de transporte brindan ocasión para que las comunicaciones sean fáciles. El Club Progreso de Concordia y el Social del Salto han establecido convenios de reciprocidad para todas sus fiestas; de modo que las familias de Concordia concurren al Salto cuando se celebra algún sarao, y sucede lo mismo con respecto a las del Salto cuando el Club Progreso de Concordia abre sus salones para efectuar alguna reunión ostentosa.
1915 - DIARIO EL HERALDO

En enero de 1915 surgió el diario El Heraldo, fundado por un periodista metropolitano,
Alfonso Rosales. Al volver a la capital, la dirección de este medio quedó en manos del
escritor Federico More, "cuyo nombre es vastamente conocido en América", según una
referencia de 1928. Con posterioridad, se hizo cargo de El Heraldo —como director y
propietario— el señor Jacobo Liebermann, que insufló en sus columnas una dinámica que
lo llevó a ocupar un lugar de preponderancia en el ámbito regional.
PANORAMA 1915
Según el Anuario Kraft de 1915, Concordia ocupaba el segundo lugar en la provincia en lo
que se refiere a su población: contaba con 46.485 habitantes, cifra de 1912. Ya era una de
las ciudades más importantes del litoral, con un puerto de gran movimiento. Se consigna en
la fuente mencionada, "la importancia de la Receptoría Provincial (.), siendo muy notoria
su recaudación, que resalta de las demás, alcanzando a la relevante suma de más de
1.000.000 de pesos, aproximadamente, anual; es el mejor exponente de los rápidos progre-
sos de esta floreciente ciudad".
Además de los dos bancos que ya tenían sucursales en Concordia (Banco de Italia y Río de
la Plata y Banco de la Nación Argentina) en el año de referencia estaban establecidos,
también, los siguientes: Banco de Londres y Río de la Plata, Banco Español del Río de la
Plata y Banco Robinson Hnos. y Cia., amén de la Caja Popular de Concordia.
La fuente citada no consigna la fundación del diario El Heraldo aún, pero menciona a El
Litoral
y La Mañana, este último dirigido por Leonardo L. Claps.
Siete hoteles, más la Pensión Continental, brindaban sus comodidades a los viajeros: eran el
España, el Comercio, el Imperial, el Argentino, el Colón —el que ya ofrecía agua fría y
caliente, según un aviso—, el Victoria y el París
Cuatro teatros sacudían la modorra provinciana. Frente a la plaza principal se abría el "O.
V. Andrade"; el "Beñatena" estaba ubicado en Alberdi y La Rioja; el "Odeón", en calle
Entre Ríos, y el "Variedad", en Urquiza.
Tres empresas cubrían el servicio de mensajería. La del señor Manuel Ledesma efectuaba el
trayecto de Concordia a. Carpinchorí, saliendo los domingos y regresando los miércoles; la
perteneciente al señor Juan A. Ducasse conectaba a Concordia con Federal dos veces por
semana.
Más de 320 "estancieros" —según se clasifican en el orden por gremios del Anuario
citado— eran "socios de la Sociedad Rural de Concordia", y es la lista más extensa del
anuario en el ámbito local. Le sigue en importancia, por cantidad, la que corresponde a los
"vitivinicultores", con algo más de cien nombres inscriptos.
Como en el mes de octubre de 1913 se había inaugurado el Ferro-Carril Internacional que
unía Buenos Aires con Asunción del Paraguay, pasando por nuestra ciudad, se preveía la
importancia que el mismo tendría para Concordia, ya que sería un medio directo para
utilizar en la importación y exportación con aquel país.
Pero es el rubro "Otras Obras" el que atrae la atención. Textualmente, dice: "En el
momento actual, Concordia atrae sobre sí la mirada de los hombres de capital y de trabajo,
con el colosal proyecto de la Empresa Mollard, sobre aprovechamiento de la fuerza
hidráulica del Salto Grande, gran cascada de agua del Río Uruguay situada a cuatro leguas
al Norte de esta Ciudad.
El proyecto Mollard consistiría en su faz principal y práctica, como empresa reproductiva y
creadora de nuevas fuerzas e impulsora de progreso regional, en el aprovechamiento y
utilización para fines industriales de energía eléctrica, calculándose en documentos e informes oficiales y técnicos en 75.000 caballos la fuerza que producirán los grandes saltos. Con fundamento se piensa en la realización inmediata de esa gran obra, que cuenta ya con la aprobación de los gobiernos Argentino y Uruguayo, dado que se trata de obras a ejecutarse en un río internacional. Tiene el magno proyecto sanción del Senado Argentino, en cuya sanción intervino el Poder Ejecutivo Nacional comunicando a aquel alto Cuerpo legislativo sus opiniones, técnicas, financieras y. la conveniencia nacional en estimular el proyecto". En otros aspectos, el Anuario Kraft consigna que "Concordia se encuentra en la región de la naranja, ya por las condiciones de sus tierras como por el clima favorable". Las quintas aumentaban año a año, y añade: "Una visita a sus alrededores lo demuestra: por todas partes y en todos los terrenos, grandes o pequeños, se ven largas filas de naranjos, plantaciones nuevas en todas direcciones, y grandes almácigos de plantas para la venta". "Halagados por el rendimiento de este rico frutal y por el entusiasmo que hay por dedicarse a su cultivo, empiezan a subdividirse grandes extensiones de terrenos próximos a aquella ciudad —Concordia—, que se colocan fácilmente a precios altos y jamás calculados por los hombres de negocios. Don Gregorio J. Soler, propietario de grandes zonas inmediatas, y la Compañía Liebigs, también empiezan a subdividir sus campos en quintas y chacras que adquieren, con ese destino, fácil e inmediata colocación. En otro párrafo se hace referencia a la producción de la vid, atraído por la cual había visitado esta zona, en septiembre de 1914, el profesor francés M. Raráz. El visitante había elogiado no solamente las bondades de las tierras para el cultivo de la vid, sino las condiciones climáticas de la región, que la hacían excepcional para la viña. El profesor Raráz había exaltado el porvenir de la industria. Para completar esta síntesis, cabe señalar que, a la fecha del título, Concordia contaba con calles ‘‘espaciosas, bien pavimentadas e iluminadas a luz eléctrica así como sus plazas y paseos con hermosos jardines. Servicio de tranvías y un sinnúmero de coches de plaza y particulares y más de cien automóviles".
1917 - EL BANCO POPULAR DE CONCORDIA
Si bien ésta es la fecha de la verdadera fundación del Banco Popular de Concordia, los
antecedentes de esta institución crediticia local se remontan al año 1902.
Entonces, con capitales netamente concordienses, se funda el banco citado, con carácter de
sociedad cooperativa de créditos. Sus actividades se inician en 1903, bajo la presidencia de
don Juan Baylina, fuerte barraquero e importante ganadero de la zona.
Tan auspicioso fue el giro de esta sociedad, que en 1906 los hombres que la dirigen
resuelven construir el edificio propio. El mismo constituyó un significativo aporte al
progreso edilicio de Concordia, ya que sus das plantas —lindantes con el entonces edificio
municipal—, en la esquina de las calles Urquiza y Mitre, fue motivo obligado para las
postales de una larga época.
Sin embargo, en 1909, al no obtener mayores aportes de capitales por el régimen cooperativo, se resuelve la venta de su fondo de comercio. El Banco Español del Río de la Plata, adquirente del mismo, instala su sucursal en ésta sobre dicha base. El Banco Español, a su vez, tropezaría con serias dificultades derivadas de la primera guerra mundial (1914-1918) y de la crisis económica interna. En 1917 decide levantar su sucursal y, para evitar la pérdida de una institución de tal naturaleza, los hombres más representativos de nuestro medio resuelven, por su parte, constituir una sociedad anónima que compra el capital en giro de la sucursal y alquila el edificio ya mencionado por la suma de trescientos pesos mensuales. Así se inicia el Banco Popular de Concordia, con estatutos redactados por el doctor Esteban Zorraquín y protocolizados por el escribano J. Ramón Zavalía, actuando "ad—honorem" ambos profesionales. Aprobados por el Superior Gobierno de Entre Ríos el 13 de marzo de 1917, se inscribieron en el Registro Público de Comercio el 26 del mismo mes. Al comenzar su actividad financiera, ejercía la presidencia el señor Juan P. Garat. La gerencia fue confiada a don Alberto Núñez, virtual fundador de la nueva sociedad. Los negocios comienzan a evolucionar favorablemente. Por ello, en abril de 1922 readquiere el edificio que construyera su antecesor homónimo en la cantidad de $ 60.000. Más tarde, en 1931/32, se efectúa una remodelación y modernización de este local y de su mobiliario, bajo proyecto del arquitecto Alejo Martínez (hijo). El Banco Popular de Concordia, aunque afianzado en su actividad, debió soportar y salvar la prolongada crisis iniciada en 1935. Pero en 1942 la instituci6n recupera una posición rectora en el ambiente financiero de nuestra ciudad, que se mantiene sin solución de continuidad durante muchos años. La expansión incontenible que experimenta la entidad y el afianzamiento de su prestigio, la llevan a concretar, en 1968, la fusión con el Banco Agrícola Comercial e Inmobiliario de Concepción del Uruguay —uno de los decanos de los bancos argentinos—, creándose entonces una nueva denominación: Banco Unido del Litoral, continuador de la personería jurídica del Banco Popular de Concordia, el que llegó a abrir once casas en la provincia de Entre Ríos y una en Paso de los Libres (Corrientes). En este lapso, la entidad concreta la compra del actual local que fuera sede, en el pasado, de la firma comercial Gath & Chaves. EL COLEGIO DE ARTES Y OFICIOS
Una feliz iniciativa, allá por el año 1917, culminó con la creación del Colegio de Artes y
Oficios que, en aquella época, hacía falta ya en una ciudad como Concordia.
Fue fundado el 20 de octubre —destaca La Calle del 12 de julio de 1970— y estaba
dedicado exclusivamente a los niños pobres, a los cuales se les proporcionaba alimentación
y vivienda, además de la instrucción primaria y enseñanza de un oficio.
Tres años después de su creación, cincuenta menores recibían ya los beneficios del colegio,
que costeaba todos los gastos requeridos por alimentos, personal, vestuarios, útiles y
materiales diversos, alquileres, etc. Los recursos eran obtenidos a través de cuotas que
abonaban los vecinos asociados con tal fin. Además, contaban con subvenciones de la
Municipalidad y del gobierno provincial.
La fundación y sostenimiento de dicho colegio "constituye una obra meritísima, digna del
mayor encomio —señala un comentario de la época—. Las damas que la realizan (.)
hacen algo más que una obra de reparación social, cuyo mérito no amengua la forzosa
limitación de su esfera".
1918 - AGUAS CORRIENTES
Por ordenanza del 24 de agosto de 1918, la Municipalidad de Concordia concede a la
empresa Bonneau, Parodi y Figini -Ingenieros- la autorización para construir y explotar en
nuestra ciudad el servicio de obras cloacales y aguas corrientes. El término de la concesión
se fijó —entonces— en 30 años y las obras de salubridad abarcarían un radio de 240
manzanas. Casi un año después —el 20 de mayo de 1919— fue colocada la piedra
fundamental de dichas obras durante una ceremonia a la que asistieron los miembros del
Poder Ejecutivo Provincial.
LA ASISTENCIA PUBLICA
Uno de los proyectos de mayores alcances, gestado por los hombres que representaron a la
comunidad, en su época, debe haber sido, sin duda alguna, el de la creación de la Asistencia
Pública Municipal, obra del concejal De Donatis, que fuera aprobado por unanimidad en la
sesión del 29 de octubre de 1918.
A través de la reglamentación —extensa y detallada— de dicha ordenanza, puede
advertirse en su autor a un observador nato de las condiciones imperantes y de las medidas
necesarias para contrarrestar los males que la miseria acarreaba. Porque no solamente es
menester tener en cuenta este proyecto, sino también otro con respecto a las casas de
tolerancia, aprobado en la misma fecha y que puede ser considerado como una
prolongación del que motiva este comentario.
La ordenanza de creación de la Asistencia Pública Municipal estipulaba su régimen a partir
del 10 de enero de 1919, y sus servicios comprendían: higiene y profilaxis en general;
Dispensario Municipal; consultorio de la Asistencia Pública Municipal; asistencia médica a
domicilio; asistencia médica en casos de urgencia y primeros auxilios; servicios nocturno;
vacunación antivariólica; desinfección en general y provisión de medicamentos a los pobres
inscriptos.
En el proyecto original se delimitan perfectamente los servicios que comprendían cada uno
de estos renglones, tratándolos por separado, partiendo de la base —expresada en su
artículo segundo— que "la Asistencia Pública constituye una repartición Municipal bajo la
inmediata dependencia de la Presidencia Municipal, y su jurisdicción se extiende a todo el
radio de la planta urbana de la ciudad".
Como es lógico suponer, el autor del proyecto dejaba en manos del Departamento Ejecutivo
y del cuerpo médico dependiente del mismo, todo lo relativo a la organización e instalación
del nuevo organismo. Hasta preveía la construcción del edificio propio, que habría de
realizarse con "todos los impuestos y derechos que se establecen por esta ordenanza."
Dichas recaudaciones irían a engrosar el Fondo de Sanidad. También formarían parte del mismo, "las patentes de las casas de prostitución y las multas cobradas por infracciones a cualquier artículo." de la ordenanza que las regía. Hemos dicho que la reglamentación de las casas de tolerancia era un complemento de la ordenanza de creación de la Asistencia Pública. Mejor es decir que tenían puntos de contacto. Por ejemplo, uno de los fines del Dispensario Municipal (artículo quinto) era el de "asistir a las mujeres que ejerzan la prostitución y padezcan enfermedades venéreo-sifilíticas para su curación y aislamiento" y el "examen reglamentario" de las mismas, que estuvieran inscriptas en el Registro de la Oficina de Costumbres". Esta oficina fue creada por el otro proyecto al que hacemos mención. 1920 - EL CENTRO DE COMERCIO, INDUSTRIA Y TRABAJO
Un recorte periodístico del año 1932 hace referencia a la fundación del Centro de
Comercio, Industria y Trabajo de Concordia, registrada 12 años antes, es decir, en 1920, el
10 de noviembre, precisamente. La constitución de esta entidad fue promovida, según la
fuente de referencia, por el R.P. Ramón Elgart, cura párroco de esta ciudad, y la primera
reunión se llevó a cabo en la Sociedad Rural, resultando electo presidente el señor Jorge
Robinson. Una de las primeras medidas adoptadas, fue la de editar una revista para exponer
los trabajos efectuados por la entidad. Era dirigida por el presidente, señor Robinson, y el
secretario, señor Honorio Labeque.
Actualmente, la entidad se denomina Centro del Comercio, Industria y Servicios.
1921 - EL CLUB VASCO
En 1921, y por iniciativa de dos entusiastas cultores del juego de pelota, los señores Juan L.
Arthagnan y doctor Juan J. González, se fundó en Concordia el Club Vasco-Argentino,
destinado a congregar en su seno a los representantes de la fuerte y sobria raza vasca, que
eran numerosos en Concordia. La institución creció rápidamente, tomando al par
incremento el juego de pelota, pues según los estatutos, su principal objeto era "propender a
la difusión y cultivo de toda clase de deportes y especialmente el juego de pelota vasca".
1923 - LA COOPERATIVA SALADERIL
La Cooperativa Saladeril Concordia se constituyó en 1923, por iniciativa de varios
hacendados de la provincia, a los cuales se plegaron muy pronto otros de Corrientes. Su fin
primordial era industrializar los ganados de sus asociados y obtener con ello una mejor
defensa de los precios. Desde un comienzo su éxito fue rotundo, y su influencia decisiva
para regular el precio de los ganados, que hasta entonces estaba librados a arbitrios
impropios, de entidades extrañas. Además, el funcionamiento de la Cooperativa ha servido
para regularizar la salida de ganados de diversas categorías y clases.
Una vez que los propósitos de los iniciadores se vieron cumplidos, se decidió planear la
construcción de un establecimiento propio, no sólo con el propósito de aumentar la
capacidad industrial, sino también para poder llegar a la elaboración del tasajo, la preparación de carnes conservadas y aprovechamiento de la totalidad de los subproductos. La fábrica se levantó a la orilla del río Uruguay, entre los arroyos Yuquerí Grande y Chico, con capacidad para la industrialización de 1.200 animales diarios. Su primer presidente fue el señor Benito Legerén, que la dirigió durante varios años. 1924 - EL CONCORDIA TENNIS CLUB
Fue fundado el 28 de febrero de 1924, y le cupo el honor de ser la primera entidad que
popularizó este deporte en Concordia. Hasta esa fecha, el tenis había tenido sólo cultores
entre los miembros de la colectividad británica, que en ningún momento admitían socios
que no fuesen ingleses o descendientes de ingleses. En vista de ello fue que un grupo de
jóvenes entusiastas de ambos sexos fundó el Concordia Tennis Club, en cuyo seno no se
hacía distinción de clases, creencias o nacionalidades.
1925 - EL CENTRO DE EMPLEADOS DE COMERCIO
El 15 de noviembre de 1925 se fundó en nuestra ciudad el Centro de Empleados de
Comercio, con el propósito de congregar en una comunidad a todos los empleados de
ambos sexos residentes en Concordia, para aprovechar las ventajas de la protección mutua
y obtener la defensa de sus derechos. De inmediato, la entidad creó una bolsa de trabajo y
organizó un servicio médico para sus asociados.
DIARIO EL DIARIO
Comenzó a aparecer el 8 de enero de 1925, dirigido por Héctor T. Olivera. Fue un "diario
de mediodía", según consigna la fuente consultada. Llegó, tal vez, para quebrar la
competencia entablada entre los dos grandes órganos citados anteriormente, es decir, El
Litoral
y El Heraldo.
EL JOCKEY CLUB
Un "grupo de aficionados" fue el que "acarició la idea de crear el Jockey Club", favorecida
la misma por una época próspera. El impulso inicial se dio en 1925, cuando se constituyó
una comisión provisoria encargada de llevar a la práctica el entonces proyecto. La presidió
el Dr. Joaquín Comas Meyer.
En primer lugar, alquilaron el local ubicado en los altos de la ex Confitería del Gas, que
desde entonces vino a ser la sede social de la entidad. Y luego afrontaron la compra del
campo para el hipódromo, eligiendo el terreno situado "entre el arroyo Cambá Paso, con
frente a la chacra La Soledad, y la casa de comercio del señor Delucca", según una crónica
de El Litoral.
Encauzada ya la misión primordial que les fuera confiada, se resolvió elegir la primera
comisión directiva, lo que ocurrió en 1928. La presidió el Dr. Juan José González, contando
con la colaboración de un grupo entusiasta, entre los que se recuerda al Dr. Gualberto
Hourcade, Joaquín F. Jané, Dr. Pedro Imas, Dr. Miguel Sarli, Dr. Raúl Suburu, Dr. Justo
Tito, Dr. Augusto Scharn, Miguel Echezarreta, Antonio Di Tomaso, O. Martín Ortelli, José
I. Irurueta, Roberto Arruabarrena, Belisario Lerena y Darío L. Agosti.
Fueron estos dirigentes los que concluyeron la pista de carreras y comenzaron a levantar las
tribunas. Las obras —concretándose poco apoco— despertaron el interés y entusiasmo de
los aficionados a las pruebas hípicas, y así pudieron llegar a afirmar que "las instalaciones
de nuestro hipódromo ofrecían, en los días domingos, el espectáculo hermoso de
mostrarnos la agitación de un público extraordinario". Pronto se dio comienzo a la
realización de las carreras y el circo de Cambá Paso continuó congregando a los entusiastas
de este deporte.
Pero la época de prosperidad dio paso a la depresión económica, y el hipódromo vio
resentida su evolución. Se adoptaron entonces drásticas medidas para capear la tormenta
que azotó a la aún joven entidad. Primeramente las reuniones hípicas se hicieron
quincenales, en vez de semanales como era costumbre. Pero otro golpe —la suspensión del
subsidio acordado por el Jockey Club de Buenos Aires— obligó a reducir los premios, lo
que significó el alejamiento de mucha caballada y la disolución de no pocos studs. También
se disminuyó la cantidad de personal y se ajustaron los gastos.
Fue dura la prueba, y larga también, pero lenta y firmemente pudo reiniciarse la actividad
hípica y sortear todas las dificultades, hasta llegar a constituirse en una verdadera
institución local.
Los asociados del Jockey Club local han rescatado del pasado los nombres de quienes
tuvieron la responsabilidad de obrar con prudencia y aferrarse a severas medidas para evitar
que se malograra un proyecto que tanto había costado y que tan bien había sido recibido.
Por eso se recuerda el primer presidente, Dr. Juan José Gonzáles, al Dr. Gualberto
Hourcade (1930), al Dr. Justo Tito (1931), a Roberto Arruabarrena (en un período de 1932)
y a don Martín Ortelli (desde entonces hasta 1935). Cada uno en su momento afrontó
grandes responsabilidades y todos ellos contribuyeron a cimentar sólidamente la entidad
que habían fundado.
1926 - EL CLUB DE POLO
Es una de las instituciones deportivas más nuevas de Concordia. Su fundación data de los
primeros meses de 1926, promovida por un grupo de militares y civiles, con el objeto
exclusivo de practicar el juego de polo.
1928 - EL TRANVIA ELECTRICO
El 10 de marzo de 1928 se inauguró el servicio de tranvías eléctricos en nuestra ciudad,
cuyo tendido cubría la distancia comprendida entre la Feria y la estación del ferrocarril. Así
lo menciona El Heraldo de aquella época, que vuelve a referirse a este servicio en su
edición del 29 del mismo mes, destacando la atención con que el personal atendía a los
pasajeros y señalando que los "paseos, por ahora limitados hasta Plaza España y Sociedad
Rural, constituyen un motivo de esparcimiento" que el público aprovechaba porque resultaba barato. 1936 – EL BANCO DE ENTRE RIOS
El 17 de febrero de 1936 abrió sus puertas la sucursal Concordia del Banco de Entre Ríos.
Se trataba de una flamante entidad crediticia, puesto que la asamblea constitutiva de la
institución se había realizado menos de un año antes, precisamente el 28 de mayo de 1935.
La iniciación de actividades, en Paraná, se había concretado el 27 de junio de 1935.
Los antecedentes del Banco de Entre Ríos tenían ya setenta años de edad, cuando fue
fundado el Banco Entre Riano, en Concepción del Uruguay, obra del entonces gobernador,
general Justo José de Urquiza.
LA COMISION DE TURISMO
El 11 de mayo de 1936 fue creada la "Comisión Pro Turismo de Concordia", mediante
decreto firmado por el entonces intendente municipal, Dr. Domingo A. Larocca. Nuestra
ciudad contaba, aproximadamente, con algo más de 52.000 habitantes.
La citada comisión estuvo integrada por las siguientes personas: presidente, coronel Arturo
Rawson; vice-presidente, Dr. Pedro Sauré; tesorero, señor Guillermo Yorio; secretario,
señor Marcelo I. A. Pierri; vocales, señores J. Ramón Zavalía, Domingo V. Costa, Alberto
Arruabarrena, Santiago S. De Donatis y Dr. Roberto S. Thompson.
Una de las primeras tareas abordadas por este grupo de personas fue la edición de un folleto
ilustrado sobre las bellezas de la zona, el que fue distribuido en todo el país. En el mismo se
describe someramente la ciudad de entonces. "Posee servicios públicos de primer orden —
señala un párrafo—; calles bien pavimentadas de concreto asfáltico; edificios modernos de
bella arquitectura; obras sanitarias; tranvías eléctricos; bibliotecas; museos; parques
públicos hermosos; ómnibus, que con los automóviles suman más de 2.500 vehículos que
circulan por sus calles".
Esta primera comisión de turismo instituyó como "Semana del Turismo" la comprendida
entre el 26 de septiembre y el 4 de octubre, que coincidía con la Exposición Feria de la
Sociedad Rural de Concordia, "que anualmente se realiza (.) y constituye el más grande
acontecimiento social, comercial e industrial de esta población".
La mencionada semana se iniciaba con la inauguración de la Avenida Costanera, que
recibiría el nombre de "Teniente General Julio A. Roca". Para el cierre se programó la gran
carrera automovilística "Las 100 Millas de Concordia", que se corrió en el Hipódromo de
Cambá Paso.
LA ASOCIACION AUTOMOVILÍSTICA
Fue fundada el 20 de septiembre de 1936. Su primer presidente fue el Dr. Rubén Solari
Spíndola y su labor inicial consistió en la organización de la competencia "Las 100 Millas
de Concordia". Los cuatro primeros puestos de esta carrera fueron ocupados por los siguientes participantes: Raúl Riganti (Hudson), O. Parmegiani (Ford), Carlos Brosutti (Mercedes) y Andrés Rossi (Ford). Debutó aquí Francisco P. Aranguren, con una Bugatti. El mismo escenario tuvo la segunda competencia, que se adjudicó Amadeo Soffiato, con un Reo; segundo se clasificó Marcos Larripa, con un Ford. Con posterioridad se utilizó la pista del Parque Rivadavia, obra que se terminó bajo la intendencia del ingeniero Nogueira. 1941 - LA COMISION DE CULTURA
En nuestra provincia, fue Concordia la primera ciudad que contó con una Comisión
Municipal de Cultura. Iniciativa del concejal Héctor Rodríguez Pujol, se constituyó y entró
en funciones el 24 de octubre de 1941. Su primer presidente, el Dr. Andrés Chabrillón,
había expresado oportunamente que "instruir es enriquecer la inteligencia".
La ordenanza respectiva —Nº 9453 del 7 de agosto de 1941— fijaba los objetivos de la
mencionada comisión, que no eran otros que "el fomento de la cultura intelectual y artística
de la ciudad de Concordia", especificando entre sus funciones, la de "asesorar al
Departamento Ejecutivo y Concejo Deliberante, en su carácter de institución oficial de la
Municipalidad, sobre cualquier acto público de índole cultural cuya realización se proyecte
en la ciudad".
Las primeras manifestaciones de la actividad de este organismo se concretaron con actos
artísticos y conferencias de Kusrrow Corman, la Kareska, Bourban T., Rodríguez Larreta,
Alberto A. Roveda y Rachel Berendt, entre otros. Y no pudieron ser más posiblemente por
la escasez de sus recursos, fijados en mil ochocientos pesos anuales "y el producto de un
adicional de $ 0,05 a cada entrada mayor de cuarenta y cinco centavos que se cobre en todo
lugar de acceso público", con los cuales no superaron los tres mil pesos anuales.
La primera Comisión fue integrada por las siguientes personas: presidente, Dr. Andrés
Chabrillón; vicepresidente, Héctor Rodríguez Pujol; secretario, Horacio A. Dicono;
tesorero, F. Juan Massera; vocales, María Luisa González Barlett de Supery, profesor
Enrique Almuni, Vicenta Palacio, Dr. Juan B. Arcioni y Dr. Gualberto Hourcade.
EL CONGRESO FRUTÍCOLA
Entre el 27 de julio y el 3 de agosto de 1941 se realizó en Concordia el VI Congreso
Frutícola Nacional. La distinción de constituirse en sede de este acontecimiento le había
sido otorgada a Concordia en Tucumán, dos años antes, en base a la pujanza de la zona en
su actividad citrícola. Las autoridades no permanecieron indiferentes porque —como se lee
en los considerandos de la medida dispuesta por el gobernador de la provincia, Mihura—
era "un deber de los poderes públicos cooperar en la realización de iniciativas de este
carácter, por la conveniencia de coordinar el esfuerzo de técnicos y productores en la
orientación de una industria de gran importancia para el país", aportando la suma de cinco
mil pesos de entonces "como contribución del gobierno de la provincia para los gastos que
demande la realización del Congreso".
La Comisión Organizadora designada por el primer mandatario provincial era encabezada
por el intendente municipal de Concordia, ingeniero Eduardo Nogueira, secundado por
numerosos colaboradores que representaban a distintas entidades del quehacer zonal.
El Director del Departamento de Frutas y Hortalizas, dependiente del Ministerio de
Agricultura de la Nación, agrónomo Adrián V. Ollivier, dijo que "la organización gremial y
el cooperativismo han de ser fundamentales. Poner a núcleos de productores en contacto
directo con el comercio honesto y experimentado debe ser la clave del éxito en las
transacciones primarias". "Los intermediarios onerosos deben, pues, ser eliminados".
1946 - EL AERO CLUB
Quedó constituido el 6 de diciembre de 1946, como asociación civil, con el fin de
"estimular el progreso y desarrollo de la aviación en todas sus formas, difundiendo los
conocimientos y adelantos sobre aeronáutica, celebrando y tomando parte en conferencias,
congresos y exposiciones, formando encuestas, organizando festivales, concursos,
excursiones, etc.; propender al desarrollo aeronáutico de acuerdo a las directivas que
imparta la Dirección General de Aeronáutica Deportiva, en lo que se refiere a la instrucción
de algunos pilotos y entrenamiento y perfeccionamiento de los pilotos ya formados;
fomentar la práctica y conocimiento del aeromodelismo así como también de todos los
deportes complementarios al mantenimiento de las condiciones físicas indispensables".
PALABRAS FINALES Muchas personas han hecho posible esta edición. No nos referimos solamente a aquellas que se han esforzado, últimamente, para que este trabajo fuera dado a conocer. Estamos haciendo mención, también, a todas las que aportaron sus documentos, sus recuerdos y hasta sus fotos familiares para que la revista "La Calle" –en la que encontraban cabida- pudiera reflejar lo que fue Concordia en otros tiempos. Una enumeración fiel de todos ellos es imposible. Es por eso que nuestro agradecimiento, que queremos dejar impreso con la edición del trabajo, tiene esta forma de expresión general. Pero aún así, todos aquellos que nos acercaron su valiosa colaboración , por pequeña que en su momento les haya parecido, son los destinatarios de esta última página de sincera amistad. GRAFELCO Índice 1527 Los indígenas y el primer español El paradero "Ytú" Destrucción y saqueo 1851 Ciudad 1860 El Mitre en Concordia El primer periódico La Logia Masónica 1869 Población El Nace Damián P. Garat Asesinato de los hijos de Urquiza La Biblioteca Popular El Casino Comercial Construcción de ochavas Construcción del mercado Plaza "Nueve de Julio" Avellaneda en Concordia Plaza de Tablada Nomenclatura de calles Sociedad de Beneficencia La primera exposición feria Muerte de Aquileo González El precursor del citrus Navegando nuestro río Vitivinicultura: el paraíso perdido Los olivares: otra riqueza perdida Sistema métrico decimal 1883 Alumbrado 1884 Un plano revelador La historia de San Carlos Epidemia de viruela El Registro Civil Donación del señor Ferré Terreno para la Escuela Normal El puente sobre calle San Martín Lo que vio un inmigrante La Capilla de Pompeya El Colegio San José La Sociedad Rural Las corridas de toros La Iglesia de San Antonio 1901 Necrológicas Los carnavales de antaño La música al iniciarse el siglo La fábrica de cerveza Diario El Litoral La Escuela de Comercio El Banco de Italia Club Atlético Libertad El puerto de Concordia El Centro Español El Saladero Grande Demolición de la columna La Escuela Normal El Sarmiento Football Club El tranvía a caballo La Parroquia del Sagrado Corazón Diario El Heraldo El Banco Popular de Concordia El Colegio de Artes y Oficios La Asistencia Pública El Centro de Comercio, Industria y Trabajo La Cooperativa Saladeril El Concordia Tennis Club El Centro de Empleados de Comercio Diario El Diario El tranvía eléctrico El Banco de Entre Ríos La Comisión de Turismo La Asociación Automovilística La Comisión de Cultura El Congreso Frutícola 1946 El Aero Club

Source: http://www.delaconcordia.com.ar/Libros/L-Recopilaci%C3%B3n%20hist%C3%B3rica.pdf

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Available online at www.ijntps.org ISSN: 2277 – 2782 INTERNATIONAL JOURNAL OF NOVEL TRENDS IN PHARMACEUTICAL SCIENCES REVIEW ARTICLE A Review on Diabetes Mellitus K.Harikumar*, B. Kishore Kumar, G.J.Hemalatha, M.Bharath Kumar, Steven Fransis Saky Lado Department of Pharmacology, Sri Venkateswara College of Pharmacy, RVS Nagar, Chittoor, Andhra Pradesh-517127

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baird_ch10_Web.qxd 8/25/07 3:54 AM Page 2 To Ban or Not to Ban DDT ? Its History and Future (continued) worm control) and in forestry. Unfortunately, with a vengeance, and half a million cases of DDT was widely overused in the 1950s and malaria per year were being reported. In the 1960s in agriculture, which consumed 70–80% interval, DDT was still being used on crops,